Opinión | ENCUESTAS

La cocina electoral

Las tripas de último sondeo del CIS muestran unas tendencias y unos movimientos de fondo que no difieren sustancialmente del resto de encuestas publicadas

El presidente del CIS, José Félix Tezanos.

El presidente del CIS, José Félix Tezanos.

“Todos nosotros en el campo de la investigación de la opinión pública, consideramos el pronóstico electoral como una de las contribuciones menos importantes”. Son palabras pronunciadas hace más de 80 años por George H. Gallup, uno de los padres de las encuestas de opinión pública y electorales. Sin embargo, cada vez que aparece una nueva encuesta política, aunque sea fuera de periodo electoral, la atención política y mediática se centra casi exclusivamente en la estimación de resultado electoral. Por eso es importante volver a recordar que para lo que verdaderamente sirven y están pensados este tipo de sondeos, como decía el propio Gallup, es para tomar el pulso, como si de un termómetro se tratara, del estado de ánimo de la ciudadanía respecto a los asuntos públicos del presente, ya sean políticos, sociales, culturales, económicos o de cualquier otra índole.

He dejado pasar una semana desde la publicación del último Barómetro del CIS para hacer un poco de pedagogía en torno a las encuestas y estimaciones electorales y para hablar de las tendencias de fondo que arrojan algunos datos del sondeo.

Empecemos por la estimación de voto. Este indicador surge de corregir, calibrar, aplicar hipótesis, métodos, técnicas y modelos de ajuste, fundamentalmente con base estadística, a las respuestas espontáneas que dan los ciudadanos a una serie de preguntas planteadas en la encuesta, con el objetivo de estimar o pronosticar el comportamiento más probable de los ciudadanos el día de las elecciones. Este proceso es lo que de manera informal se conoce como la cocina electoral. No es que los investigadores no nos fiemos de lo que nos responden los ciudadanos (desterremos el extendido error de que la gente miente en las encuestas), sino que, en la mayoría de los casos, se trabaja con información incompleta.

Un ejemplo: la indecisión de una parte de los electores. Cuanto más alejado esté el día de las elecciones de la realización de la encuesta, mayor número de personas habrá que todavía no tienen decidido si finalmente acudirán a votar o no y, en caso de hacerlo, a qué opción política podrían finalmente apoyar. Y somos los investigadores los que, en función de otras preguntas del cuestionario, trataremos de pronosticar o estimar el comportamiento futuro de esas personas. Pero los indicadores que se deben tener en cuenta para hacer esa asignación no son únicos: cada investigador podrá optar por unos u otros “ingredientes” y por mezclarlos como considere más conveniente. De ahí que las estimaciones de diferentes analistas puedan no coincidir, aunque los datos brutos de partida sean los mismos.

En el caso de la última estimación del CIS (en la que prácticamente solo se tiene en cuenta el voto directo, es decir, lo que la gente dice cuando se le pregunta a qué partido votaría si mañana hubiera elecciones, para hacer su pronóstico) el PSOE aventajaría al PP en cuatro puntos, y Unidas Podemos ocuparía la tercera posición por delante de un Vox que lleva perdiendo fuelle en los últimos meses. Pero si los mismos datos brutos del CIS los analizamos (cocinamos) teniendo en cuenta variables como el recuerdo de voto (el comportamiento electoral en las últimas elecciones generales de 2019 que declaran los entrevistados) para la asignación del voto de los indecisos y del voto en blanco (opción que es habitualmente mencionada por muy encima del dato real final) la estimación arrojaría una ventaja de los populares sobre los socialistas de alrededor de los cinco puntos.

Por eso, al margen de las estimaciones e interpretaciones electorales, fijémonos en los datos brutos del sondeo. Porque las tripas del sondeo muestran unas tendencias y unos movimientos de fondo que no difieren sustancialmente del resto de encuestas publicadas justo antes o con posterioridad a la del instituto público. Por cuestiones de espacio, resumo los titulares en dos.

1. El efecto Feijóo muestra signos de debilitamiento (que no de desaparición). Antes del verano comentábamos que la mayoría de encuestas (las del CIS incluidas) registraban un momento dulce para Alberto Núñez Feijóo. Era lo que denominamos, para resumir, como el “efecto Feijóo”. Su llegada supuso un balón de oxígeno para el partido, para su militancia y para sus votantes, tras la crisis interna que acabó con la salida de Pablo Casado de la presidencia nacional del partido. Desde entonces, Feijóo ha surfeado en las olas provocadas por la victoria del partido en Castilla y León (aunque esta se produjera en la antesala de su llegada y el resultado fuera peor de lo previsto cuando se convocaron) y, sobre todo, por la victoria de Juan Manuel Moreno Bonilla en Andalucía.

No obstante, ya advertimos que Feijóo tenía un gran desafío por delante: tratar de detener los cambios bruscos de tendencia, muy sensibles al contexto. En el último año y medio el PP viene sufriendo de hipotensión e hipertensión, según las condiciones de presión y de temperatura, según las circunstancias. Gana Ayuso, remontada. Crisis interna, desplome. Se elige a Feijóo, gana Moreno Bonilla, remontada. La pregunta que quedaba pendiente era si tras el verano (y en un periodo con ausencia de elecciones) lograría estabilizarse hasta las próximas municipales y autonómicas. O, lo que es lo mismo, si Feijóo lograría ser menos dependiente del contexto que Casado.

Lo que el último CIS refleja es que el efecto Feijóo no ha desaparecido: el PP mantiene una alta fidelidad de voto y sigue consiguiendo atraer a la amplia mayoría de votantes de Cs (55%), a una parte muy importante del de Vox (23%) y también a una decisiva parte de votantes del PSOE (6,5%; unos 400 mil). Pero, sin embargo, muestra síntomas de un significativo deterioro. El inicio del curso político no le ha sentado bien a la figura del presidente del PP que empeora con respecto a meses anteriores en prácticamente todos los indicadores fundamentales.

2. Sánchez reactiva ligeramente su figura y su electorado. La tendencia del presidente del Gobierno podríamos decir que es prácticamente la opuesta. Cuanto más nos alejamos de los resultados en Andalucía, por ahora, mejor le va al presidente. Por ejemplo, la fidelidad de voto del PSOE ha subido 5 puntos con respecto al último mes (esto quiere decir que recupera unos 350.000 votantes en un mes) y frena ligeramente la fuga de votantes al PP (ha pasado del 8,3% al 6,5%, es decir, de mandarle 550.000 votos a Feijóo a 440.000: 110.000 menos en un mes). Pero lo que más destaca, es la enorme estabilidad de la imagen del presidente que le permiten, sin tener los mejores datos, situarse por delante del resto de líderes en evaluación ciudadana a su gestión y en la capacidad de generar confianza. No da signos de un fuerte crecimiento, pero no es un líder en retirada. Y en estas tendencias coinciden todos los pinches de cocina.