Opinión | LA SUERTE DE BESAR

Incoherencias

Sentada en un banco de madera me pregunté por qué la Iglesia, o parte de la misma, es tan incoherente. Por qué proclama unas cualidades y, sin embargo, esconde los casos de abusos o cuestiona el amor entre parejas del mismo sexo

El logo oficial de la Copa Mundial de la FIFA Qatar 2022

El logo oficial de la Copa Mundial de la FIFA Qatar 2022 / EFE/EPA/Noushad Thekkayil

Hoy quería escribir sobre lo incoherente que me parece que participemos en el Mundial de Qatar. Lo poco cómoda que me siento al ver que nuestra selección de fútbol participa en un evento en un país que no respeta la libertad de expresión, discrimina y anula a las mujeres, envía a la cárcel a las personas LGTBI o se salta a la torera los derechos laborales de los trabajadores que están trabajando a destajo para tener toda la infraestructura lista. Hoy quería escribir sobre lo poco lógicos que me parecen los sueldos de los futbolistas y sobre el cuestionable modelo a seguir que son para nuestros hijos. Quería compartir que cuando mi hija ve a personas que hacen lo contrario de lo que piensan los describe como seres cuadrados. Las personas coherentes son, para ella, personas circulares. Hoy quería compartir que admiro la manera de ver el mundo de mis hijos.

Pensaba que, quizás, podía contar que hace unos días entré en una parroquia y escuché el sermón de un cura hablando sobre la bondad. Y que sentada en un banco de madera me pregunté por qué la Iglesia, o parte de la misma, es tan incoherente. Por qué proclama unas cualidades y, sin embargo, esconde los casos de abusos o cuestiona el amor entre parejas del mismo sexo. La bondad es otra cosa, digo yo. Quería escribir sobre personas que dicen que te quieren, pero que jamás lo demuestran. De parejas que cenan juntos y comen con sus amantes o de profesionales que tienen unos valores que acaban allá donde empieza el dinero.

Y, sin embargo, todo eso me parece una chorrada porque esta semana ha muerto mi amigo Juanan. Juanan Horrach Moyá. Él tenía 16 y yo 14 y recuerdo cómo aparcaba su moto en el cole. Recuerdo su cara infinita y llena de matices. Su forma de caminar, lenta y un poco arrastrada. Su espalda recta y su flequillo caído. Simpático y risueño a rabiar. En una fiesta de disfraces apareció vestido de torero y a las chicas nos costó seguir respirando. Años más tarde coincidimos estudiando. El profesor de Derecho Canónico nos sacó de clase después de que soltásemos una carcajada mientras él hablaba de dispensas y nosotros hacíamos juegos de palabras con títulos de películas. Teníamos una pandilla con la que jugábamos a dados, parchís, organizábamos viajes y salíamos de fiesta. Los viernes tarde íbamos a clase de baile salón y practicábamos hasta la medianoche tratando de coordinar un chachachá. Celebramos su boda hasta el amanecer.

Quizás no iba tan mal encaminada con eso de escribir sobre la coherencia. Juanan era fiel a su esencia. Siguió su impulso y mantuvo una mirada de artista en todas las facetas de su vida. Era mallorquín y, al mismo tiempo, internacional. Sabía cómo unir conceptos. Turismo y calidad. Sensibilidad y rigor. Amó y desamó de forma honesta y respetuosa. Tenía un sentido estético infinito. Un día, en su galería, me quejé porque me costaba comprender muchas expresiones artísticas. Me dijo que la intuición manda y que, si me gustaba lo que veía, no era necesario comprender. Lo mismo sucedía a la inversa. Si algo no gusta no es necesario justificarse.

No me gusta que ya no estés. Punto. Tus amigos te echaremos de menos. Mucho.