Opinión | DIVIÉRTETE AHORRANDO

¿Tú también vas a leer a Annie Ernaux porque está de moda?

El orgullo por haber sido de los primeros en conocer un libro es risible, pero tampoco completamente censurable, pues a fin de cuentas un cierto esnobismo es la puerta por la que tantos adolescentes entran a la cultura

La escritora francesa Annie Ernaux.

La escritora francesa Annie Ernaux.

Todos hemos sido alguna vez ese que prefiere la maqueta. El que dice «yo los escuchaba cuando nadie los conocía. Luego se hicieron famosos y empezaron a cansarme». Pasa en la música, en la literatura, en el cine… Pero antes de que ustedes y yo estuviéramos pavoneándonos en el patio del instituto por haber descubierto sabe Dios qué grupo abominable, Bourdieu ya había explicado en La distinción que en realidad eso del gusto tururú, y que lo que estábamos haciendo con ese pavoneo ante la pandilla es reordenar el sistema de clases en función del capital cultural, para a continuación inscribir nuestras iniciales en lo más alto de la nueva pirámide. Porque Bourdieu es así, un poco como ese amigo que vota por ir haciendo las maletas y salir antes de comer para no pillar atasco, es decir, un aguafiestas al que no puedes dejar de darle la razón.

Desde luego importa más cómo sales de un texto que cómo llegaste a él. Y el orgullo por haber sido de los primeros en conocerlo es risible, pero tampoco completamente censurable, pues a fin de cuentas un cierto esnobismo es la puerta por la que tantos adolescentes entran a la cultura. Lo que ya es más criticable es cuando esa pose primeriza deviene, ya creciditos, en el orgullo del librepensador. Aquel prescriptor cultural que hace escarnio del rebaño y critica a la gente que lee según las modas, que ve siempre lo que hay que ver, que se deja llevar por la corriente. Les reconozco que las metáforas suelen estar bien elegidas, porque así de primeras nadie quiere verse oveja. Pero los defensores del gusto individual a menudo olvidan que la ventaja de seguir la moda es que a cambio uno puede formar parte de la conversación pública. Y ese, en época de las redes sociales, es el principal gancho que tenemos para atraer a nuevos públicos a la cultura. Una de las motivaciones más fuertes de un adolescente para leer es justamente esa, el deseo de no perderse nada, saber de qué hablan los demás y poder formar parte. También, en realidad, de los adultos. Así que, ¿por qué renunciar a ella?, ¿por qué abominar de las modas?, ¿por distinción?

Todo esto viene al caso de que ayer intenté sacar un libro de Annie Ernaux de la biblioteca, porque no la he leído y ha ganado el Nobel, y hay montón de gente —sobre todo mujeres— diciendo cosas estupendas. Ingenuo de mí. Hay 27 entradas con su nombre en el catálogo de la red de bibliotecas de la Comunidad de Madrid —cada entrada puede contener a su vez 20 ejemplares— y prácticamente todos están prestados. Multipliquen. Lo intenté también con los ebooks: todos prestados. Qué alegría constatar que todo Dios está leyendo a Annie Ernaux, y que pronto tendremos arrebatadas discusiones sobre su obra. Es parecido a lo que pasó con Anne Carson y el Princesa de Asturias. O, a otra escala, lo que pasó este verano con Iris Murdoch gracias a Twitter. Ventajas de la moda. Porque oveja no es lo peor que se puede ser en esta vida pero, si hay a quien no le gusta, podemos equiparnos con metáforas nuevas y decir, por ejemplo, que leer es como ir al baño en una discoteca, que puedes hacerlo perfectamente solo, pero acompañado es más entretenido.

No quisiera despedirme sin recalcar el papel específico de las bibliotecas en todo esto. Son el vértice más amable de la Santísima Trinidad pública (porque a ellas no vamos por necesidad, como al hospital; ni por obligación, como al colegio) y las que garantizan que nadie se quede fuera de esa conversación pública. Y para colmo ofrecen una curiosa alternativa a la distinción de Bourdieu: frente a la estantería burguesa, donde se acumulan títulos que tal vez no se han leído pero que igualmente muestran tu capital cultural a las visitas, las bibliotecas te dejan leerte un libro, pero no lucirlo en el salón.  

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