Opinión | DE PASO

Junts x Cat se va del Govern

El conflicto por la hegemonía en el independentismo catalán sigue en pie. Ahora serán dos formas de luchar por el futuro

Los líderes de Junts, Laura Borràs y Jordi Turull.

Los líderes de Junts, Laura Borràs y Jordi Turull. / FERRAN NADEU

Cinco años después del 1-O, solo Puigdemont cree ser presidente de Cataluña. Y aunque los votantes en el referéndum de Junts han decidido romper con Aragonés, no conseguirán reponer a Puigdemont. Debilitarán al Govern, que ahora dependerá de los Comunes. Sin embargo, el conflicto por la hegemonía en el independentismo sigue en pie. Ahora serán dos formas de luchar por el futuro.

Parece que tenemos aquí la incapacidad general de reflexionar sobre las derrotas. Una excepción es la de Germà Bel, exdiputado de Junts en aquellas fechas de octubre. En una entrevista al medio independentista VilaWeb, Bel confiesa que «todos los que estuvimos en primera línea [el 1 de octubre] tendríamos que haberlo dejado». Él lo ha hecho y por eso habla con libertad. La razón es sencilla. Bel está decidido a aprender de ese acto fallido. Cree que hay desafección a las personas, no a la idea de independencia, y piensa que hay que intensificar el conflicto con el Estado, que juzga poco democrático. Eso -dice- no puede comprarse con ventajas sociales. Mientras, Barcelona se convierte en la capital con más desigualdad social interna.

En todo caso, confiesa que aquel primero de octubre las cosas se debieron hacer de una forma diferente. ¿Cómo de diferente? Esta es la cuestión. Bel habla como parlamentario. En la tradición histórica catalana, ser parlamentario es más importante que ser President; este es el jefe de una comisión parlamentaria, un delegado de la generalidad del pueblo. Ser parlamentario es ser representante del pueblo catalán. Así, el principal error fue la autoanulación del Parlament, «acceptar de restar al marge de les decisions importants». Por comprensible que fuera, aquello fue un error. «Sempre hi ha d’haver alguna mena de supervisión, de contrast», continúa Bel. El estado insurreccional de aquellos días no tenía exterior. Sumidos en un estado colectivo de intensidad extrema, nadie observaba la acción. Esa es la tarea de los parlamentos. El de Cataluña fue anulado por sus propios dirigentes. Así, la efervescencia dio paso a la estupefacción. Ninguno de esos sentimientos políticos es productivo.

Bel se refiere a ese grupo, el sanedrí, del que no emergía información alguna. Cuando se le preguntaba, el sanedrín contestaba como un oráculo que no era preciso tener más información. En política, eso recuerda a lo que decía Aznar sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein. Si alguien solicitaba más información, exclamaba: «¡Creedme!». En política es necesaria cierta fe, pero no la del carbonero. Un Parlamento pierde por entero su dignidad si actúa de esa manera. Ninguna tradición republicana avala estas prácticas. Es divertida la anécdota de ese Lluis Llach desnortado que le pide a Bel que le haga un análisis panorámico. No podía ofrecerle ninguno, sólo podían creer.

Aunque Bel mantiene su radicalidad independentista, su sinceridad es sorprendente. Cuando se le pregunta si exigió información, con claridad responde que no lo hizo. «En general no la va exigir ningú» -añade. Creo que lo más importante de lo que dice Bel es que no hubo debate alguno sobre incorporar el referéndum a la hoja de ruta. Entre líneas se puede leer que no se pactó la interpretación del acto del día 1 como proclamación de la República, como poder constituyente. Esta interpretación es la que se impuso sobre la marcha y otorgó a Puigdemont la supuesta legitimación de President vitalicio en el exilio. Esto fue consecuencia de que antes ya se le había entregado absoluta confianza. Bel dice: «El dipòsit de confiança sempre haurien de ser limitats». De otro modo, se forjan poderes totales.

Así se escribieron las Leyes de Transitoriedad sin que nadie las conociera. Se pidió la votación como un cheque en blanco, a missa dita. Bel argumenta que muchos que no pertenecían al estado mayor percibían lo que iba a venir. Él estaba entre ellos, y ya decía en 2016 que el resultado del referéndum no se podría aplicar porque era imposible. Su argumento es sencillo. «No es pot fer un referendum en un estat hostil si no tens armes». Lo increíble es que esta fuera la condición y que no se debatiera sobre eso. Son palabras mayores, muy mayores, como para que nadie reflexionara sobre ellas.

Las preguntas, entonces, vienen en cascada. ¿Alguien sabía lo que es tener de verdad estructuras de Estado? ¿Era aquel un grupo de iluminados? ¿Y los demás, qué eran? ¿Cuál era la estrategia? Nos dice Bel que él se convenció de que lo fundamental era hacer fallar al Estado. Reconoce que eso estuvo a punto de pasar. Que para lograrlo se convocó la manifestación posterior. Se deseaba obligar al Estado a decretar el estado de excepción. Entonces se produciría la tragedia y se perdería el miedo a la violencia. ¿Pero este curso de acción podía ser propio de un Parlamento? Cuando Bel pide la dimisión de todos los que estuvieron en primera línea por incompetencia, se muerde la lengua. Pero todos son todos. Él está dispuesto a volver a empezar, en el largo plazo. ¿Pero cuál es el rumbo alternativo?

Para el futuro lo único claro de su posición es esto. La izquierda -dice- debería saber que no puede gobernar en España si no resuelve el problema catalán. Quizá sea un pronóstico. Por mi parte, prefiero la inversa. Si no gobierna la izquierda en España, el problema catalán no se resolverá jamás. En realidad, creo que el mensaje debería ser diferente: demostrar que la derecha española no gobernará en España mientras no colabore en resolver el problema catalán. Esto me parece más sensato.