Opinión | REPRESIÓN
Crisis en Irán
La violenta represión de las protestas por la muerte de la joven Mahsa Amini deja más de 130 fallecidos mientras el régimen acusa a EEUU de fomentarlas
Dos estados autoritarios con regímenes iliberales -Rusia e Irán- están viendo comprometida su estabilidad. Si en el primer caso la sociedad se revuelve al descubrir que su líder, Vladímir Putin, ha desencadenado una guerra arbitraria contra Ucrania que, por añadidura, va perdiendo, en el segundo son los jóvenes quienes han salido con determinación a las calles para oponerse a un régimen teocrático que considera a las mujeres ciudadanas de segunda y las obliga a vivir sometidas. El desencadenante de la crisis iraní ha sido la muerte en comisaría de la joven kurda de 22 años Mahsa Amini, detenida el pasado 13 de septiembre por la Policía de la Moral -un cuerpo encargado de defender los valores de la Republica Islámica- por no llevar correctamente el hiyab. Según Iran Human Rights, las protestas reprimidas violentamente por la policía han dejado más de 130 muertos, cientos de heridos y miles de detenidos. Cifras que podrían aumentar dado que el régimen ha optado por blindar las universidades con antidisturbios para impedir nuevas movilizaciones.
Aunque es sintomático, este incidente en solitario no habría tenido una repercusión tan amplia si no aglutinara el grito de indignación de todo un país ante décadas de represión, de corrupción descarada y de incompetencia económica. En su primera reacción tras los incidentes que estallaron hace una semana, el líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, de 83 años, ha acusado a EEUU e Israel de haber fomentado las protestas. La sociedad iraní vio complacida la caída del Sha de Irán -el tirano que empujó al país a la revolución en 1979- y la llegada del ayatolá Jomeini al frente del nuevo Estado islámico.
La República Islámica es un importante productor de petróleo y gas y un aliado natural de Moscú
Sin embargo, Jomeini nunca pretendió implantar democracia alguna. Cómplice de los países del entorno en la persecución del pueblo kurdo, Teherán ha alimentado el terrorismo: la Guardia Revolucionaria iraní fue considerada organización terrorista por el Senado norteamericano en 2007, por prestar apoyo a Hamás en Palestina, a Hezbollah en el Líbano y a la Yihad Islámica en Israel. Y, como es conocido, el país aspira a dotarse de la bomba atómica, algo que la comunidad internacional trató de impedir tras años de negociación con el acuerdo nuclear alcanzado en 2015 entre Irán y los cinco miembros del Consejo de seguridad de la ONU más Alemania. El pacto fue roto por el expresidente norteamericano Donald Trump en 2018 y con Joe Biden en la Casa Blanca la esperanza de recuperarlo se ha ido desvaneciendo a medida que Washington tropieza con las reticencias de Israel a sellar cualquier pacto con los iraníes.
En el agitado avispero de la región de Oriente Próximo la República Islámica es además un importante productor de petróleo y gas y un aliado natural de Moscú, a quien vende armamento, en especial drones de uso militar. De hecho, Putin visitó Teherán el pasado mes de julio para intentar contrarrestar el innegable aislamiento internacional de Rusia a raíz de la invasión de Ucrania y lograr el apoyo de Irán para aliviar las consecuencias de las sanciones económicas impuestas por la Unión Europea.
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