Opinión | GUERRA EN UCRANIA

Antes creíamos que…

Resulta que casi sentimos más las sanciones nosotros que Rusia, como dice el ministro ruso de Defensa tenemos mucha menos capacidad de aguante que sus sufridos compatriotas

Vladimir Putin, dando su discurso en la ceremonia de adhesión de cuatro territorios ucranianos a Rusia

Vladimir Putin, dando su discurso en la ceremonia de adhesión de cuatro territorios ucranianos a Rusia / EFE/EPA/YURI KOCHETKOV

Antes creíamos que Rusia no iba a invadir Ucrania porque Putin nos juraba que esa no era su intención. A nadie se engaña mejor que al que desea creer la mentira.

Antes creíamos que las guerras de expansión colonial eran algo propio del siglo XIX, olvidando que Rusia no ha descolonizado el imperio que forjaron los zares en Siberia y en el Cáucaso. La URSS ha desaparecido y los países bálticos han recuperado la libertad pero a Chechenia, Ingushetia o Daguestán, por poner tres ejemplos, no les han dejado.

Antes creíamos que estas cosas no podían pasar en el civilizado viejo continente y con vergonzantes reflejos racistas pensábamos que quizás en África podrían todavía hacerse estas barbaridades, olvidando convenientemente que hace 30 años Yugoslavia saltó por los aires y serbios, bosnios y croatas se pusieron a competir en matanzas con los hutus y tutsis. Y al mismo tiempo. 

Antes creíamos que Ucrania no resistiría y que los soldados rusos entrarían en Kiev para instalar un Gobierno títere como el de Bielorrusia. Nos volvimos a equivocar. Ucrania aguantó, Zelenski no abandonó su puesto y los occidentales le hemos dado la ayuda que su heroica resistencia demandaba.

Antes creíamos que los ucranianos no podrían con los rusos y son estos los que han tenido que rebajar sus ambiciones cuando no han salido con el rabo entre las piernas. Y ahora Putin tiene que decretar una movilización parcial que se topa con fuerte resistencia doméstica.

Antes creíamos que la gente huye cuando alguien invade su país y resulta que los rusos huyen cuando son ellos los invasores. 

Antes creíamos que todo el mundo condenaría la invasión de un país pacífico por su poderoso vecino. Los occidentales lo hemos hecho pero la mayoría de África, Asia y América Latina mira para otro lado hasta el punto de que Biden quiso excluir a Putin de la próxima reunión del G-20 y se encontró sin los votos necesarios para lograrlo. Creen que es una pelea entre europeos que no les concierne directamente y no quieren enemistarse con un país poderoso, potencia nuclear, con derecho de veto en el Consejo de Seguridad y que en el pasado ayudó en las luchas de liberación colonial. Que les vende armas y que les regalaba vacunas contra el covid cuando los occidentales las acaparábamos.

Antes creíamos que las sanciones doblegarían a Rusia y resulta que casi las sentimos más nosotros, que como dice el ministro ruso de Defensa tenemos mucha menos capacidad de aguante que sus sufridos compatriotas.

Antes creíamos que la economía rusa se hundiría y aunque en un primer momento el rublo se derrumbó un 30% y hubo que cerrar temporalmente el mercado de valores, luego ha levantado cabeza. Putin no sabe de economía pero la ha dejado en manos de quienes sí saben: el rublo se ha recuperado y la inflación no es mucho peor que entre nosotros. Y si venden menos gas y petróleo, lo hacen a precios más altos. Tampoco el desempleo se ha resentido como se esperaba. Lo que sí les afectará a medio plazo será la falta de repuestos, en especial para la industria energética. 

La “autonomía estratégica” que necesitamos no es contra EEUU, sino contra nuestra intolerable dependencia energética de Rusia"

Antes creíamos en la “autonomía estratégica” de Europa frente a los EEUU, por si regresaba Trump o alguien parecido y nos volvía a dejar a la intemperie en defensa. Hoy ese debate ha desaparecido porque en momentos de crisis la OTAN (con los EEUU dentro) es la única que ofrece verdadera seguridad y por eso Suecia y Finlandia han abandonado su neutralidad y han llamado a su puerta. Puro miedo. Ahora la “autonomía estratégica” que necesitamos no es contra los Estados Unidos, sino contra nuestra intolerable dependencia energética de Rusia.

Antes creíamos que la estrategia norteamericana era ayudar a Ucrania y ahora vemos que también busca debilitar a Rusia (Austin 'dixit'), probar nuevas armas y vender gas a precio de oro a los europeos. Y eso anuncia una guerra larga que se libra en cuatro frentes: militar, económico, político y humanitario y en que todas las espadas están en alto.