Opinión | PARECE UNA TONTERÍA

Un entierro rápido

Fuera de espectáculos puntuales, en un entierro la premura siempre es preferible a la demora. A veces, si hay premura, hay también espectáculo

Traslado del féretro de Isabel II a Westminster.

Traslado del féretro de Isabel II a Westminster. / REUTERS / EFE

Tener un entierro rápido es una ambición que nadie se para a soñar. Preferimos anhelar una vida larga, incluso decir una buena frase antes de morir. Pero cada vez que nos toca ir a un funeral, nos gusta llegar, enterrar y marcharnos. La idea de un entierro lento, que dure largos y tristes días, como el de Isabel II, es un martirio. Tal vez no exista el entierro perfecto, ni siquiera el idílico, pero el rápido está completamente inventado, y denota cortesía.

El espectáculo en torno a la muerte, el paseo por las tierras del reino, el desfile de ciudadanos para dar el adiós a la reina, produce menos pereza. Un espectáculo siempre es un espectáculo: chicle para los ojos. Quizás es que yo me curé de espantos cuando leí 'Me casé con un comunista', de Philip Roth. donde se narra el funeral del canario de Emidio Russomanno, un zapatero de Newark. El pájaro se llamaba Jimmy y un día comió algo que no debía y murió. Russomanno organizó un gran entierro. Contrató a una banda de desfiles, varios coches de caballos, y hubo un cortejo por las calles. A Jimmy lo depositaron en un ataúd blanco y lo llevaron entre cuatro hombres. Unas diez mil personas se reunieron a lo largo de la ruta. Russomanno iba en el coche detrás del féretro, llorando, mientras todos los demás se reían. Incluso los portadores del féretro se reían. 

Fuera de espectáculos puntuales, en un entierro la premura siempre es preferible a la demora. A veces, si hay premura, hay también espectáculo. Yo lo viví en mi pueblo cuando murió Maldonado. Era un vecino apuesto y altísimo. Era tan alto, y previsor, que se había hecho fabricar una caja a su medida, en la que cupiese. Cuando la comitiva alcanzó el cementerio, alguien advirtió que el ataúd sobresalía del nicho. Tras unos minutos de zozobra, al sacristán se le ocurrió una solución rápida. Acabados los responsos pidió quedarse a solas con el féretro, y con un hacha acortó la caja y a continuación acortó a Maldonado, por las rodillas. Fue un final fulgurante, y no exento de espectacularidad.