Opinión | ESCLAVITUD

Virtudes y límites del consumo responsable

Dos niños realizan trabajos en una fábrica textil

Dos niños realizan trabajos en una fábrica textil / ShutterStock

Animado debate en el consejo de redacción. Juan Ruiz propone a los lectores utilizar una calculadora que sirve para responder a una demagógica pregunta: ¿cuántos esclavos trabajan para ti? Se trata de una aplicación que promueve un consumo responsable para acabar con la esclavitud en la fabricación de ropa en países empobrecidos. Algunas voces sugieren que es una manera de liberar de sus culpas a las administraciones que no son capaces de erradicar este tipo de prácticas expulsando del libre comercio a los países que incumplen la ley. Otras sugieren que las empresas deberían cumplir la ley y evitar lucrarse con ello en lugar de limpiar su imagen con campañas edulcorantes. El debate está servido.

La globalización, el cambio climático o la economía sumergida generan este tipo de controversias. ¿Hasta qué punto son el resultado del cinismo de la empresas, de la desregulación de los estados o del comportamiento de los consumidores? De todo un poco. Lo inoperante es pasarse las responsabilidades de unos a otros como si fueran excluyentes. Las empresas dirán que el público quiere precios bajos y que los estados son incapaces de asegurar que todos cumplen la misma legalidad, lo cual genera competencia desleal. Los gobiernos dirán que no pueden cerrar fronteras ni intervenir en terceros países. Y los consumidores que no tienen por qué corregir con su comportamiento individual la falta de coraje de los gobiernos y de las empresas. Y la casa sin barrer.

“La tentación de la inocencia -escribe Helena Béjar en 'El mal samaritano'- es una enfermedad infantil del individualismo. Consiste en tratar de burlar las consecuencias de los propios actos y así gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus costes”. Algo de eso nos ocurre. A los consumidores, a las empresas y a los gobiernos. Pero las cosas nunca se han movido en la historia si alguien no las empuja. Como dicen los politólogos, hay que dar incentivos a las conductas. El consumo responsable es un estímulo a las empresas para que cambien de prácticas laborales o medioambientales. Y enrojece a los gobiernos que dicen que no se puede hacer nada. Unos pueden hacer más que otros y unos tienen más responsabilidad que otros. Pero todos en alguna medida.