Opinión

Duelos públicos

No he visto ni un minuto de los fastos funerarios de la reina de Inglaterra, pero en su momento me quedé pegada a la televisión ante el espectáculo en que se convirtió la muerte de Diana de Gales, y espero no ser juzgada por ello

El féretro de Isabel II entra la Catedral de San Gil de Edimburgo

El féretro de Isabel II entra la Catedral de San Gil de Edimburgo / EFE

Hay lutos que arrastras por la muerte de alguien al que nunca has conocido, ni falta que te hace, entristeces por la proyección pública de esa persona o por el contenido de su obra. Ni una ni otra conformarán la esencia de lo que son, pero nos la hemos apropiado a nuestra semejanza, acoplado a nuestro universo particular y su desaparición supone una pérdida personal. Es una pena sin el desgarro de un querer cercano, sin ese dolor que convierte tu vida en otra, te arrastra más a un estado de melancolía por un tiempo terminado que también es en parte el tuyo. Y ante los apegos, nadie manda sobre las emociones de nadie, a los que les parece ridículo ese ejercicio de desconsuelo colectivo por el fallecimiento de Isabel II, quizá imitaron una reacción igual cuando murió Maradona, o supieron de la muerte anunciada de Amy Winehouse.

Nuestra colección sentimental hecha de propios y ajenos, es única e irremplazable y morirá con nosotros. No existe una carrera por ver quién siente más la muerte de qué escritor, quién le leyó más, o en que posición te coloca haber sido su seguidora. No es necesario ser gregaria en los gustos, sintiéndote respaldada por aquéllos que leen lo que tú, disfrutan escuchando la misma música, se emocionan con las mismas películas o son fieles seguidores de las marron glacé, gusto que compartimos muy pocos, y al resto le parece repugnante.

No he visto ni un minuto de los fastos funerarios de la reina de Inglaterra, pero en su momento me quedé pegada a la televisión ante el espectáculo en que se convirtió la muerte de Diana de Gales, y espero no ser juzgada por ello. Se ha muerto mi escritor favorito, como el de tantos otros, con el que aprendí la importancia de lo que no se dice y de lo que no se hace en la que tan poco reparábamos o la realidad del enamoramiento sin la dulcificación que nos habían enseñado. Solo quedará releer lo aprendido tras leer sus libros y volver a enfadarte igual por aquellas opiniones que me molestaban porque la admiración no es sinónimo de adscripción, que parece que es aquello que se espera de nosotros.

El encuadramiento es una labor que debería alejarse no solo de la razón sino también de la emoción. Lloré cuando murió Miliki, y Santiago Carrillo y Gregorio Ordoñez, siento la muerte de Almudena Grandes como la de alguien cercano y cada entrevista de su viudo, Luis García Montero, me produce el mismo estremecimiento que la primera vez que lo escuché hablar de su mujer.

A otros les pasará con otras tantas personas públicas que son parte de su recorrido vital y que han interiorizado como suyas. El duelo nos conmueve a todos porque de alguna forma nos reconoce en nuestra debilidad, el respeto colectivo sería un bonito fin.