Opinión | UNA IBICENCA FUERA DE IBIZA

El beso

Imagen del mural del beso de Honecker y Brézhnev en el murto de Berlín.

Imagen del mural del beso de Honecker y Brézhnev en el murto de Berlín. / EFE

Ha fallecido Dmitri Vladímirovich Vrúbel. Puede que su nombre no nos resulte especialmente familiar, pero conocemos su beso. El artista, nacido en Rusia, hizo famoso un beso entre Leonidas Brézhnev, quien fuera secretario general de la Unión Soviética —y por cierto, ucraniano— y Erich Honecker —por aquel entonces presidente de la República Democrática Alemana (RDA)—, al plasmarlo sobre el Muro de Berlín. Los eufóricos días que siguieron a la caída en noviembre de 1989, artistas de todo el mundo corrieron a llenar de color los restos del muro que ocultara al lado oriental el azul del río Spree durante casi tres décadas.

Vrúbel, como el resto, creyó que su obra duraría lo que tardara en derribarse el muro, que caía ante los ojos del mundo como fichas de dominó. Pero aquella parcela pintada de poco más de un kilómetro fue la única que se salvó intacta de los 168 kilómetros que antaño dividieron este y oeste, convirtiendo aquel improvisado centenar de grafitis en la East Side Gallery, lugar de visita y selfi imprescindible junto al cartel que advierte en el 44 de Friedrichstraße “Está Usted saliendo del sector americano” del Checkpoint Charlie, el antiguo control fronterizo entre los Berlines Occidental y Oriental.

Pero la transcendencia de este beso de Vrúbel; de Brézhnev y Honecker no sería posible sin Régis Bossu, un fotorreportero de la agencia francesa Sygma que viajó a Berlín Oriental en 1979 para cubrir la celebración del 30 aniversario de la RDA en la que el líder soviético acudía como invitado de honor. Tras su discurso, el presidente Honecker embriagado de la emoción le espetó a Brézhnev un entusiasta ‘beso fraternal socialista’; un curioso ritual con el que los líderes comunistas escenificaban su confraternización y que consistía en tres besos repartidos —dependiendo del nivel de camaradería y vodka— entre las mejillas, las comisuras e incluso, a veces… en los labios.

Este pletórico pico fue capturado por la lente de Bossu y se propagó rápidamente por las páginas de la prensa internacional. El artista Vrúbel lo descubría atónito en la portada del semanal Paris Match donde se titulaba la instantánea: “Brézhnev et Honecker, le baiser torride de la guerre Froide” (Brézhnev y Honecker, el beso caliente de la guerra Fría). Diez años después lo replicaría en los restos del Muro con la leyenda "Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal".

Cayó el muro y la RDA. Los presidentes de los Estados Unidos, George Bush y la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov —los más altos representantes del bloque comunista y el bloque capitalista—, se reunieron y declararon juntos el fin de la Guerra Fría y con ella se anunciaba el fin de todos los males del planeta. Se acababa aquella frontera que partía el mundo por Europa. Los gobiernos del bloque comunista fueron cayendo incluida la mismísima URSS, pero como ni con esas comimos perdices… el beso volvió con fuerza en 2011, ahora convertido en la polémica campaña publicitaria de la marca italiana Benetton que, con imágenes manipuladas, nos mostraba los besos improbables de líderes políticos y religiosos bajo el lema ‘Unhate’ (Deja de odiar). Se besaban el presidente palestino Mahmoud Abbas y el por aquel entonces primer ministro israelí Benjamín Netanyahu; los expresidentes de Corea del Norte y Corea del Sur, Kim jong-Il y Lee Myung-bak; la excanciller alemana Angela Merkel y el antiguo presidente francés Nicholas Sarkozy; el abdicado papa Benedicto XVI y Ahmed Mohamed el-Tayeb, gran imán de Al-Azhar y el expresidente estadounidense Barack Obama se besaba por partida doble con su homólogo venezolano, Hugo Chávez, y el que era líder de China, Hu Jintao.

Benetton acabó retirando la imagen del papa tras la denuncia del Vaticano que la consideró una “grave falta de respeto”. La censura china bloqueó en sus buscadores y redes la fotografía de Jintao y desde la Casa Blanca llegó una declaración oficial que desaprobaba el uso de la imagen del presidente con fines comerciales.

En cuanto al beso, la fotografía original de Bossu fue subastada en Sotheby’s y en 2009 las autoridades alemanas invitaron a Vrúbel, junto al centenar de artistas que espontáneamente veinte años atrás pintaron sobre las miserias de Berlín, a devolver la vida de las obras deterioradas por los vándalos y la intemperie.

Y puede que, tal vez, este amor resultara mortal, pero el beso no, ¡el beso es inmortal! Por eso, ojalá más besos. Uno entre Putin y Zelenski, por ejemplo. Uno entre Isaac Herzog y Mahmud Abás. Y quizá, porque “la española cuando besa es que besa de verdad”, podamos empezar con uno facilito: ojalá las portadas nos despierten el lunes con Sánchez y Feijóo celebrando con un buen beso la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Aunque luego vuelvan a casa, como en aquel chiste que se extendió sobre Brézhnev cuando le preguntaban sobre Honecker: “¿Como político? Es basura, pero… ¡hay que ver cómo besa!”.

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