Opinión | ANÁLISIS

La derrota de Rusia

La decisión de Putin de romper sus relaciones con la comunidad internacional e invadir Ucrania, un país cuya suerte no puede dejar insensible al mundo occidental, pareció descabellada desde el primer momento.

Nadie en Europa querrá en muchas décadas depender de la energía rusa

Nadie en Europa querrá en muchas décadas depender de la energía rusa

La irresponsabilidad de Putin quedó de manifiesto desde el principio, cuando se vio la impotencia de Moscú para ganar una guerra relámpago que le permitiera tomar Kyiv y Kharkiv como pretendía. La exitosa campaña internacional de Volodímir Zelenski permitió a los ucranios armarse convenientemente y recabar recursos, y hoy todo indica que en los frentes militares la posición de Moscú, con tropas de reemplazo sin motivación ni preparación, es cada vez más grave. Consiguieron ganar terreno en el Donbass gracias a la artillería, pero ahora, cuando los ucranios se han dotado de cañones de mayor alcance, la situación parece revertirse. Los sabotajes contra el ejército ruso de ocupación en Crimea demuestran que Putin ha perdido el control.

Pero además de esta débacle militar, las finanzas rusas se están hundiendo. Sus fuentes de ingresos provienen de las exportaciones de energía —petróleo, gas y carbón—, en gran medida a Europa, después de que Moscú lograra convencer a sus clientes de que Rusia era un socio fiable. Alemania se ha negado a abrir el Nord Stream 2, el excanciller Schröder que colaboró comercialmente con Rusia está siendo procesado, y son conocidos los movimientos de Berlín para lograr la autosuficiencia energética, incluso mediante un gasoducto desde España.

Nadie en Europa querrá en muchas décadas depender de la energía rusa, y además se acelerarán en todo el mundo las renovables. Por añadidura, los suministros rusos a terceros padecerán la falta de tecnología extractiva, que ya se hace patente.

Rusia no es una potencia tecnológica —es un modesto país con un PIB algo superior al español con una población de 144 millones de habitantes—, pero había conseguido una posición estratégica discreta, que le brindaba un porvenir si no brillante, sí al menos con posibilidades de avance. Pero la soberbia de Putin ha arrojado todas las expectativas al barranco. Ni siquiera la mano tendida de China, una potencia en construcción, le devolverá las posibilidades perdidas. La única baza actual de Moscú —es triste decirlo— es su arsenal atómico, y esta amenazante evidencia ha de ser la única preocupación de la diplomacia mundial, al menos hasta que la bloqueada dictadura rusa se abra a nuevas expectativas.

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