Opinión | EL DESLIZ

Queríamos tanto a Olivia

Grease es la película que más he visto en mi vida. Docenas de veces y siempre me hace feliz, placer culpable

Recuerdos en memoria de Olivia Newton John en el paseo de la fama de Hollywood.

Recuerdos en memoria de Olivia Newton John en el paseo de la fama de Hollywood. / EFE

Lo primero que supe de Grease es que el tumulto a las puertas del cine parroquial de mi pueblo fue de tal calibre el día de su estreno que hubo desmayos, además de empujones para entrar pronto y coger buen sitio. La turba adolescente se desbocó, se rompieron los cristales de las puertas, y el cura amenazó con cancelar la sesión, e incluso con clausurar para siempre la sala. Fue un milagro (para el fervoroso público) que no lo hiciera. Las películas ‘buenas’ tardaban unos años en llegar hasta nosotros, que nos conformábamos con Le llamaban Trinidad, Le seguían llamando Trinidad, películas de kárate malísimas, de guerra o lo que nos echaran. Salimos de Grease enamoradas hasta las trancas. De su love story, de los bailes, de la música, de las chupas, de los coches, del fijador de pelo, de nuestra propia edad del pavo y sobre todo de John Travolta. Oh Danny. A partir de ese momento, casi todos los festivales de fin de curso del instituto incluyeron el número del coche, peines y brillantina en ristre, con más o menos acierto, pero nadie osó imitar el baile que cierra la cinta, el mítico You’re the one that I want. Para eso hacía falta una impresionante Olivia Newton-John enfundada en cuero negro llevando la batuta. Faltaban unos años para que nos atreviéramos a tanto, teníamos que vivir todavía la transformación que ella encarnó, de niñas tontas a chicas listas. Cómo se va a haber muerto esta semana a los 73 años la actriz cuya preciosa sonrisa nos acompañó desde la foto pegada en la carpeta escolar y en la pared al lado de la cama. Oh Sandy.

Grease es la película que más he visto en mi vida. Me he quedado a terminarla cada vez que me la he tropezado, y la he puesto siempre que la programaban las televisiones de los viejos tiempos. Docenas de veces y siempre me hace feliz, placer culpable. La tengo en cinta de vídeo y en cedé; la bailo en el coche en las emisoras nostálgicas de radio, para bochorno de mis hijos. Suerte no haberme quedado con la versión del estreno en mi infancia, porque el cura con su famosa tijera censuró toda la parte en la que a Rizzo (Stockard Channing) y a su novio se les rompe el condón, y ella cree estar embarazada. En nuestro cine jamás se veía un beso: cuando los protagonistas acercaban sus boca, la historia daba un tropezón repentino, cambiaba de escena y se oía un estrepitoso abucheo en la sala hasta el punto que alguna vez el acomodador encendió las luces y dio por concluida la sesión para evitar que la sangre llegase al río. O sea, que entendí el final auténtico de Grease cuando ya se había rodado Grease 2 con otros protagonistas, una afrenta imperdonable. Porque Michelle Pfeiffer, maravillosa, no era la dulce Olivia, capaz de hacernos disfrutar incluso en el pastel de Xanadú. Seguimos la peripecia vital y profesional de la protagonista de nuestro fetiche musical en la revista Superpop y similares durante años. Nos grabamos el disco Physical, supimos de su boda, de su hija y mucho después del cáncer de mama que superó, a la prevención del cual dirigió su activismo y que ha acabado por llevársela. Se ha quedado John Travolta sin su mejor compañera de baile, con permiso de Uma Thurman que le dio réplica en Pulp Fiction en otra vida, la vida adulta. Era tranquilizador que nuestros iconos juveniles Danny Zuco y Sandy Olsson siguieran en este mundo, pero ya no. Por mí se puede ir acabando ya el verano. Que empiece el nuevo curso y las Damas Rosas se reencuentren con los Thunder Birds.