Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

Decandencia Kirchnerista

El nombramiento de Sergio Massa como súper ministro económico parece una jugada desesperada, la última bala según algunos observadores, para frenar el persistente deterioro que ha colocado a la Argentina al borde del abismo

El presidente de Argentina, Alberto Fernández.

El presidente de Argentina, Alberto Fernández.

Todo indica que los hados no son propicios para el futuro del kirchnerismo/peronismo. En medio del debate sobre el nuevo giro a la izquierda continental y con la probabilidad, ya certeza para muchos, del triunfo de Lula en octubre próximo que confirmaría la tendencia, Argentina parece ir a contracorriente. De ese modo, en lugar de sumar un ladrillo al muro del progresismo regional, lisa y llanamente lo restaría.

Salvo un milagro bastante complicado, las expectativas negativas del resultado de las elecciones de octubre de 2023 penden de forma catastrófica sobre el gobierno. Otra vez, la pésima imagen de sus principales dirigentes, unida a una gestión lamentable y a las serias sospechas de corrupción, como las proyectadas sobre Cristina Kirchner y su hijo Máximo en el juicio de “Vialidad” que se sustancia estos días, pasarán factura y volverán a confirmar la vigencia del voto de castigo a los oficialismos en prácticamente toda América Latina.

Si el fracaso en las parlamentarias de noviembre de 2021 fue un duro golpe para la autoestima y las expectativas oficialistas, el agravamiento de la crisis económica y el deterioro de la convivencia dentro de la coalición gobernante solo sirven para intensificar la tendencia autodestructiva dentro del peronismo. La renuncia de la ministra de Economía Silvina Batakis, sucesora del denostado Martín Guzmán, sacó a relucir, aún más si cabe, grandes contradicciones internas en el gobierno y en la vasta constelación de grupos que lo apoyan. Se trataría, de confirmarse las predicciones más agoreras, del preludio del “sálvese quien pueda” generalizado que tendría lugar tras la gran catástrofe.

El nombramiento de Sergio Massa como súper ministro económico parece una jugada desesperada, la última bala según algunos observadores, para frenar el persistente deterioro que ha colocado a la Argentina al borde del abismo. Massa, hasta ahora presidente de la Cámara de Diputados y tercero en la línea sucesoria presidencial, siempre se ha caracterizado por una desmedida ambición de poder y cree ver en un posible salvataje económico el trampolín que lo conduzca a la Casa Rosada el año próximo.

Para poder cumplir con sus aspiraciones, el nuevo ministro debe resolver importantes retos. La inflación podría superar el 100% anual, la paridad peso/dólar es cada vez más desfavorable y las reservas del Banco Central se evaporan sin remedio y a una velocidad de vértigo. No hay manera de contener el gasto público ni detener la sangría que suponen unos subsidios multimillonarios, ya que el kirchnerismo asocia su futuro político a la posibilidad de gastar de forma ilimitada y al mantenimiento del clientelismo.

A las ya difíciles relaciones entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, caracterizadas por un fuerte sentimiento cainita, hay que sumar la incorporación de Massa al gabinete. Su misión imposible es rescatar una nave a la deriva y llegar a octubre de 2023 en las mejores condiciones posibles. Pero, tanto la profundidad de la crisis como el largo tiempo restante para los comicios suponen obstáculos casi insalvables. La gran duda es si primará el interés general, aún a costa de grandes sacrificios y renuncias o, por el contrario, el interés particular y el cálculo político condicionarán las respuestas a la crisis.

Todo ocurre ante un choque de egos marcado por la impotencia presidencial, teniendo en cuenta que la llegada de Massa ha limitado todavía más el ya escaso margen de maniobra de Fernández. A esto se agregan los temibles recelos de la vicepresidenta, ya que nada ni nadie deben ensombrecer a la máxima encarnación del progresismo argentino. El triángulo nada amoroso que sustenta al actual gobierno se sostiene sobre bases muy endebles. Hasta ahora, la continuidad de Fernández en la presidencia descansaba en el rechazo, casi visceral, de Cristina Kirchner a reemplazarlo. Un paso en esa dirección la obligaría a responsabilizarse de todos los males del país, poniendo en peligro lo que cree es su gran legado histórico vinculado a su anterior gestión presidencial.

Sin embargo, lo que viene es todavía más complicado. La nueva presidenta de Diputados, Cecilia Moreau, no tiene ni el prestigio ni la experiencia política de Massa. En el caso de una doble renuncia (del presidente y de la vicepresidenta), la gobernabilidad sería un verdadero problema, situando a la Argentina a solo un paso del precipicio.

Por eso, el abandono de un barco a punto de hundirse pondría a su capitana en una situación sumamente delicada. Un acto de esa naturaleza no sería entendido por la mayor parte de sus seguidores. Peor aún, se asociaría claramente con la cobardía, una conducta imperdonable en política. Una reacción semejante, que aceleraría la decadencia del kirchnerismo, llevaría a la descomposición del peronismo en una serie de grupúsculos irreconciliables, condenándolo a una larga y temida travesía del desierto, muy lejos del poder, su indiscutible zona de confort.