Opinión | VERANO

Aprovechar el tiempo de descanso

Una vez al año pactamos que nos olvidamos de los problemas: la única competencia que nos planteamos es la de la mesa en el chiringuito

Bañistas colman la playa de la Malagueta

Bañistas colman la playa de la Malagueta / Efe

La playa es ese lugar que nos recibe tras un largo invierno cargado de cansancio. Es la foto a la que nos escapamos cuando el año se pone cuesta arriba. Son los nervios de cuando te despiertas sonriendo porque al poco volverás a tumbarte al borde del mar. Los días eternos que empiezan estirando una toalla como si fueran sábanas limpias. El verano es también darnos permiso, incluso para gastar por encima de nuestras posibilidades. Recuperamos la paciencia, la base de la convivencia. Todo importa menos y todo se permite más. Una vez al año pactamos que nos olvidamos de los problemas. Solo importan el libro, la revista, la cerveza, las chuches, las patatas y lo que se te ocurra. Todo junto. Las preguntas de mayor trascendencia son ¿dónde comemos? Y ¿has reservado? La única competencia que nos planteamos es la de la mesa en el chiringuito. Si la operación mesa ha sido exitosa, tras la ingesta, uno destila a siestas. Al rato recuperas la orientación cuando suena el toque de corneta: casa, ducha, cena y lo que surja, siempre dormir menos de lo planeado. Así suena la felicidad durante el tiempo de descanso. Qué más se puede pedir.

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En la orilla civilizadamente los congregados se reparten las parcelas. Si son muchos y ruidosos se suelen poner al fondo, los más callados cerca; los padres les dicen a sus hijos que pasen despacio entre la gente para no levantar polvareda y nunca falta el que le dice al niño gritando que no grite. Si se quiere disfrutar de forma colectiva hace falta mirar también por el vecino. Sin embargo, los últimos años observo una evolución en las playas y no sé si a ustedes les ha pasado. A la tradicional nevera y cesta con toalla se ha añadido una especie de carrito-remolque en el que van sillas, mesas, palas, sombrillas y hasta toldos. El material ha evolucionado a gran velocidad y el consumismo se ve también en el avituallamiento playero. Algunos parecieran medirse con los de las colas en el Everest equipados en el Decathlon. Nuevos artilugios con los que hacerse con más superficie, montar el campamento base playero, la recalificación de la orilla. Los terrenos se demarcan y se mira por encima del hombro a los aficionados. El dominguero es el que solo tiene toalla. La tumbadera toma tintes de okupación, de reivindicación, de conquista a base de sombrillas. Manda la ley del que llega antes. Se intuye la frustración del que vive arrinconado. Aquí sí puedo hacer lo que me dé la gana.

Después llega la nueva batalla, la sonora. La playa se ha convertido en una zona de alta intensidad acústica. El chiringuito llama a pedir mojitos con música. El vecino de sombrilla cambia la revista por el móvil y se pone al día con los videos de todos los chats. ¿Bajar el volumen? ¡Para algo estoy en la playa! Los del toldo ponen el reggaetón en el altavoz bluetooth y compiten por imponer su canción cada uno desde su móvil. El socorrista por el altavoz recuerda las pocas normas que nadie cumple. Difícil mantener una conversación sin gritar. Ninguno piensa en el de la sombrilla de enfrente, se pierde la convivencia toallera. Si no le gusta váyase a otra playa o suba su propio volumen.

Nos empujan, incluso en el momento más feliz del año, al sálvese quien pueda y los que venimos de Madrid ya tenemos demasiado de eso cada día. Se anuncian tiempos en los que va a hacer falta solidaridad y parece buena época para entrenarla. Quizá deberíamos aprovechar este tiempo de descanso para pensar más en el de al lado.