Opinión | LA MIRADA DE AGOSTO

La ballena blanca del verano

Cuando aún no te has zambullido en las vacaciones, éstas son una promesa blanca, como un folio en blanco que rellenar

Una ballena blanca en el mar.

Una ballena blanca en el mar.

Un mes en blanco, el agosto como símbolo del verano y también de la rutina por los aires y de la novedad del imprevisto, aunque luego todo sean planes y siestas, mochilas y fiambreras de playa. Será luego. Ahora, cuando aún no te has zambullido en las vacaciones, son una promesa blanca, como un folio en blanco que rellenar, un cuestionario que completar, el blanco mental que dejan las piezas que faltan en un puzzle. También son un poco de vértigo: nos reinventamos en el ocio y transitamos por una vida distinta a la que estamos acostumbrados. El tiempo es precioso y no queremos perderlo, lo que queremos es poder decir, cuando se cierre esta ventana luminosa, qué bien lo hicimos, cuántas cosas, fue estupendo. ¿Cómo no temer también esta blancura por delante, tan cargada de posibilidades?.

 En esta época del año, hace ya décadas, una ballena blanca surca las aguas del Pacífico y en sus visitas a la costa este australiana levanta expectación. En realidad no es blanca, sino albina, la primera del mundo que se conoció de estas características. Tiene un nombre, Migaloo, que en lengua aborigen significa "amigo blanco", que parecería las antípodas de lo que se espera de una ballena blanca, ahí está el referente de Moby Dick y su poder destructor físico y metafórico.

Migaloo es tan «amiga» que cada avistamiento suyo es muy celebrado. Se avistó por primera vez en 1991 en la costa de Byron Bay, y su itinerario es conocido: durante dos o tres meses viaja hasta la Gran barrera del coral en el norte. Como si de una vuelta ciclista se tratara, sus distintas etapas son seguidas por redes sociales. Luego desaparece. A Migaloo la buscan como a la ballena que obsesionó al capitán Ahab, y ya en 2003 Australia la tuvo que declarar de especial protección, estableciendo multas millonarias a quien se acerque más de 500 metros del animal por mar o aire, y garantizar por ley hasta escolta policial. 

La blancura de Migaloo, su anomalía en la pigmentación, la hace especialmente vulnerable por ser distinta, llamativa por su diferencia al resto de los animales, no hay apenas ninguna otra igual: a menudo se ven pequeñas crías de ballena blancas, porque nacen con la piel muy pálida, pero se oscurecen con la edad, y solo se han identificado otras tres ballenas como ella, una llamada Migaloo junior, de las que aún hay menos avistamientos. 

La fiebre por la búsqueda de la ballena blanca australiana está aplacada porque desde 2020 no se ha visto. Desapareció antes de la pandemia, curiosamente. El hallazgo del cadáver de una ballena de piel clara en la costa del país disparó todas las alarmas y consternación ciudadana, aunque los expertos enseguida descartaron que se tratara de Migaloo. Los científicos apuntan que la crisis climática puede haber llevado al fabuloso animal a otras aguas más convenientes por temperatura o alimento, pero que volverá. Calculan que la ballena, un macho de 35 años, alcanza ya 14 metros de longitud, y con la edad irá haciéndose cada vez más esquiva.

  Pero como si la promesa de ese misterio fuera un aliciente que necesitamos, los científicos insisten que este año puede ser el que vuelva a emerger de las aguas para sepamos que sigue ahí, pese a este calentamiento global que lo trastorna todo y limita las esperanzas. Esa blancura que hace de su excepcionalidad una razón para creer que todo es posible incluso ahora, en estas fechas en que todo empieza, al menos un rato, de nuevo

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