Opinión | El lápiz de la luna

La (des)protección del menor

A los hijos a veces hay que protegerlos de sus propios padres

Imagen de archivo de un grupo de menores con sus madres en un parque infantil.

Imagen de archivo de un grupo de menores con sus madres en un parque infantil. / GUSTAVO SANTOS

Cuando un adulto se convierte en padre o madre se presupone que nace, junto al bebé, una consciencia superior en la que no cabe el egoísmo. El egoísmo tiene muchos disfraces y todas las personas, en cierto modo, tendemos a serlo. Sin embargo, no es una emoción que case muy bien con la paternidad o la maternidad porque entonces los niños quedan desprotegidos.

Las guerras de los adultos son de los adultos y así debería ser siempre. Por tanto, los niños no deben presenciar ni las discusiones ni los desacuerdos entre sus progenitores, porque hay que ponerlos a salvo. Hay que protegerlos no solo físicamente, sino emocionalmente también.

Estos días ha estado circulando por las redes sociales y en los programas sensacionalistas el vídeo de una madre desgarrada porque la policía se presentó en su casa a realizar la retirada de la menor para entregársela a su padre, quien actualmente tiene la custodia. En las imágenes se ve a una madre gritar, llorar y tirarse al suelo presa del dolor por la pérdida. Entiendo perfectamente el desgarro que sentía, pero ¿era necesario manifestarlo así delante de una menor de dos años? ¿Acaso esa reacción desproporcionada delante de la pequeña no hacía la separación más difícil y, por ende, traumática?

A los pocos minutos de que el vídeo se hiciera viral, las redes se llenaron de opinólogos criticando una sociedad, una democracia y una política que le quita su retoño a una madre. ¿Saben qué? A los hijos a veces hay que protegerlos de sus propios padres.

Les explico lo siguiente: cuando la policía efectúa la retirada de un menor en el domicilio familiar lo hace porque el progenitor que debía entregarle la niña al padre custodio se saltó los pasos anteriores. Paso número uno: el juez dicta sentencia y le da a la madre un plazo prudencial, con su periodo de adaptación, para que entregue a la niña. Paso dos: el primer paso se ha violado y se acuerda que la entrega se hará en un punto de encuentro familiar, con profesionales de la psicología y del trabajo social presentes. Paso tres: se han violado los dos pasos anteriores y debe intervenir la policía.

La madre de Ángel no es una víctima. El padre de Ángel no es una víctima. La única víctima en este juego cruel de adultos es la niña"

La madre de Ángel no es una víctima. El padre de Ángel no es una víctima. La única víctima en este juego cruel de adultos es la niña. ¿Se podría haber evitado que la niña viese a su madre gritar y tirarse al suelo? Sí. ¿Se podría haber realizado la entrega con normalidad en la que la niña percibiera un clima amistoso entre sus padres, en lugar de salir en brazos de una desconocida? Sí. ¿Es la sociedad, la democracia y la política la culpable de que esta situación llegara a un extremo tan doloroso para una bebé de dos años? No.

Los adultos que eligen -porque les recuerdo que hasta que Vox no prohíba el aborto, la paternidad y la maternidad se eligen- ser padres deben tener presente que su dolor queda relegado a un segundo plano cuando la manifestación de ese dolor pone en riesgo la salud física o emocional de su criatura. A Jennifer Lara le ha dolido muchísimo perder la custodia de su pequeña, eso lo entendemos, pero su dolor lo debe vivir arropada por adultos y con la ayuda psicológica y legal pertinente. Ese vídeo quedará siempre en internet, porque lo que pasa en las redes se queda en las redes. Y Ángel, cuando sea adolescente y cuando sea adulta, verá la imagen de una pequeña que no entiende lo que sucede a su alrededor porque su figura de seguridad (en este caso la madre) no ha sabido protegerla y la ha expuesto de por vida. Ha desnudado su dolor para mostrarlo al mundo, sin importarle -o sin ser consciente- de que mercadear con el sufrimiento de un hijo no es protegerlo