Opinión | MEDIO AMBIENTE

Cinco retos ante los incendios

Tenemos una asignatura pendiente que como sociedad vamos postergando indefinidamente: revertir el hundimiento rural, especialmente de las zonas menos productivas

Un medio aéreo trabaja en la extinción del incendio de Losacio. / EMILIO FRAILE

Un medio aéreo trabaja en la extinción del incendio de Losacio. / EMILIO FRAILE

Las sucesivas olas de calor desde mayo están recordándonos diariamente que tenemos una asignatura pendiente que como sociedad vamos postergando indefinidamente: revertir el hundimiento rural, especialmente de las zonas menos productivas (montañosas) tanto en el sentido demográfico (despoblación) como de su gestión a través de la agricultura y ganadería extensivas, la gestión forestal y la caza.

Está fuera de toda duda que el cambio climático causa una mayor frecuencia de situaciones críticas como la actual pero sería confundir la escala espacial y temporal si lo fiáramos todo a revertirlo como es deseable y ampliamente compartido. Los expertos en extinción forestal más reconocidos en un inusual ejercicio de generosidad llevan años recordándonos que solo hay una opción: dejar de apostar desproporcionadamente por la extinción como la respuesta comprensible pero insuficiente para pasar a prestar mucha más atención al estado del territorio que sufre los incendios y recuperar la gestión con el objetivo de reforzar su resiliencia ante los fuegos y otros efectos del cambio global (sequías, vendavales, nevadas, insectos, …).

Disponemos de uno de los sistemas más sofisticados de lucha contra los incendios forestales del mundo que es capaz de extinguir un porcentaje altísimo de fuegos en su inicio, lo que comporta la llamada «paradoja de la extinción», definida por el hecho de que cada vez más un porcentaje muy pequeño de fuegos sea responsable de la mayor parte de la superficie afectada, que no necesariamente calcinada. Cuando se juntan situaciones meteorológicas críticas y simultaneidad y un fuego no puede ser apagado en las primeras horas perdemos todo lo que hemos ganado apagando miles de fuegos antes cuando aún eran conatos.

En la salud ya está superado desde hace tiempo el enfoque de priorizar el efecto para abordar sus causas, por ejemplo las formas de vida insanas que generan altos niveles de colesterol o azúcar y cada vez se apuesta de una forma más insistente por la prevención incorporando modos de vida sanos de la población pero lamentablemente esa reflexión no se ha sabido trasladar a los incendios donde aún vende más hacer volar aviones y helicópteros aunque su efecto sobre un fuego embravecido no deje de ser meramente testimonial.

La única alternativa en la escala temporal y territorial de la que somos responsables aquí y ahora es actuar sobre el territorio en un doble sentido: 1) reducir la carga de biomasa disponible para arder y que actualmente se multiplica en muchos lugares por 3-10 veces la capacidad técnica de extinción lo que la hace imposible poniendo en peligro irresponsable a los efectivos. 2) generar discontinuidades en los lugares estratégicos que pueden hoy identificarse previamente mediante modelización de incendios.

Para ello, lo más lógico y económico es recuperar las herramientas tradicionales del sector primario: la gestión forestal aprovechando la madera, leñas y otros productos que ofrece, el pastoreo extensivo de los espacios abiertos y bajo la cubierta forestal, recuperar antiguos cultivos abandonados que generen o controlado con el fin de reducir la vegetación del suelo y evitar que un hipotético incendio salte a las copas de los árboles. Integrando todas ellas podemos recuperar una buena parte de los costes asociados y generar cadenas de valor local idealmente explicitando su contribución a la prevención de incendios.

Además, estos bosques serán más resilientes (resistentes) a otras amenazas del cambio climático como las sequías, vendavales, fuertes nevadas o ataques de insectos. Y producirán biomasa y madera, materias primas estratégicas en la lucha contra el cambio climático en el caso de la biomasa evitando la importación de combustibles fósiles y en el de la madera reduciendo considerablemente la necesidad d energía en comparación con la construcción convencional basada en cemento y hierro además del secuestro de carbono a largo plazo en la propia madera utilizada. Una estimación conservadora de refuerzo del uso de la biomasa preferentemente térmica y de proximidad a niveles mínimamente razonables supondrá reducir las importaciones de hidrocarburos más de un 10 % lo que reduciría además las emisiones de CO2 considerablemente.

Los elementos finos que son los que arden de los bosques son también los que retienen mucha agua cuando llueve

Los elementos finos que son los que arden de los bosques son también los que retienen mucha agua cuando llueve. El crecimiento de los bosques y matorral y su densificación explican como en pocas décadas en la cuenca del Ebro la disponibilidad de agua se haya reducido en un 50 % sin que la precipitación haya variado. Si gestionamos los bosques también conseguiremos recuperar una significativa parte del agua que ahora perdemos por retenerla la densidad de los bosques en la actualidad.

Y es precisamente esa gestión la que puede sustentar muchos puestos de trabajo que retengan la población e incluso que atraigan nuevos moradores revirtiendo el reto de la despoblación que proviene en buena medida por el abandono de los recursos cuya puesta en producción resulta además clave para la prevención de incendios.

La apuesta por la gestión de nuestros montes no solo puede permitir reducir el riesgo de sufrir incendios catastróficos con los riesgos que comportan, sino que permitirá abordar el reto demográfico, la transición y dependencia energética, aumentar la disponibilidad hídrica y aumentar la resiliencia de los bosques, además de crear y sostener empleo verde en el mundo rural. Difícilmente una inversión pública puede tener tal efecto multiplicador.