Opinión | IGUALDAD

La prescindibilidad de las mujeres en política

Lamentablemente, las mujeres además de opinables también somos bastante prescindibles. En política mucho más prescindibles que los hombres, especialmente en los partidos tradicionales

Adriana Lastra.

Adriana Lastra. / Efe

La semana pasada se ha comentado largamente la renuncia de Adriana Lastra a su cargo, como la de Dolores Delgado. Los movimientos de las mujeres siempre son más opinables. Ya estamos acostumbradas a que se opine sobre nuestros cuerpos, nuestra ropa, nuestro carácter, nuestra maternidad, nuestra ambición profesional y, por supuesto nuestras aspiraciones políticas. Somos muy opinables. Así que yo no quiero opinar sobre la decisión de Lastra, que respeto profundamente, pero sí sobre la actuación de su partido, que mientras hace bandera de feminismo, no fue capaz de decirle “no te vayas, tómate el tiempo que necesites y vuelve a tu puesto, nos hacemos cargo”.

Lamentablemente, las mujeres además de opinables también somos bastante prescindibles. En política mucho más prescindibles que los hombres, especialmente en los partidos tradicionales. Aunque no todos lo manejan de la misma manera, ni tienen las mismas tácticas “disimulatorias” en una era en la que ya no es políticamente correcto que se te transparente la misoginia -sirva este término no tanto en su acepción de aversión a las mujeres, sino de falta de confianza en ellas-.

En la derecha las mujeres que alcanzan el poder mandan bastante y no tienen problemas para consolidarlo o permanecer en él. El problema es que muy pocas llegan. El PP no ve necesidad de alcanzar cuotas paritarias o de promover la igualdad en los cargos. El argumento es que llegue la persona mejor preparada, sin darse cuenta de que, en un sistema que funciona por círculos de confianza y la confianza de los hombres suele compartirse con sus iguales, las cuotas no son más que una herramienta imprescindible para que las personas mejor preparadas no se queden fuera de estos círculos donde se reparte el poder. Ellas han de subir a pulso y salvando muchos más obstáculos que sus compañeros. Quizás por ello algunas de las que llegan son francamente extraordinarias. También es cierto que en las cúpulas de este partido abundan los altos funcionarios y, por su experiencia profesional, la presencia de hombres y mujeres en los puestos está tradicionalmente más asumida, ya que el acceso por oposición ha quitado muchas de estas barreras y, por tanto, también son menos dados a la expulsión de las mujeres. Así que hay menos, pero las que hay mandan bastante y llegan para quedarse. El problema es que, al no haber asumido compromisos de paridad, seguramente tardarán décadas en alcanzarla y, mientras tanto, estarán prescindiendo del talento de muchas mujeres que tienen en sus filas.

En la izquierda tradicional el problema es distinto. Hacia afuera su compromiso con la igualdad es inquebrantable, la paridad se aplica de manera rigurosa -donde obligan- y su discurso abraza la diversidad y expresa ideales feministas. En las formaciones como el PSOE o IU no suele haber un problema de presencia de mujeres que, inevitablemente, es paritaria. Pero siendo sinceras, las mujeres ahí habitualmente no mandan. Salvo honrosas excepciones, entre las que formalmente ostentan un cargo de poder, la mayoría no ejerce un poder real a la hora de tomar decisiones en sus formaciones políticas. Y las que lo pretenden, suelen durar poco.

El poder real

Así como en los partidos de la derecha vienen de una tradición de altos funcionarios, los partidos tradicionales de izquierda beben de la tradición sindical, que nunca se ha caracterizado por tener grandes liderazgos femeninos. Ahí el poder real sigue en manos de unos pocos hombres que, al decidir los nombramientos, se reparten los cargos dejando huecos para incluir a mujeres que les permitan cumplir con el compromiso de paridad. Comparten la lista, que no el poder real. Normalmente ellas, salvo alguna excepción, nunca están decidiendo esos repartos. Por eso resultan más prescindibles, porque el acuerdo no es con ellas sino entre ellos. Es importante que no duren mucho en el poder ya que, si lograsen consolidarlo, se pondría en riesgo el statu quo del poder real, que sigue estando en manos de los señores que manejan los hilos. La endogamia es menos ganadora, pero mucho más cómoda.

Seguramente este análisis desatará críticas incluso entre las agraviadas que sufren este modus operandi de los partidos de la izquierda. Bienvenidas. Como las de la derecha insistirán en que no hay necesidad de cuotas porque que lleguen los mejores. Bienvenidas también. A todas os digo que deberíamos trabajar juntas, debatir y analizar qué pasa con el poder real y por qué las mujeres, que somos la mitad de todo, no compartimos casi nada. Por qué las que llegan lo hacen en las circunstancias más adversas. Por qué excelentes candidatas como Chacón o Saenz de Santamaría no ganan primarias. Por qué pensáis que poner esto en cuestión es un riesgo y os veis en la necesidad de salir a justificar lo inexplicable.

Falta analizar aquí qué pasa con los nuevos partidos, y si la lógica que opera es poco o muy distinta. También pendiente ver qué pasa con los partidos donde formalmente quienes mandan en la cúpula son las mujeres y si estas se dejan llevar por la misma endogamia que practican los señores poderosos, o si están más abiertas a la diversidad. Eso será ya en otra columna.