Opinión | EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

Los 'Uber files' no son poca cosa, ¿o sí?

Uber apostaba por una política mucho más agresiva para quedarse con todo el mercado debilitando a sus rivales ofreciendo grandes descuentos. Para ello era fundamental que no hubiera resistencia política

Usuaria de app de Uber en coche con conductor.

Usuaria de app de Uber en coche con conductor. / AGUSTÍN CATALÁN

Parece que ni hubiera pasado. Hemos recibido tantas noticias después, que el enésimo escándalo de la plataforma digital Uber ha terminado sepultado. En estos tiempos convulsos nada parece ser suficientemente dramático para aguantar 24h como noticia principal, pero los Uber files no son poca cosa. ¿O sí?

Si Uber llamaba, se ponían al teléfono. Si escribía un mensaje, se le contestaba. No había puertas cerradas para ellos y lo hemos descubierto gracias a la investigación realizada por el Consorcio Internacional de Periodistas sobre uno de los grandes símbolos de la economía digital. En cuestiones de lobby también iba a por todas. Como buena historia tiene buenos actores. Hablamos de una amplia red de sobornos, presiones y otras anomalías por parte de los directivos de Uber donde salen nombres como Emmanuel Macron, Benjamin Netanyahu, la que fue vicepresidenta de la Comisión Europea Neeli Kroes y el mismísimo Putin. Contaban con consejos de primeros ministros como el de Países Bajos, Mark Rutte "Ahora mismo se os ve como agresivos", le decía al fundador de Uber, Travis Kalanick, en 2016. "Cambia la forma en que la gente ve a la empresa haciendo hincapié en los aspectos positivos”. "Esto te hará parecer más amable".

¿Su objetivo? Crecer, y hacerlo rápido. Al contrario de empresas más convencionales que pasan por el proceso de concesión de licencias o trabajan para cambiar las leyes que rigen los servicios, Uber apostaba por una política mucho más agresiva para quedarse con todo el mercado debilitando a sus rivales ofreciendo grandes descuentos. Para ello era fundamental que no hubiera resistencia política ante su desembarco en las ciudades. ¿Qué hacían? Mapeaban y clasificaban a sus interlocutores públicos en diferentes niveles según la hostilidad o predisposición para dejarles operar. ¿Y si alguien no estaba de acuerdo? ¿Y si se encontraban con la típica persona que hace preguntas? Ahí se ponía en marcha la cloaca. Nada estaba descartado. ¿Presionar a alguien con su vida personal? ¿Amedrentar con el entorno? ¿Hacer que se acabe aislando al disidente? Prácticas por desgracia están a la orden del día y si no, escuchad el audio donde sale el Inspector de asuntos internos que investigaba a Villarejo.

De momento leo principalmente detalles de prácticas lobistas cada vez que desembarcaban en un país. Que si llamadas a los políticos de turno, que si buscar su favor para que les presentaran a otros políticos, que si sembrar el caos. Más de 124.000 documentos. Algo que nunca habíamos visto con tanta transparencia pero que sin duda conocemos desde hace tiempo en sectores tan tradicionales como la construcción aunque a menor escala aparentemente. Recordemos la cantidad de multas que lleva la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia a las seis grandes constructoras del país por funcionar como cárteles para adjudicarse contratos del sector público sin mayor obstáculo.

Por tanto, coincido en que es fundamental blindar la influencia del poder económico sobre el poder ejecutivo, pero también ser capaces de distinguir entre tanto escándalo. A mí personalmente me importa menos quién conteste el teléfono y más la cultura machista, las violaciones a pasajeras o los abusos sistemáticos a los conductores. Si no la habéis visto os recomiendo la serie Súper Pumped, que explica bien la cultura del pelotazo digital donde lo único que importa es ganar y da igual a costa de qué.