Opinión | OTAN

Reflexión sobre la cumbre de Madrid

Jens Stoltenberg, Joe Biden y Pedro Sánchez conversan durante la cumbre de la OTAN en Madrid.

Jens Stoltenberg, Joe Biden y Pedro Sánchez conversan durante la cumbre de la OTAN en Madrid. / Reuters

Estamos comprensiblemente satisfechos con el resultado de la reciente cumbre de la OTAN, porque ha sido un gran éxito. Moncloa y Santa Cruz han trabajado bien y cuando eso sucede los resultados lo agradecen. Hacía mucho tiempo, al menos desde la Conferencia de Paz sobre Oriente Medio de 1991, que España no se apuntaba un éxito similar y hay que celebrarlos porque no andamos muy sobrados de ellos. Claro que de aquí a compararla, como ha hecho un hiperbólico Albares, con la Conferencia de Yalta (!) que consagró la división de Europa, o con la caída del Muro de Berlín, que marcó el comienzo de fin de la URSS, del Comunismo, del Telón de Acero y de aquella Guerra Fría... hay un trecho demasiado grande. Y es que, como decía Talleyrand, maestro de diplomáticos "sobre todo, hay que evitar el exceso de celo". Debería saberlo.

En Madrid se ha aprobado el nuevo Concepto Estratégico de la organización, que hacía mucha falta porque cuando se aprobó el anterior en Lisboa, en 2010, estábamos a partir un piñón con Rusia y hoy, tras su invasión de Ucrania, la consideramos "la amenaza más importante y directa para la seguridad de los aliados y para la paz y la estabilidad del área euroatlántica". ¡Ahí es nada! Algo ha fallado estos años y creo que la fecha a retener es 2014 cuando las revueltas del Maidán echaron del poder a Yanukovich, lacayo de Moscú que vetó un acuerdo comercial en el que Ucrania y la UE llevaban trabajando cinco años. Rusia vio a EEUU detrás del deslizamiento de Ucrania hacia occidente e invadió Crimea y desestabilizó Donbás como aviso de lo que vendría si Kiev no cambiaba de rumbo, lo que en su mentalidad pasaba por colocar al frente del gobierno ucraniano a un títere de Moscú como es Lukashenko en Bielorrusia, un país que ya tiene en avanzado estado de fagotización.

Y como eso es inaceptable, en Madrid se ha acordado seguir apoyando a Ucrania con armas y dinero y tranquilizar a los vecinos, comprensiblemente nerviosos, aumentando el número de tropas en las fronteras rusas, reiterando el compromiso de defender "cada centímetro del territorio aliado", y aumentando el potencial de la Fuerza de Despliegue Rápido. También se dedican algunas -pocas- líneas al Sur, el Sahel, que me temo que va a exigir mucha más atención por parte de la OTAN en un futuro muy próximo. Ojalá me equivoque.

No veo lo de Ceuta y Melilla tan claro como dice el gobierno porque independientemente de que sea impensable no contar con el apoyo de los aliados en caso de ataque, ese apoyo no sería automático (artículo 5) sino que abriría consultas (artículo 4) para decidir por unanimidad qué hacer. Porque Ceuta y Melilla (como Hawai o Tahití) no están en Europa o Norteamérica y no son islas al norte del Trópico de Cáncer, que es el territorio que protege el Tratado fundacional de la Alianza, y eso no ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es la referencia explícita a "preservar la integridad territorial de todos los aliados". Pero, repito, en el marco del artículo 4 y no 5.

Me preocupan más las diez referencias a China, cuyas "ambiciones declaradas y las políticas coercitivas... ponen en peligro nuestros intereses, nuestra seguridad y nuestros valores". China había quedado fuera del radar de la OTAN, que es una organización defensiva regional y no global, hasta que ahora Washington nos lleva a una geografía que no es necesariamente la nuestra. Pero hay que ser conscientes de que EE UU domina la OTAN porque paga el 70% de su presupuesto y es la OTAN la que garantiza nuestra defensa frente a una Rusia nacionalista, agresora y expansionista, como bien saben Suecia y Finlandia. Deberíamos saber que, como dicen los americanos, "no hay comida gratis". Si no queremos depender de Washington hay que gastar mucho más en defensa, que es algo que no entiende la ingenua izquierda nacional, anclada en eslóganes de otras épocas. En un mundo interconectado e interdependiente que se encamina hacia una confrontación hegemónica y multiforme -aunque no necesariamente militar- entre EE UU y China, no hay más remedio que elegir y cuando veo lo que pasa en Hong-Kong, Xinjiang y Tibet... no tengo dudas. Aunque los americanos se maten a tiros entre ellos cada dos por tres.