Opinión | INMIGRACIÓN

Deshumanizar lo inhumano

La Salvamar Mizar tras rescatar a 46 inmigrantes subsaharianos de una patera en dirección a Canarias.

La Salvamar Mizar tras rescatar a 46 inmigrantes subsaharianos de una patera en dirección a Canarias. / EFE / Carlos de Saá

Leí las declaraciones de un etarra en donde admitía que mataba por la espalda para deshumanizar a su víctima. Si no la miraba a los ojos, no existía. Los asesinos yihadistas cumplen sus sentencias de muerte tapándose ellos la cara. El mundo les ve como verdugos inhumanos, mientras observa el pánico en la expresión de las víctimas a cara descubierta.

Aylarn Kurdi tenía tres años cuando murió ahogado en el Mediterráneo, mientras trataba de escapar de la guerra en Siria. Fue en 2015. Su madre y su otro hermano, de cinco años, también perdieron la vida en ese trayecto. La imagen de aquel cuerpo inerte sobre la arena nos creó una gran conmoción, pero no hay nada que no cure el paso del tiempo. Según el proyecto Migrantes Desaparecidos, desde el año 2014, más de 24.200 personas han desaparecido en el Mediterráneo tratando de escapar de existencias inhumanas. La organización incide en que, tras cada desaparición, hay una existencia, una familia y una comunidad. Nosotros intentamos empatizar con esa realidad, tratamos de comprender e incluso barruntar una posible solución a tanta miseria, pero llega un momento en que, de alguna manera, nos volvemos inmunes al dolor ajeno. O, lo que es lo mismo, no lo miramos a los ojos. Lo deshumanizamos. Hablo de barcazas desaparecidas en el Mediterráneo, de víctimas de malos tratos, de población abandonada en la guerra de Ucrania, de la hambruna que asola a medio mundo o de los sintecho que duermen en los bancos del parque de al lado de nuestra casa. El mecanismo es el mismo. Ante un hecho que visibiliza una realidad, la emoción se intensifica y, poco a poco, las aguas vuelven a su cauce. Los medios de comunicación son el reflejo de ese tránsito hacia el olvido. Los primeros días, ocupan las portadas y, con el paso del tiempo, se convierten en breves escondidos entre páginas pares, en el mejor de los casos.

Le pregunté a un señor que trabaja en un departamento de Recursos Humanos de una gran multinacional cómo llevaba el trance de tener que echar a compañeros. Me dijo que antes de comunicar la noticia, se tomaba unos segundos para imaginarse a sí mismo en un glaciar helado. La frialdad es su manera de protegerse ante las emociones. Me admitió que les miraba poco a los ojos y que se daba cinco minutos para comunicar el despido. Como una depilación. Cuanto más rápido sea el tirón, más indolora es la experiencia. Para enfrentarnos a la parte oscura del mundo necesitamos ciertas dosis de anestesia. No podemos vivir angustiados por todos los males que afectan a la población, pero tampoco se puede vivir sin mirar a los ojos y deshumanizando las situaciones inhumanas.

El hombre se sienta a ver los coches pasar. No lleva zapatos y su camisa está abierta. Detrás del banco donde está sentado, una agencia de viajes promociona en una gran pantalla de bombillas led las escapadas de fin de semana, los cruceros de verano y estancias en hoteles del Caribe. Se ven imágenes de familias bajando unos rápidos en canoa o de parejas disfrutando de un atardecer en el océano. Un grupo de amigas se queda embobada mirando las promociones. El hombre baja avergonzado la cabeza, pero ellas ni lo han visto. Es una de las paradojas actuales.

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