Opinión | DIVIÉRTETE AHORRANDO

Las despedidas bio

¿Cómo mirar de frente al hecho de que ese vínculo no tenía otra razón de ser que la mera coyuntura? ¿Qué decir en el momento en que esa terrible verdad amenaza con volverse explícita?

Una persona alzando la mano para decir adiós.

Una persona alzando la mano para decir adiós. / Unplash

Llega julio. Se terminan los másteres y estudios, los interinos dicen adiós a su puesto y otros probarán fortuna en nuevas ciudades el próximo curso. El mes de julio es tiempo de despedidas. El mes de julio toma su nombre del osado Julio César. El mes de julio se burla de los corteses y premia a los valientes. 

Todo el mundo estará de acuerdo: es muy duro como dar el adiós definitivo a una relación estrecha. Y, sin embargo, el ritual es sencillo: abrazos, llanto y la promesa de no olvidarse nunca. Lo complicado, en cambio, es el adiós definitivo en esos vínculos de coyuntura, ahí donde pudo haber simpatía, afecto, y hasta un espejismo de cariño; pero nada que no se extinga con un poco de tierra de por medio.

¿Cómo mirar de frente al hecho de que ese vínculo no tenía otra razón de ser que la mera coyuntura? ¿Qué decir en el momento en que esa terrible verdad amenaza con volverse explícita? Son despedidas por lo general abruptas, que se suelen dar en un ascensor, un vagón de metro o en los asientos de atrás de un coche. Nadie las acondicionó, nadie previó la liturgia y aun así esta se abre paso porque, te pongas como te pongas, lo definitivo asusta un poco. Unos pocos segundos que nos clasifican para siempre.

Ante esa prueba de fuego, las valientes, tocadas por la gracia de Julio César, se despiden como deben. Las valientes son las personas capaces de atravesar esos segundos sin caer en formulismos. Dicen adiós, ha sido un gusto, que te vaya bonito y luego guardan lo que a las corteses más miedo nos da: silencio. Ellas saben que están en el lado correcto de la historia: su adiós es real good bye, 100% natural, una despedida bio.

El nuestro, en cambio, trae consigo una ristra de aditivos y edulcorantes: por favor no perdamos el contacto, tenemos que vernos, una cenita o algo. A las corteses a menudo nos toman por sentimentales, pero no lo somos, simplemente tenemos horror vacui y las verdades nos gustan más cuando vienen procesadas.

Escribo estas líneas por lo mismo que Briony Tallis tomaba la pluma en aquella novela: puritita expiación. Ayer fue mi último día en un trabajo. Dos compañeras me acercaron a la estación. Estaba preparado. No quería ser solemne. “Un gusto conocerte”. Su sonrisa era sana. Yo no quería añadirle calorías innecesarias a la despedida. Y he intentado bajarme aprisa para no darme tiempo, pero ha dado igual porque soy muy rápido, y antes de cerrar la portezuela ya les había dedicado toda una serie de promesas que ellas no necesitaban oír y yo no quería cumplir. Luego, por fortuna, la estruendosa risa de Julio César me libró de tener que oír su silencio.