Opinión | ECONOMÍA

Un pacto contra la inflación

Todas las fuerzas políticas y sociales deberían de estar dispuestas a arrimar el hombro para hacer frente a la pérdida de poder adquisitivo

Clientes en un supermercado.

Clientes en un supermercado.

La inflación del 1,8% en el mes de junio, estimada ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE), aumenta la tasa anual hasta el 10,2%, lo que supone una pésima noticia y revela los límites de las medidas adoptadas hasta ahora por el Gobierno frente al incremento del coste de la vida. Indica que el poder adquisitivo de los españoles se ha deteriorado tanto en un mes como durante todo el año 2018.

Este deterioro constituye una amenaza de primer orden para la estabilidad económica y tendrá un impacto sobre el nivel de vida de todos los sectores sociales, particularmente, los más vulnerables. Por otra parte, como la historia ha demostrado, también constituye un peligro para la salud de nuestras instituciones democráticas. ¿Qué puede hacerse, a la espera de las decisiones del Banco Central Europeo sobre los tipos de interés sabiendo que no podrán ser tan contundentes como cabría pensar en otra coyuntura, si no se quiere provocar la temida estanflación?

Creemos que, cuando el INE disponga de los datos definitivos de junio, el Gobierno debería examinar en qué sectores se ha producido una mayor tensión inflacionaria. Podría ocurrir que, en algunos casos -alimentos, bebidas y restauración- las ayudas no hayan servido para controlar los precios, sino todo lo contrario. Los males de la economía española tienen que ver con la desconfianza de sus actores. Y en un contexto tan adverso, la confianza solo se podrá recuperar si las principales fuerzas políticas llegan a un acuerdo.

Apoyando un pacto de rentas, como se hizo hace 45 años, cuando la inflación alcanzó el 23% y amenazó con derribar la frágil democracia española. Los tiempos no son los mismos, pero como hemos visto en la cumbre de la OTAN, Europa hace frente a una guerra que puede ir para largo. Y las guerras siempre han requerido de acuerdos de Estado para hacer frente a sus consecuencias.

Por mucho que se trate de un fenómeno más general, no podemos resignarnos a semejante inflación. Aun sabiendo que sus causas primigenias están en la guerra de Ucrania ningún país que aspire al bienestar y a la cohesión social puede quedarse de brazos cruzados. Las medidas adoptadas hasta ahora para paliar el deterioro de las rentas más bajas son oportunas pero insuficientes. Compensar el alza de los precios de los combustibles, ayudar a los usuarios del transporte público y aprobar bonificaciones son decisiones bienintencionadas que pierden su eficacia cuando la inflación pasa de los dos dígitos. El tope del coste del gas adoptado por España y Portugal pareció una buena medida.

Sin embargo, el hecho de que la inflación subyacente –que no tiene en cuenta la energía y los alimentos frescos– haya aumentado el 5,5% indica que la acción gubernamental tiene que ir más allá. Con medidas quirúrgicas más precisas, destinadas a los sectores más inflacionarios, y con una propuesta de pacto de Estado todas las fuerzas sociales y políticas dispuesta a arrimar el hombro.