Opinión | POLÍTICA

La eficaz autodestrucción de Mónica Oltra

La dimisión inmediata de la exconsejera de Igualdad debió producirse cinco años atrás, en cuanto se conoció la acusación contra su entonces esposo

Mónica Oltra.

Mónica Oltra. / EP

Qué fácil suele ponérselo la izquierda a la derecha. "La gente está muy harta de que la estafen y la tomen por tonta, con explicaciones del tipo de ‘no me consta’". Así habló Mònica Oltra en 2013, antes de cometer todos los errores que enunciaba y denunciaba. La política que conocimos y respetamos con las camisetas de 'Sobran chorizos' o 'Mango' debió dimitir, y no la semana pasada ni este martes, sino cinco años atrás. Para concretar, en cuanto se acusó a su entonces esposo de abusar de una menor bajo tutela de la propia líder de Compromís, a través de la conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas que había asumido pese a que "critico a la jerarquía feminista".

El sospechoso acantonamiento de Oltra en el cargo es peor que el crimen que se investiga, es un error monumental que nunca debieron permitir por higiene social sus correligionarios ni sus socios. Todo el mundo recuerda la forma en que se le cortó el aliento, al enterarse de la historia abyecta narrada desde Valencia, y de la pasividad de los políticos afectados, con el aval ahora de dos sentencias a cinco años de cárcel que obligaban a la cirugía política de urgencia.

Al no cambiar inmediatamente de departamento autonómico a raíz de la denuncia a su marido, tal vez porque "la exposición pública te presiona mucho pero estoy cómoda porque la he elegido", la vicepresidenta valenciana dinamitaba su propia carrera política, no ayudaba a su marido, lesionaba fatalmente a la Generalitat que no merecía verse inmersa en el tinglado, reivindicaba un papel providencial en Compromís, abría otra vía de agua en el cascarón de Yolanda Díaz y le asestaba un zarpazo a la continuidad de la izquierda en España a partir del año próximo. Por no hablar del daño inmenso al feminismo. Cuando el agresor es hijo o esposo de una mujer progresista, cambia el color del tornasol legislativo.

"La ultraderecha moderada ha explotado el filón con la misma astucia desplegada por los partidos de izquierda cuando ejercitaban las acusaciones populares"

Vox no podía imaginar mejor escenario que la eficaz autodestrucción de Oltra, servida en bandeja por la obstinación de la protagonista sobrevenida del escándalo. La ultraderecha moderada ha explotado el filón con la misma astucia desplegada por los partidos de izquierda cuando ejercitaban las acusaciones populares, en la corrupción inagotable de la derecha valenciana, "un fenómeno que en mi comunidad se ha hecho insostenible e insoportable". Una militante represaliada por Izquierda Unida no puede criticar a quienes denuncian, por discutible que sea su móvil, "una corrupción que es el síntoma de una democracia enferma, su estornudo".

Oltra se creyó inviolable. A partir del momento en que no se aparta de la conselleria envenenada, los errores encadenados con prepotencia han liquidado su propia carrera. La insensibilidad mesiánica de quien antaño predicaba que "no hay que seguir al líder, sino al proyecto" se creía reforzada por las informaciones en las que se destacaba en posición prominente que la abusada "ahora es mayor de edad", como si el paso del tiempo aminorara el crimen y promoviera su silenciamiento. "El niño asesinado sería ahora mayor de edad". No se trata de nuevo de la caprichosa culpabilidad penal, sino de la tozudez en negarse a calibrar la magnitud del escándalo, de la alergia a impregnarse de la atrocidad de lo ocurrido según las sentencias acumuladas.

En la borrachera disparatada de quien no se deja asesorar o solo se rodea de aduladores, Oltra carga contra una fiscal veterana y de intachable pedigrí socialista. La justicia dilucidará un comportamiento del que se reconoce que no hay pruebas fehacientes. Como mínimo, la presencia de la antigua esposa en la cima del tinglado amilanaba de alguna manera a sus subordinados, el informe solicitado es la guinda del despropósito. En un caso de corrupción del PP con partidos de izquierda en la acusación, todas las actuaciones delictivas de Jaume Matas hacia Iñaki Urdangarin se registraron a través de cargos intermedios.

La gobernante con un esposo abusador no solo ha de ser honrada, también ha de parecerlo. Embebida de sí misma, Oltra recurrió a las estratagemas que en otra época le permitían ocultar su tibieza independentista, como si manejara un dosier más y desde la certidumbre de que nunca se le aplicaría la rigidez que ella exigió contra un Francisco Camps. De ahí que la vicepresidenta valenciana recibiera el levantamiento del velo con imputación de la semana pasada con una grandilocuencia neroniana, Roma entera debía arder para preservarla.

A día de hoy, y pese a la aspiración de Oltra al martirologio, la única víctima de lo ocurrido es la menor abusada. La gobernante estaba tan absorta en su propio destino que ni siquiera tuvo el detalle de mostrar su alarma sobre la situación de partida, como si la denunciante con credibilidad judicial hubiera arruinado una familia, y sobre todo una carrera política intocable. Una larga lista de corruptos se frota hoy las manos, pero Felipe González fue el primero en reconocer que la izquierda paga un precio más elevado por los escándalos. Y a ver cuándo nacerá el primer gobernante que acepte el papel decisivo que desempeña la fortuna en los asuntos humanos.