Opinión | TECNOLOGÍA

El papel de las empresas en la guerra

No olvidemos que ahora el campo de batalla trasciende el espacio físico y se amplía a través de la tecnología a otro plano

Edificios destruidos en Járkov (Ucrania)

Edificios destruidos en Járkov (Ucrania) / EFE

Es habitual hablar de las empresas en el contexto de la guerra refiriéndonos a dos de sus facetas: a su calidad de proveedores de material militar o a su condición de víctimas colaterales. ¿Víctimas? Sí, en las guerras se ve tanto horror humano que la parte económica se pasa por encima porque resulta hasta frívola pero no son pocas las compañías que padecen las sanciones, la propia guerra en el territorio o las represalias de alguna de las partes. Sin embargo, hay otra dimensión sobre la que no he escuchado a muchos hablar y es la de su papel como actor clave en esos tiempos de destrucción del espíritu humano, como diría el escritor Henry Miller.

No olvidemos que ahora el campo de batalla trasciende el espacio físico y se amplía a través de la tecnología a otro plano. Es en ese otro plano digital en el que los Estados poco pueden hacer por sí mismos y en el que necesitan a sus grandes compañías tecnológicas. ¿Tenemos algún marco de colaboración previsto? ¿Qué rol juega cada parte? ¿Existen límites a las decisiones privadas que pueda tomar una plataforma a la que le pidan que realice una determinada acción como parte del conflicto? ¿Qué jurisdicción aplicaría en el caso de los datos personales de los usuarios de la plataforma en cuestión? Me temo que son preguntas que no se han hecho demasiado en las grandes mesas que dirigen el mundo. Quizá este sea un buen momento.

Tenemos un ejemplo sucediendo en tiempo real con la invasión de Ucrania. Prácticamente todas las empresas occidentales han tenido que abandonar Rusia por diferentes razones y las pocas que se han quedado han padecido al gobierno de aquel país, quien les ha llevado a la bancarrota (como es el caso de Google después de que Putin embargara sus cuentas). Lo cierto es que no es fácil tomar decisiones empresariales ante una situación de máxima tensión política donde cada acción va a ser interpretada por cada una de las partes en clave hostil. Lo fácil suele ser alinearse con tu gobierno, pero esa decisión tiene consecuencias económicas de diferente magnitud.

Ahora, en tiempos de complejidad, ya no solo importa que lo que opine el gobierno, sino que en la era de la hipercomunicación los conflictos tienen una audiencia global que sigue la retransmisión en tiempo real a través de las redes sociales y que a su vez opina sobre lo que deberían hacer, ejerciendo la consecuente presión. Las compañías se encuentran sometidas a gran escrutinio y se les aplaude o condena por momentos. Momentos que podrían llevar a boicots hacia sus productos o a pérdidas millonarias si se da un paso en falso. Y, aun así, a veces se les pide directamente que se impliquen de forma activa en el conflicto. ¿Está esto regulado? ¿Se les paga de alguna forma? ¿Es parte de su responsabilidad social?

Ante una llamada de auxilio en Twitter del Ministro Digital de Zelensky, Elon Musk puso a disposición de Ucrania, en cuestión de pocos días, sus satélites Starlink, dotando a los invadidos de una infraestructura de conexión que ningún país podía darles (los rusos habían hackeado al proveedor que usaba Ucrania en sus comunicaciones). La velocidad de respuesta -para aportar una tecnología que ni siquiera está aprobada por el país de origen y sin embargo se ha probado crucial en el conflicto-, nos debe obligar a cuestionarnos si no es tiempo de replantear algunos aspectos de las reglas de la guerra. Y ya no es solo por la superioridad técnica que tienen las empresas sino porque la economía digital, que no existía en ningún conflicto anterior, es capaz de impactar a una escala difícilmente imaginable por parte de un ejército. Paypall o Skrill son monederos virtuales y pasarelas de pago utilizadas por millones de personas en Rusia. El 80% de la población utiliza WhatsApp, la media diaria en redes de la población rusa es de casi 3h y hay muchas personas que viven de vender contenidos en Instagram.

Decisiones empresariales de estas grandes tecnológicas pueden tener mayor efecto que sanciones de coaliciones globales. Y esto solo en el plano económico. El otro, el del ciberespacio es aún más relevante. Hoy en día las acciones más dañinas probablemente sean las que se hacen a través de una pantalla. Minan a la población, cortan las comunicaciones, la energía, pueden bloquear los transportes, financiar la guerra a través de la ciberdelincuencia o hackear sistemas gubernamentales de terceros países, haciendo, por ejemplo, que cientos de miles de personas se queden sin cobrar las prestaciones que necesitan para sobrevivir. Algo que no nos queda por desgracia, demasiado lejano. Los Estados aún no tienen ciberejércitos y se tienen que apoyar en empresas patrias. Por tanto, ya no se puede concebir una guerra -al igual que no se puede entender la economía- sin las empresas, y si en esto estamos de acuerdo, debería ordenarse esta colaboración ¿Llegaremos a ver sentadas en las reuniones de la política de seguridad y defensa común o en la Agencia Europea de Defensa a las grandes compañías tecnológicas de la Unión?