Opinión | ENERGÍA

Quebraderos de cabeza del petróleo

Es habitual que las relaciones internacionales tengan una elevada influencia en el precio del barril

Una refinería de petróleo en Amara, a unos 450 km de Bagdad, Irak.

Una refinería de petróleo en Amara, a unos 450 km de Bagdad, Irak. / EFE

La preocupación ciudadana por los altos precios del petróleo se centra sobre todo en lo caro que resulta llenar el depósito del coche. Pero bajo el elevado coste de la gasolina o el diésel, que se alimenta de un precio del barril de petróleo que en Europa supera ya los 120 dólares y de insuficientes capacidades globales de refino de crudo, se esconden un montón de dificultades económicas, geopolíticas, regulatorias y logísticas.

Como todos los mercados, los precios de las materias primas en general y el del petróleo en particular, vienen determinados fundamentalmente por la oferta y la demanda. Así, ante un crecimiento económico fuerte como el que estamos experimentando en la recuperación post-pandemia, la demanda de petróleo se incrementa, lo que presiona al alza los precios. Del mismo modo, menos oferta – por ejemplo, porque las sanciones a Rusia u otros países sacan crudo del sistema -- llevan a subidas de precios. Sin embargo, a diferencia de otros mercados, en el del petróleo suelen pasar muchas más cosas que complican la ecuación.

Y la culpa, sobre todo, la tiene la geopolítica. Se han hecho muchas guerras por petróleo. Por lo tanto, es habitual que las relaciones internacionales tengan una elevada influencia en el precio del barril. Tanto es así, que se suele hablar de prima de riesgo geopolítico para referirse al precio de mercado por encima del que justificarían los fundamentales económicos de oferta y demanda. Y en la actualidad hay varios elementos vinculados a la realpolitik que elevan el precio. La invasión rusa de Ucrania y las sanciones que la han seguido, sumadas a la baja producción libia y al embargo del petróleo iraní o venezolano, han reducido -- entre otros factores -- la oferta de crudo global. Y la preocupación ha llevado a Estados Unidos (el mayor productor del mundo) a liberar parte de su reserva estratégica, la que guarda para situaciones de emergencia, con el objetivo de aumentar la oferta para bajar el precio.

Los países “paloma” de la OPEP se oponen a los llamados “halcones”, como Irán o Venezuela, que tienen malas relaciones con occidente y prefieren precios altos

Pero el único país que realmente podría abrir el grifo es Arabia Saudí, el tercer mayor productor del mundo y el único con una amplia capacidad ociosa que ya ha utilizado en varias ocasiones a lo largo de la historia, la más importante en 1986, en plena guerra Irán-Irak, cuando tumbó los precios para demostrar quién era el líder de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Los saudíes son, junto a kuwaities y emiratíes, los principales miembros de la OPEP considerados “países paloma”. Son países con bajos costes de extracción que prefieren que los precios no sean muy elevados para no inquietar a los países consumidores occidentales y para no dañar el crecimiento económico global (recuerden que precios muy elevados del crudo suelen ser la antesala de recesiones). También, al tener abundantes reservas, prefieren precios no muy altos que desincentiven la inversión global en energías renovables. Los países “paloma” de la OPEP se oponen a los llamados “halcones”, como Irán o Venezuela, que tienen malas relaciones con occidente y prefieren precios altos para maximizar sus rentas petroleras (Rusia, segundo productor global, también estaría en esta categoría).

Pues bien, el problema actual es que Arabia Saudí se resiste a aumentar la producción. Sostiene que el problema de altos precios de la gasolina o el diésel no es tanto de producción como de insuficiente capacidad de refino (y algo de razón tiene), afirma que aumentar la producción hoy generaría comportamientos especulativos de acaparamiento de barriles e insiste, además, en que no es adecuado quemar el último cartucho de aumento de la producción a los niveles de precios actuales, que tampoco son elevadísimos. El presidente Biden viajará a Riad en julio para intentar convencerles de que aumenten producción, pero no parece fácil que tenga éxito.

La demanda de petróleo se debería desacelerar por el menor crecimiento económico global, pero seguramente no lo hará lo suficiente como para bajar los precios

Para el otoño, las perspectivas no son buenas. La demanda de petróleo se debería desacelerar por el menor crecimiento económico global, pero seguramente no lo hará lo suficiente como para bajar los precios. Por el lado de la oferta, se calcula que habrá 1 millón de barriles menos de petróleo ruso (que además venía en muchos casos ya refinado) y otro millón menos porque EEUU dejará de utilizar su reserva estratégica para no agotarla. Con todo ello, el barril se podría poner todavía más caro a finales de año cuando las sanciones europeas sobre el crudo ruso entren del todo en vigor (y recordemos que para los países que usamos el euro, el petróleo sale más caro por la apreciación del dólar). Sólo una fuerte recesión global o el fin de las sanciones a Rusia si la guerra de Ucrania termina, ambos bastante improbables, podrían hacer que los precios bajaran de forma significativa.

Suele decirse que debemos acelerar la transición hacia una economía que no se base en los combustibles fósiles para evitar las catástrofes asociadas al cambio climático. Pero una razón igualmente poderosa para cambiar el modelo energético es que las reservas de petróleo están asimétricamente distribuidas en el mundo y que, además, en la mayoría de los casos, se encuentran en países que no son especialmente amigos de las democracias europeas.