Opinión | SOSTENIBILIDAD

Dos historias de éxito de la transición energética en España

Podemos llegar a ser la locomotora que lleve a nuestro país hacia un nuevo destino más próspero y sostenible

Los terrenos perfectos para la fotovoltaica.

Los terrenos perfectos para la fotovoltaica. / R. M.

Si a los vecinos de Arroyomolinos de León les preguntáramos qué es una comunidad energética, sabrían definirlo a la perfección: “Es algo más que una instalación renovable, es una comunidad de apoyo al entorno rural”. A través del proyecto de este pequeño pueblo de Huelva, impulsado por el Ayuntamiento, empresas de la zona, asociaciones y ciudadanía han conseguido que la energía renovable se convierta en la principal palanca de desarrollo rural de la zona. 

Una instalación de autoconsumo en una zona de buena insolación tiene la capacidad de producir aproximadamente un 35% de la electricidad necesaria para abastecer el “cole” de Arroyomolinos. También han conseguido un ahorro en la factura de la luz de un 35% en la panadería o en la cooperativa de aceite del pueblo. La fórmula contra la despoblación es sencilla: unos menores gastos fijos que repercuten directamente en la prosperidad de los negocios de la zona. 

También los tejados de La Pureza, la fábrica de conservas gallega que cuenta ya con un siglo de antigüedad, están cubiertos de paneles solares. Las instalaciones se abastecen, casi en su totalidad, con energía del sol. Después de estudiarlo a fondo, vieron que podrían alcanzar un ahorro económico significativo capaz de mantener la salud de su negocio cien años más a la vez que reducían su impacto medioambiental. Para lograrlo, contaron con el apoyo de los Fondos del Plan de Recuperación. 

La energía fotovoltaica atraviesa ahora mismo un momento emocionante, en el que nuestro sector lidera un proceso de transformación y transición a un modelo más competitivo y descarbonizado. España tiene todo lo necesario para liderar la revolución energética que ha impulsado la Unión Europea como parte de su plan de recuperación económica para la región y que debemos acelerar para afrontar la crisis geopolítica a la que nos enfrentamos con la invasión rusa. 

Tenemos sol y tenemos terreno, beneficios que nos aportan una posición muy competitiva frente al resto de vecinos comunitarios. Más de 3.000 horas de insolación al año y 2,3 millones de hectáreas de terreno clasificado como erial, según el anuario estadístico del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA) de 2019. De ellos, sólo necesitaríamos el 0,2% para cumplir los objetivos de fotovoltaica previstos en el Plan de Energía y Clima a 2030, en el supuesto de que todo el desarrollo se hiciera en suelo agrícola.

No podemos olvidar tampoco el potencial de nuestra industria fotovoltaica. Un sector innovador y pionero con la capacidad de fabricar hasta el 65% de la cadena de valor de un proyecto fotovoltaico: tenemos 32 fabricantes con capacidad de producción nacional, 13 empresas tecnológicas, 15 centros de investigación y 15 universidades con actividad formativa o investigadora en fotovoltaica. En el ‘Top 10’ mundial de fabricantes de inversores, hay dos españolas.

No cabe duda tampoco que una instalación fotovoltaica es una fuente de generación de empleo local capaz de plantarle cara a la despoblación. Por un lado, la construcción de un proyecto de energía solar de 100 MW genera 300-400 empleos locales, mientras que el mantenimiento de una instalación de 100 MW generaría 5-10 empleos locales estables. Por otro, la población de estas zonas, habitualmente envejecidas, se beneficiarán de mejores servicios y estructuras gracias a los impuestos que los ayuntamientos recibirán de las plantas, favoreciendo que no sólo no se vacíen definitivamente los pueblos, sino que reciban nuevos habitantes. 

Pero para lograr que la energía solar genere un empuje transformador real, debemos aprovechar todos los recursos disponibles: autoconsumo residencial o industrial, como el instalado en la fábrica gallega, comunidades energéticas como las de Arroyomolinos, muchas plantas pequeñas y medianas de generación distribuida y un número pequeño de plantas grandes donde sea ambientalmente viable. 

Hoy sólo hemos contado dos historias de éxito pero mañana, adquiriendo un compromiso colectivo con la transición energética, serán muchas más. Dos casos reales que nos indican que no sólo no vamos a perder este nuevo tren, sino que podemos llegar a ser la locomotora que lleve a nuestro país hacia un nuevo destino más próspero y sostenible.