Opinión | APUNTE

Nadal gana a Djokovic | Si no es Dios, tiene su móvil

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Qué, no es por nada, pero ¿seguimos hablando de Carlitos? Qué, ¿volvemos a mostrar nuestra euforia porque el relevo ya está aquí, porque vamos a seguir ganando con el murciano, por otro lado extraordinario tenista, pero…?

Qué, ¿qué hacemos ahora con la lápida que ya habíamos esculpido con la fecha de caducidad de Rafael Nadal Parera, que, encima, estaba lesionado, no solo de su pie (como siempre), sino de las costillas? Qué, ¿volvemos a criticarle porque es del Real Madrid?

Es un insulto a la inteligencia, es una falta de respeto al deporte, es una petulancia sin sentido, una falta de educación y urbanidad tremenda, poner en duda que, a día de hoy, en el puente entre mayo y junio del 2022, Rafa Nadal Novak Djokovic siguen siendo, con mucho, por mucho, por demasiado (nunca es demasiado), los dos mejores tenistas que existen. Y existirán.

El duelo eterno

Mejor aún, que es imposible, no le den más vueltas, olvídense de esos muchachitos gigantes, de saque supersónico, de cuerpos musculosos que destrozan los cordajes y hacen volar la bola hasta límites que, de golpearte, podrían matarte (o herirte) y piensen que el mejor partido, el mejor espectáculo, el show, el tenis, sigue siendo este repetido e irrepetible Nadal-Djokovic.

El mallorquín, que llegó a insinuar que, probablemente, el de anoche (perdón, el de esta madrugada ¿qué es esto que los dioses jueguen a la hora de dormir?) podría ser su último partido en la Philippe Chatrier, ha alcanzado hoy, tras 4 horas y 12 minutos de juego, tras cuatro ‘sets’ (de nuevo, prodigiosa condición física la del manacorí), tras regalarle un servicio más a ‘Nole’ (tan señor es, sí) cuando disfrutaba de su penúltima pelota de partido, su 15ª semifinal en París, su 37ª semifinal de Grand Slam, persiguiendo su 22 gran trofeo.

“La victoria pertenece a los más obstinados”, dijo Roland Garros, un aviador que no tenista, cuya leyenda figura, en francés y en inglés (deberían escribirla ¡ya mismo! en castellano), a ambos lados de la pista central de París. Y, sin duda, el más obstinado, el mejor, lo volvió a hacer, emergiendo de la nada, saliendo de otra lesión, habiendo jugado nada, tres partidos, dos, antes de viajar a la capital francesa.

Honor al nº 1

Así que, por favor, respetemos a este caballero, que, acompañado de Djokovic, nº 1 mundial y rey destronado en Roland Garros, ha tenido que oírse el sonar de las fanfarrias que anunciaban la llegada de los nuevos monarcas que muchos periodistas transportaban ya en la ‘sillita de la reina’, cuando ellos han demostrado, de nuevo, que siguen siendo los mejores, con una enorme, sideral, diferencia sobre el resto (de los humanos).

Era el enfrentamiento nº 59 entre estos dos monstruos. Nadal ha acortado las distancias y, ahora, el tanteo es, ¡ojito al dato!, 30 victorias para Djokovic y 29 para Nadal, 20 Grand Slam para ‘Nole’ y, de momento, 21 para ‘Rafita’. Los dos, con 35 años (perdón, perdón, Rafa cumple 36 pasado mañana), siguen demostrado al mundo y a todos los que han empezado ya a descontarles los milagros y las exhibiciones que ellos, y no esos niños, siguen protagonizando en la pista que, incluso en la parte final de sus deslumbrantes carreras, no tienen, no ya clones, ni siquiera imitadores. Entre otras razones porque lo que ellos juegan es algo más que jugar a tenis: es cautivar, emocionar.

Aún sigue aquí

Así que señores anunciadores de ERTES tenísticos, dilapidadores de maestros, enterradores de campeonísimos, guarden silencio, por favor, unos meses más. Lávense sus bocas con jabón, cepíllense con estropajo las yemas de sus dedos, esos que teclearon que estos monstruos ya estaban de capa caída y, cuando hoy se despierten, abran sus ventanas, miren al cielo y verán volar dos estrellas resplandecientes, sí, sí, las verán aunque sea de día porque, brillan tanto, deslumbran tanto, que les cegaran los ojos, especialmente a aquellos que estaban tan ciegos que no supieron ver que solo Rafa Nadal Parera decidirá cuándo y cómo se va.

Y, sí, puede que sea pronto pero, de momento, está en sus manos porque, si no es Dios, tiene su móvil.