Opinión | IGUALDAD

Masculinidad tóxica grupal

Somos una sociedad que asiste al acoso a las niñas y adolescentes a diario y no lo ve, o no hace nada

Un detenido por participar en una violación grupal llega a la Audiencia de Alicante.

Un detenido por participar en una violación grupal llega a la Audiencia de Alicante. / Efe

El incremento de los casos de violaciones grupales debería preocuparnos y ocuparnos. Es un tipo concreto de violencia hacia las mujeres que es el máximo exponente de las relaciones desiguales de poder. Llevo días dando vueltas a este tema y he querido releer un estudio de Plan International sobre el acoso sexual grupal que explicaba las dinámicas de grupo y motivaciones que llevan a hombres y chavales jóvenes a acosar grupalmente. Acosar y violar son dos cosas muy distintas, pero forman parte de una misma escala de agresión.

Lamentablemente, el acoso sexual grupal está muy extendido y normalizado. En 2019, cuando se hizo este estudio, la mayoría de las chicas participantes decían que están tan acostumbradas que ni lo denuncian y que, cuando ocurre, quienes lo presencian en la calle no hacen nada. Eso es. Somos una sociedad que asiste al acoso a las niñas y adolescentes a diario y no lo ve, o no hace nada. Esto para las chicas que lo sufren tiene consecuencias. En primer lugar, no lo denuncian porque piensan que nadie hará nada o no las creerán, en segundo lugar, se culpabilizan a sí mismas por sufrir el acoso. Por último, por prevención, las chicas cambian su comportamiento, evitando ir solas o salir a ciertas horas, apoyando a otras, esquivando algunas zonas e incluso dejando de ir a algunos sitios. Ya no son libres para hacer su vida con normalidad.

Cualquier nivel de acoso genera pánico, sobre todo si es grupal, ya que la situación de vulnerabilidad es enorme.

Los tipos de acoso o agresión escalan dependiendo del grado de violencia. Comenzando por el acoso no verbal (miradas, gestos lascivos, exhibicionismo, masturbación o fotografías sin permiso) o verbal (piropos, gemidos, amenazas), que siguen con la intimidación física (persecuciones, bloquear el camino, aproximaciones, acecho) y escalan hasta la agresión (manoseo, asalto o violaciones). Las niñas y adolescentes que sufren el acoso saben cómo empieza, pero nunca saben hasta dónde va a llegar o escalar. Por eso cualquier nivel de acoso genera pánico, sobre todo si es grupal, ya que la situación de vulnerabilidad es enorme.

Acoso diario

La mayoría de las adolescentes en nuestras ciudades sufre acoso casi a diario. Individual o grupal. Recordemos que acoso sexual es cualquier comportamiento no deseado que les pueda ofender, humillar o intimidar. Cualquiera que haga que ellas se sientan incómodas o inseguras. El acoso individual suele ocurrir sobre todo en el transporte público, ya que los agresores individuales usan espacios llenos de gente como tapadera. Ocurre en forma de roces, piropos, gemidos, tocamientos, amenazas o masturbaciones públicas. Sé que esto último suena increíble, pero esto ocurre mucho, pregunten a sus hijas. De hecho, según el citado estudio, España era el país en el que más ocurre.

El acoso grupal ocurre sobre todo en la calle. En este caso la tapadera es el grupo, diluyendo la responsabilidad de cada individuo que se permite un comportamiento más desinhibido, egoísta y agresivo. Se lleva a cabo por parte de grupos de tres o más jóvenes o hombres que acosan a mujeres solas. Esta actuación grupal, según los expertos, es una forma de vinculación ligada a las ideas de masculinidad y poder. Es un ejercicio de masculinidad que les permite demostrar a sus pares su poder, reafirmando su identidad ante el grupo y ganándose así el estatus entre sus compañeros.

Esta forma de hipermasculinidad tóxica se basa en demostrar poder sobre personas que consideran menos valiosas y que se sienten más vulnerables por ser superadas en número y, normalmente, en edad. Lo hacen porque pueden. El apoyo de los colegas y el sentimiento de pertenencia les absuelve, les excusa y normaliza la violencia como un rito de vinculación y perpetuación de roles tradicionales de masculinidad. Al involucrarse en esta práctica, además, se suspende la empatía de cada uno hacia las mujeres o sus sentimientos, ya que ellas son contingentes, lo importante es el grupo. La fiscalía apunta a la falta de formación sexual y el alto consumo de pornografía online desde edades muy tempranas como desencadenantes de una conducta hipersexualizada. Save the children ya advirtió sobre el consumo de porno en la adolescencia.

Cuando un miembro del grupo incita a otros al acoso, provoca que algunos hagan cosas que nunca harían de manera individual, con el fin de ser aceptados, pero también con un objetivo grupal de reparar la masculinidad patriarcal dañada, que requiere control y dominación sobre las mujeres. Se crea un “dentro del grupo”, que disminuye la percepción de responsabilidad, y “fuera del grupo” que puede convertir al individuo que no participa en objetivo para el resto. De hecho, esta presión es una masculinidad tóxica también para los hombres.

En cambio, este tipo de acoso la mayoría de las veces para los chicos es una forma de diversión. Intimidar a la chica genera risas, muchas veces es una manera de llamar la atención

La mayoría del acoso grupal se da sobre niñas y adolescentes de 16 a 20 años y jóvenes de 20 a 25 años. Cuanto más jóvenes son, las chicas viven el acoso de forma más terrorífica. En cambio, este tipo de acoso la mayoría de las veces para los chicos es una forma de diversión. Intimidar a la chica genera risas, muchas veces es una manera de llamar la atención. Ella siente pánico, porque no sabe dónde van a llegar. Pero reírse de la víctima vincula al grupo y refuerza esa falta de empatía, su miedo es irrelevante. Ellas son catalizadores del juego competitivo entre ellos, que hace más fácil que participen. Ya he mencionado que la mayoría de los transeúntes no suelen hacer nada. Algunos, incluso, se unen a las risas.

La mayoría de quienes participan en estas agresiones nunca las tolerarían si fuesen dirigidas a sus hermanas o sus amigas. Nunca las practicarían individualmente, pero no tienen el coraje o la valentía para enfrentarse a él dentro del grupo, lo que los llevaría al aislamiento y a sufrir repercusiones negativas. Priorizan la aceptación del grupo por encima de cualquier otra consideración. Prefieren pensar que este acoso verbal o la pequeña persecución son solo una broma. No lo es. Para ellas es aterrador.

No podemos y no debemos normalizar el acoso, que ocurre a diario ante nuestros ojos, y luego lamentarnos de otras formas más graves de violencia

Como sociedad hay que decir basta. No podemos y no debemos normalizar el acoso, que ocurre a diario ante nuestros ojos, y luego lamentarnos de otras formas más graves de violencia. La forma en la que se habla de las mujeres en muchos grupos de whatsapp o Instagram de chicos adolescentes, el acoso grupal a la salida de un bar, el correr detrás de una chica a ver cómo se asusta no es diversión, es agresión. No le hace a uno más hombre o más divertido. Mientras, las chicas tienen que ser valientes, porque ya no pueden ser libres.

Pero, la pregunta que me asalta es: ¿por qué esa necesidad de reafirmar su masculinidad ante los pares? ¿Por qué la necesidad grupal de defender una masculinidad dañada? Porque me temo que, mientras no resolvamos esta cuestión, las masculinidades tóxicas pueden seguir en aumento. La ausencia de educación sexual en la escuela debe resolverse cuanto antes. Y tengo la impresión de que las nuevas tendencias políticas de ultraderecha y quienes las toleran, que cuestionan las políticas de igualdad de género, lejos de ayudar, incentivan las masculinidades tóxicas.