Opinión | LA SUERTE DE BESAR
¡Basta ya de comparar!
Cada comparación que hacemos es añadir un pedrusco en la mochila de quien la recibe. Comparar es innecesario, pero lo hacemos a menudo
El hombre emite un ruidito gutural que denota placer. Le gustan esas berenjenas que le acaban de servir y añade que su exmujer las cocinaba de forma parecida. La actual pareja calla, pero no asiente. Él continúa hablando de su anterior compañera y dice que tenía un don para la cocina. Él la mira y, en tono pícaro, trata de compensar su comentario gratuito alabándole sus otras muchas habilidades. La novia del presente medio sonríe y él, por si había alguna duda, le vuelve a recordar que su ex era un desastre, pero cocinaba como los ángeles. Yo estoy en la mesa de al lado y solo tengo ganas de estamparle la hamburguesa en el cogote. Las comparaciones, en general, son innecesarias. Una amiga me contó que tuvo un noviete que se dedicaba a comparar su trasero con el de su chica del pasado. Cuando menos se lo esperaba le sugería hacer más sentadillas para tonificar esa parte de su anatomía. Mi amiga es lista y le envió a hacer sentadillas infinitas. Fin de la historia. Pongo un negativo a las profesoras que se dedican a decirle al hermano que saca malas notas que su otro hermano, normalmente mayor, las saca buenas. Hay progenitores que también tienen la horrenda manía de alabar los atributos de uno en detrimento del otro y prefiero no hablar de los que jalean a sus hijos desde las gradas de un campo de fútbol espetándoles que jamás serán Karim Benzemá si siguen chutando la pelota de esa forma. Las redes sociales son el paraíso de la frustración por comparación. Siempre hay alguien que viaja más lejos y a lugares más bonitos, tiene una vida más glamurosa, es más rico, tiene más estilo, come y bebe mejor que tú. Con tanta presión es difícil conformarse con ser lo que una es y ser feliz. O, por lo menos, intentarlo.
Siento una compasión extraña por esos hijos que se llaman igual que sus padres, quienes al mismo tiempo se llamaban igual que los suyos y, así, sucesivamente. Si, además, se dedican a la misma profesión: abogados, médicos, economistas o propietarios de negocios que pasan de generación en generación, tendrán difícil vivir sin la eterna referencia al antecesor. Las suegras que comparan a las nueras entre sí deberían ser ejemplares en extinción. Menganita es una gran madre porque estudia con sus hijos y se ha pedido una reducción de jornada y tú, querida Zutanita, trabajas de sol a sol y tu prole va por libre. Una amiga sufre esa tortura domingo tras domingo. Desde aquí, querida, te transmito mi solidaridad infinita.
En los últimos meses hemos sido testigos de la presión sobre Carlos Alcaraz. No ha habido medio de comunicación que no haya hablado sobre el tenista murciano sin compararlo con el manacorí, Rafa Nadal. Hacerlo es jugoso. Ambos precoces en sus victorias, luchadores en la pista y con chorros de fuerza mental. No debe ser fácil para Carlos Alcaraz tener que seguir los pasos del mejor del mundo. Ni fácil ni necesario. El pobre admitió que, aunque está aprendiendo a convivir con ello, cada comentario es una piedra en su mochila. Cierto, cada comparación, sea en el ámbito que sea y dirigida a cualquier persona, es añadir un peso sobre las espaldas. Callar más. He ahí la cuestión.
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