Opinión | EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

Nadie quiere ser explotado

Oficina.

Oficina.

Nos repiten que la gran renuncia no ha llegado a España. Se insiste en este mensaje. Esta semana conocíamos que las dimisiones fueron el doble que las del año pasado. Y también que esos 4.000 españoles son poca cosa en relación con los más de 20 millones de afiliados. Hasta ahí todo correcto. Dicho lo cual, ¿a nadie le parece una señal de que algo se está moviendo? Según la consultora de recursos humanos Hays, un 77% de los empleados quieren cambiar de trabajo y casi un 70% está buscando, dos datos reveladores del nivel de malestar que las personas arrastran cada día a la oficina.

Es cierto que 4.000 españoles no son nada comparado con los más de 4 millones de estadounidenses que cada mes, dijeron ¡I quit! durante cada uno de los meses de 2021, y que fueron los inspiradores del concepto de la Gran Renuncia -merece la pena recordar que Estados Unidos tiene 150 millones de trabajadores-. Pero la pregunta que a todas nos ronda la cabeza tiene que ver con a dónde irá esta gente después de dejar el trabajo. ¿Se retiran a playas paradisiacas a beber margaritas? ¿Se apuntan al gimnasio dispuestos a cumplir todos sus propósitos de fin de año? ¿se dedican a ver series en sus casas? ¿Acaso no necesitan el dinero? Y si la respuesta es que no lo necesitan, la siguiente pregunta es ¿por qué ellos no lo necesitan y yo sí? Para tranquilidad de los lectores diré que ninguna de estas suposiciones parece coincidir con la realidad porque la gente no deja de trabajar, simplemente cambia de trabajo. La gran renuncia es el gran cambio.

Para bien de la economía y mal de nuestros bolsillos, hay que seguir pagando el alquiler y ponerle gasolina al coche, sin mencionar que todo cada día cuesta más. Así que no, la gente no deja un trabajo porque haya conseguido ahorrar lo suficiente como para dedicarse a escribir un libro desde la Toscana italiana. Lo deja porque no responde a sus expectativas vitales y porque el mercado está ofreciendo mejores alternativas, no solo en salario -que por supuesto- sino también en flexibilidad y en empatía. Robert Reich, ex secretario de Trabajo de los Estados Unidos decía que: “no hay escasez de mano de obra. Hay escasez de empresariado dispuesto a pagar un salario digno”, y a continuación añadía una propuesta. “En lugar de decir: nadie quiere trabajar, intenta decir: nadie quiere ser explotado”. Se ajusta más a la realidad. Aun no recuerdo en qué momento se pactó, dentro de nuestro pacto social, que los salarios no alcanzarían para que las personas pudieran vivir con tranquilidad.

Para muestra Apple, que le dice a sus súper empleados que vuelvan a la oficina tres días a la semana y reciben de vuelta una carta abierta en la que se lo explican muy claro: "Dejad de controlar la frecuencia con la que podéis vernos en la oficina". "Dejadnos decidir cómo trabajamos mejor y dejadnos hacer el mejor trabajo de nuestras vidas". Aunque no seamos conscientes, el espacio laboral está cambiando en casi todos los sentidos. Hay quien dice que la separación del lugar físico de trabajo durante la pandemia nos ha empoderado para decir lo que queremos e irnos si no nos lo dan. Ojalá. Ojalá cada vez tengamos menos miedo. Ojalá cada vez seamos más libres. Ojalá más renuncias para irse a otras empresas que paguen más. Ojalá que las leyes del mercado obliguen a subir los salarios. Yo digo que algo se está moviendo y ese algo es el mercado laboral.