Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA

La disputa argentina por el poder: entre Fernández anda el juego

La política, la economía y los jueces terminarán de delinear en los próximos 15 meses tanto el futuro de Argentina como del kirchnerismo y de su máxima lideresa

El presidente argentino, el peronista Alberto Fernández, tras depositar su voto este domingo.

El presidente argentino, el peronista Alberto Fernández, tras depositar su voto este domingo. / Reuters

Argentina está presidida por Alberto Fernández (AF) y su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner (CFK). En un país normal, el presidente estaría al mando y tomaría todas las decisiones. En un país presidencialista normal, la relación entre el presidente y su vice sería tensa, pero poco más. Pero Argentina no es un país normal. Por eso, nadie sabe quién manda y los problemas se multiplican.

En 2015, Mauricio Macri derrotó al kirchnerismo (CFK no podía presentarse tras dos mandatos consecutivos) y una oleada de optimismo inundó Argentina. Posteriormente, los errores del nuevo gobierno aportaron desánimo y frustración. Y en 2019, cuando Cristina Fernández aspiraba a una nueva reelección, las encuestas y el sentir general señalaban que si bien su piso electoral era sólido, cercano al 30%, era insuficiente para imponerse a un Macri muy desgastado.

Como se decía entonces: “Con Cristina no alcanza, pero sin ella no se puede”. Por eso, en un gesto totalmente insólito en la política internacional, la expresidenta nominó a AF como cabeza de cartel, reservándose para sí un segundo plano. Sin embargo, a tamaño acuerdo le faltó un contrato escrito que estableciera las características de la alianza, los límites del poder, el reparto de cargos y, muy importante, los mecanismos de resolución de controversias.

Si desde su llegada al gobierno la gestión del dúo Fernández y Fernández era complicada, con el paso del tiempo y, muy especialmente, tras el estallido de la pandemia, con sus secuelas económicas y sociales, se incrementaron las contradicciones. De modo que los enfrentamientos entre los principales protagonistas no dejaron de crecer. La contundente derrota oficialista en las legislativas de 2021 constató la magnitud de la grieta entre el kirchnerismo y aquella parte del peronismo que no comulga con el ala más populista del movimiento.

A lo largo del último año las cosas no han dejado de empeorar, como muestra la inflación, que podría alcanzar el 60% anual, y los constantes ataques al ministro de Economía, Martín Guzmán y a aquellos otros más próximos al presidente. Prácticamente no se mantienen las formas y el diálogo entre las dos máximas autoridades está interrumpido desde hace meses. Es inclusive difícil encontrar vías alternativas que mantengan abierta la comunicación entre las partes y garanticen la gobernabilidad.

La ofensiva kirchnerista contra el presidente ha subido de tono con ataques inmisericordes. Tanto CFK, como su hijo Máximo y otros dirigentes de La Cámpora han soltado sus dardos acerados contra una conducción que entienden claudicante, traidora a las esencias del kirchnerismo y cómplice de Estados Unidos y del denostado FMI. Su principal premisa es que el gobierno les pertenece, que ellos son los dueños de los votos y que AF es un traidor advenedizo.

El gran problema de esta guerra es la asimetría de las partes y la heterogeneidad en los objetivos, por más que todos, como buenos peronistas, centren su principal preocupación en mantener el poder. De un lado están los que tienen buena parte de los votos, pero no todos los votos. Del otro, quien tiene el poder institucional, pero no controla todos sus resortes. Tampoco está claro si el objetivo último de la vicepresidenta es la renuncia de AF.

Muchos sostienen que si algo no quiere CFK es la salida del presidente. Si eso ocurriera, le tocaría asumir el gobierno y responsabilizarse de todos los problemas del país, comenzando por la inflación y la creciente desigualdad social, que podría terminar en elevada conflictividad. Y aunque lo quisiera, de momento AF no piensa renunciar ni soltar la mano de su tan odiado ministro de Economía.

Hay un problema añadido, las numerosas causas judiciales abiertas contra la expresidenta. Por eso le es tan importante mantener los fueros, incluso después de las elecciones de 2023. Pero, como algunos apuntan, hay una vía intermedia que en el caso de una salida de AF le permitiría a CFK pasar a un segundo plano, aunque manteniendo sus privilegios judiciales: un pedido de licencia.

En este contexto inestable e incierto, las opciones de Cambiemos, la alianza opositora encabezada por el macrismo y el radicalismo, aumentarían sensiblemente. Para consolidarlas deberían llegar a las primarias del año próximo con una coalición medianamente unida y estructurada, lo que a la vista de los actuales enfrentamientos internos no es nada sencillo.

En su reciente gira europea, el presidente Fernández amagó con la reelección, si bien terminó desdiciéndose tras las numerosas críticas recibidas. En este carrusel de ambiciones propias del peronismo, una parte alineado detrás de Cristina y otra que busca confrontarla, el futuro emerge plagado de incertidumbre. La política, la economía y los jueces terminarán de delinear en los próximos 15 meses tanto el futuro de Argentina como del kirchnerismo y de su máxima lideresa.