Opinión | NOCHE DE LOS MUSEOS

Museos y secretos enterrados

Fosas comunes, entierros que ocultan crímenes y ajustes de cuentas o vergüenzas culturales siempre acaban por aflorar

Museo Barcelona

Museo Barcelona / RICARD CUGAT

'La senyora de les muntanyes' tiene aspecto de esqueleto y ciertas joyas tan valiosas como ella misma. Este sábado podemos pasar a verla, aprovechando la Nit dels Museus, por una de las salas del Museu d'Arqueologia de Catalunya, donde se aloja lo que queda de ella y que cuenta su historia: fue hallada por un payés y rescatada por unos espeleólogos de las profundidades de una cueva en Coll de Nargó, en una sepultura de la Edad de Bronce junto a otros hombres y otra mujer, ellas en posición de privilegio. Tenían un estatus elevado en vida. Desde el otro lado del cristal, sobrecogen sus joyas que son todo menos mudas. De su existencia intuyes lo que pudo significar su vida y más aún, ilumina nuestra conciencia del ahora, en 2022.  

Cuevas, fosas ocultas y hasta lagos. Avanzamos como en un loop, y sea por voluntad política o por la crisis climática, y el presente nos ata al pasado con una bola que se diría de hierro, pesada, con la que hemos de seguir avanzando por el camino de la humanidad. No es solo un peso: es un código a descifrar. Como la recuperación de fosas comunes de la Guerra Civil. 

La detallada libreta escrita en 1938, en plena Guerra Civil, por un médico republicano ha permitido 84 años después identificar a un combatiente en la Batalla del Ebro. El cadáver había sido hallado en 2016 en una fosa juntos a otros 19 soldados gracias a un estudio de geolocalización de la Universitat Rovira i Virgili. La voluntad política y familiar, los avances en identificación por ADN, y la meticulosidad de un doctor que además preservó sus anotaciones sobre la localización y características de las heridas de guerra de sus pacientes, se combinaron para dar por fin sepultura hace unos días a un hombre que ya es memoria histórica con nombre y apellidos

Entierros ocultos

El mismo camino deberán seguir en los próximos meses los trabajos de investigación del Departamento de Interior de Estados Unidos, que acaba de comunicar el hallazgo de cientos de entierros ocultos de niños indios americanos en internados del país donde ingresaban por la fuerza. Detrás del descubrimiento está la vergüenza nacional de casos idénticos hallados en Canadá, también en Irlanda. El gobierno irlandés abrió en 2014 una comisión de investigar tras el hallazgo de 800 esqueletos de niños y bebés en unas cámaras ocultas bajo tierra en un convento de monjas que había operado entre 1925 y 1961. El informe emitido el año pasado, y que extendió las pesquisas por todos los recintos similares donde eran acogidas madres solteras, elevó a miles los cuerpos hallados, y desveló un historial de maltratos a mujeres hasta entonces invisibles.

El pasado que quiso ser enterrado literalmente, bajo montañas de tierra y que tarde o temprano aflora para interpelarnos por lo que hicimos y escondimos, por lo que rechazábamos y ahora celebramos, sea la diversidad o la pluralidad ideológica. Que las Stolpersteine, las piedras de la memoria de las víctimas de los campos de exterminio nazi, tengan forma de pequeña losa y habitualmente se instalen en el suelo, en el pavimento que pisamos, no deja de ser un gesto hacia lo que preserva y aún esconde la tierra.

Archivos que se hacen públicos, exposiciones y muestras en museos se convierten en puentes en el tiempo para guiarnos como sociedad y mitigar los bandazos que nos da la vida. Y en esta liga por despertar conciencias hasta la crisis climática puede ser, de repente, una aliada: la sequía en Estados Unidos está haciendo emerger en el lago Mead, en Las Vegas, los cadáveres de víctimas de ajustes de cuentas de la mafia, aún por identificar. Nada queda oculto para siempre.