Opinión | EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ

La huella digital, un arma peligrosa

Nunca antes se habría podido ejercer el control sobre el cuerpo de las mujeres con una efectividad como la que permitiría la tecnología

Archivo - Manifestación a favor del aborto en San Francisco (EEUU).

Archivo - Manifestación a favor del aborto en San Francisco (EEUU). / PAT MAZZERA / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO - Archivo

Estamos ante un instante de la historia de las leyes y políticas; uno de esos que puede cambiar el curso de los acontecimientos y hacer que todo lo que habíamos dado por hecho hasta ahora desaparezca. No hablo de algo accesorio, me refiero a la limitación del poder individual y a la pérdida de la libertad para decidir de millones de personas. Porque en pleno siglo XXI las mujeres norteamericanas están pendientes de una sentencia que puede abrirle la puerta al pasado más oscuro: ese en el que estaba perseguida la interrupción del embarazo.

En el país de la libertad, uno de cada cinco adultos (19%) dice que el aborto debería ser legal en todos los casos y poco más del 5% piensa lo contrario. De hecho, la mayoría considera que el aborto debería ser legal en todas o casi todas las circunstancias. Y aun así, puede que dentro de poco sea ilegal en muchos estados que las mujeres decidan sobre su propio cuerpo

Peligra el derecho al aborto en Estados Unidos

/ ZML

La mera posibilidad de que este retroceso se convierta en una realidad pone los pelos de punta. ¿Somos conscientes de la espiral revisionista en la que estamos inmersas? ¿Entendemos el peligro que corremos las mujeres? Porque si termina sucediendo esta barbaridad propia del Cuento de la criada, la persecución no va a tener descanso, y en un mundo altamente digital las cosas van a ser mucho más complicadas para nosotras. Por desgracia, la huella digital de una mujer corre el riesgo de convertirse en un arma peligrosa y ya hay voces que están llamando, ante la duda, a reducir ese rastro. A autolimitarnos para no ser perseguidas. Porque podemos estar en peligro. 

Se espera que el tamaño del mercado mundial de la salud digital de las mujeres alcance los 4.700 millones de dólares en 2027. Este espacio de innovación, que usa datos para desarrollar nuevos productos personalizados y útiles, se convertiría en otro mucho más macabro, uno para perseguir a sus usuarias. 

A pesar de que las fuerzas y cuerpos de seguridad teóricamente necesitan una orden judicial para acceder a la mayoría de los datos, los data-brokers y las plataformas publicitarias los manejan cada día. Las empresas podrían, perfectamente, vender la localización de una mujer embarazada para trackearla. Sería una información valiosa si se prohíbe el aborto en los distintos estados. No es ninguna serie de ficción, podría no estar lejos el momento en el que las autoridades pidieran a las empresas tecnológicas que entregaran los datos de personas que estén buscando información sobre el aborto, o directamente examinar su historial de búsqueda e iniciar acciones judiciales contra las mujeres que interrumpen su embarazo o contra quienes las ayudan.

El acoso que conocemos que sufren muchas de ellas frente a las clínicas -y que por suerte ha sido prohibido en España-, podría darse en el ámbito de las redes. Una nueva dimensión de la violencia digital que nos invade. Los grupos antiabortistas podrían utilizar los datos para dirigirse a las mujeres embarazadas con anuncios targetizados mientras acuden a las clínicas, por ejemplo, aumentando el malestar de un trance ya de por sí durísimo. 

Asustadas, las mujeres nos vemos obligadas a volver a movernos en la clandestinidad, que es donde nos quieren. Habrá que empezar a tomar precauciones cuando se busque en internet, a minimizar la exposición en línea, a usar redes privadas, aplicaciones de mensajería encriptadas, hacer desaparecer mensajes y a desactivar los servicios de localización. Ya hay activistas que recomiendan dejar los teléfonos antes de ir a una clínica o, si no pueden hacerlo, apagar el teléfono y la localización. En estas circunstancias ya nada parece descabellado, especialmente si el derecho que se está ejerciendo va a terminar siendo un crimen. Y todo para protegernos de la persecución, de la prohibición de ser libres, de los retrógrados que nos quieren sometidas, al fin y al cabo. 

Ya hay empresas de datos que han retirado patrones de relación a través de la geolocalización con determinados lugares -como por ejemplo centros de planificación familiar- no vaya a ser que acabe siendo una manera de ubicar a personas. La potencial revocación de la mítica decisión Roe vs. Wade (nombre del caso judicial de 1973, por el cual la Corte Suprema de los EEUU dictaminó que la Constitución de Estados Unidos protege la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar) puede a la vez destruir un derecho y suponer un cambio aterrador en como percibimos la tecnología porque puede materializar un temor que hasta ahora, en las democracias consolidadas, hemos mantenido en el armario: que se use contra la ciudadanía para controlarla y limitar el ejercicio de sus derechos

Nunca antes se habría podido ejercer el control sobre el cuerpo de las mujeres con una efectividad como la que permitiría la tecnología. Debemos llenar el ordenamiento jurídico de salvaguardas para proteger los datos y evitar que las herramientas digitales se puedan usar contra las personas. No demos nada por garantizado.