Opinión | PANDEMIA

La séptima ola del covid y la vida en guardia

La distancia social y la higiene deberían quedarse con nosotros para siempre, pero una vida profiláctica procesa las emociones mal

Un hombre con su mascarilla en la muñeca, en el Mercado Central.

Un hombre con su mascarilla en la muñeca, en el Mercado Central. / Rober Solsona - Europa Press

Mascarillas en ristre, colgadas del codo, o de la muñeca. Algunos las llevan bajo la barbilla, como a punto. A punto de entrar en un autobús, a punto de hablar con alguien vulnerable, a punto de ponérsela de nuevo si hace falta porque aún entramos en bares y tiendas con el mecanismo de alerta activado.

Una tarde de esta semana, en la cola de un cine, no espera nadie con mascarilla puesta. Una mujer aprieta una, nerviosa, espera a alguien y la cola ya avanza. A otro le asoma por el bolsillo. Siempre está ahí, si te fijas, solo tienes que buscar con atención. Ya dentro, en la sala, se puede sentir, como una vibración en el aire, y luego en la piel, la duda de si lo estamos haciendo bien. Sí, ya puedes estar 140 minutos en tu butaca con 300 personas en un espacio cerrado sin mascarilla. También puedes ponértela, nadie te lo impide. El cine de hoy es casi igualito al de antes de la pandemia, pero no, no estamos en 2019, cuando nada de esto había sido real, aunque estaba a punto sin que lo supiéramos.

La séptima ola

La amenaza de la séptima ola ya está aquí y esa sensación de provisionalidad del ahora no nos abandona. La distancia social y la higiene deberían quedarse con nosotros para siempre, pero una vida profiláctica procesa las emociones mal : una cena y copas con risas y amigos en un lugar bullicioso, una reunión familiar con críos y abuelos y gritos y besos….la profilaxis no es eso. Pero hemos vuelto de cabeza, como la primera zambullida en el mar después de un largo invierno, como si nos hubieran dado una ventana de oportunidad que en cualquier momento puede cerrarse, pero no somos los de 2019. Nadie quiere volver a despedirse de un amigo o un familiar enfermo para siempre a través de una conversación telefónica. Ni que sea por zoom.

Y esa sensación también orbita en nuestro día a día sin mascarilla. La OMS se echa las manos a la cabeza por la rapidez con la que levantamos restricciones. Pero ¿cómo no aferrarnos a los pedazos de la vida de antes cuando sabemos que ya estamos de lleno en una espiral de sustos epidemiológicos?. 

El "aprovecha mientras puedes" recuerda a los atracones. Los de los turistas del norte que se hierven la piel al sol en nuestras costas porque no tienen apenas luz en sus países, por ejemplo. Quién no los entiende ahora un poco más, después de la temporada de calima y mal tiempo que nos sorprendió los pasados meses. Nos agolpamos en las terrazas cuando asoma otra vez el sol.

Y nos contagiamos de covid otra vez, y ómicron es más leve, y teletrabajamos o leemos o vemos la tele con un dolor de cabeza moderado, una lata, pero no aquello de las primeras olas.