Opinión | Arenas movedizas

Francia pierde ante las tres P

El triunfo de Macron y el notorio avance de la ultraderecha no ocultan el imparable ascenso de la polarización, el populismo y la postverdad. España está avisada

Emmanuel Macron, en el colegio electoral en el que ejerció su derecho a voto.

Emmanuel Macron, en el colegio electoral en el que ejerció su derecho a voto. / EFE

Emmanuel Macron ha ganado las elecciones en Francia. Lo ha hecho claramente, con más de un 58% de los votos y de forma meridiana contra la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen. En el contexto político y social francés, los resultados tienen una clara lectura, que pasa por el sostenimiento del dique contra el populismo, pese a su importante mejoría. Sin embargo, la pregunta es hasta cuándo logrará la principal democracia de referencia para Europa y España mantener a raya el avance de una formación, la de Le Pen, que amenaza con echar por tierra buena parte de los logros obtenidos en las últimas décadas, tanto los económicos como los adheridos a la protección social y a la integración. 

Con la mayor abstención en 50 años y la izquierda polarizada entre quienes han decidido abstenerse y no han votado a Macron por convicción, sino para evitar la victoria de Le Pen, los resultados de las presidenciales galas deben poner en alerta al resto de democracias -a España más que a ninguna-, que contemplan el progreso sin precedentes de formaciones políticas que atenazan la estabilidad social y la vertebración. La ultraderecha ha estado más cerca que nunca de lograr su objetivo, con un incremento próximo a los 15 puntos porcentuales respecto a las elecciones de 2017. El centrismo, ese nicho sociológico donde se ganan y pierden elecciones y del que no le gusta salirse al electorado más convencional, retrocede, lo que debe interpretarse como tendencia.

El exministro y politólogo venezolano Moisés Naím, premio Ortega y Gasset en 2011, fue entrevistado estos días por diversos medios de comunicación españoles para abundar en lo que él ha establecido como “las tres P”, los tres grandes riesgos para la democracia en el mundo: populismo, polarización y postverdad. Francia ha conseguido este domingo retardar el avance del primero, aunque no detenerlo. Ha evidenciado el estallido absoluto de la segunda y hace tiempo que pierde batallas con la tercera, como ocurre en otros países. Luego, el riesgo es evidente.

Lo estamos viendo en España, donde Vox o escindidos de este partido ya forman parte del gobierno de alguna autonomía (Castilla y León) o permiten al Partido Popular ostentar el poder ejecutivo en otras (Murcia). La ultraderecha en España está cosechando un reverdecimiento tan notorio que el populismo ha dejado de convertirse en amenaza para tornarse en un elemento más de la coexistencia. La polarización de la izquierda lleva tiempo asentada en la sociedad española desde que el desencanto social con el partido socialista derivó en la eclosión de Podemos y se asentaron opciones regionalistas auspiciadas por el desapego hacia los partidos tradicionales. La postverdad se ha instaurado en uno y otro extremo del arco parlamentario. Como ayer en Francia, en España es cada vez más estrecha la distancia entre quienes entienden la política desde la responsabilidad para con la ciudadanía y los que hacen de ella un continuo campo de batalla, erosionando derechos y cuestionando avances, cuando no directamente derribándolos. Y nada de esto se logra blanqueando a quienes han tomado el camino de la desestabilización en lugar de la vertebración. Como entona una estrofa de La Marsellesa, los días de gloria están a punto de llegar. Más para los primeros que para quienes nos representan a la mayoría.