Opinión | EN CONCRETO

'Spain is different'

Los analistas y los bancos centrales anticipan un mantenimiento al alza de los precios a lo largo de todo el año

Fachada del Banco de España.

Fachada del Banco de España. / Óscar J.Barroso - Europa Press

Esa inflación que durante meses creímos desaparecida, ha resurgido con fuerza en todo el mundo: en marzo, 6,4% en EEUU, 7,3% en Alemania, en Francia 4,5% y 9,8% en España. A los anteriores cuellos de botella en la oferta que acompañó a la rápida recuperación tras el confinamiento, se han unido ahora fuertes incrementos de precios en productos energéticos (gas y petróleo), cereales y materias primas industriales, como consecuencia de la invasión de Ucrania y las sanciones a Rusia.

Los analistas y, lo que es más importante, los bancos centrales (responsables de combatir la inflación) anticipan un mantenimiento al alza de los precios a lo largo de todo este año. El Banco de España acaba de anunciar su previsión que incluye un IPCA medio del 7,5% para 2022, muy por encima del 5,4% del consenso de analistas.

Occidente vuelve a enfrentarse, como a finales de los 70 del siglo pasado, a un fuerte ‘shock’ externo de oferta. Y basándonos en aquella experiencia, podemos asegurar dos cosas: estos ‘shocks’ nos empobrecen como país, es decir, a todos, y las políticas de compensación de precios, como la adoptada por el Gobierno la pasada semana, solo pueden ser temporales porque el efecto sobre la inflación es moderado y porque el reparto de costes no puede centrarse en el déficit público.

La situación hoy es tan crítica que el presidente Biden ha adoptado una decisión histórica: liberar una parte de sus reservas estratégicas de crudo para rebajar el precio internacional del mismo (y, de paso, hacer un buen negocio). Todos los organismos y todos los países están revisando a la baja sus perspectivas de crecimiento y todos los gobiernos intentan gestionar la nueva situación de la mejor manera posible para paliar los efectos negativos sobre una población ya muy cansada tras el Gran Confinamiento y una recuperación pospandemia que no acaba de arrancar con la fuerza esperada.

Poner el foco

En ese contexto internacional tan excepcional, cargado de riesgos e incertidumbres y con una guerra en marcha, hay quien en España está poniendo el foco solo en el diferencial de inflación en marzo con la media de la eurozona (2,3 puntos porcentuales), intentando hacernos creer que es la prueba del nueve de una supuesta mala gestión económica por parte del Gobierno Sánchez. Curiosamente, son los mismos que en 2010 decían que "la prima de riesgo de España se llama Zapatero", un año antes de que, ya con Rajoy en la presidencia, esa misma prima de riesgo se multiplicara por tres (lo desarrollo en mi libro Seis meses que condujeron al rescate - Deusto 2015). Y esos mismos insisten en bajar impuestos como única solución eficaz a una situación internacional tan compleja; fórmula que, como sabemos, parece valer tanto para un roto como para un descosido y sea cual sea el origen de los problemas. Para contraste, el presidente Biden está pidiendo un mayor esfuerzo fiscal a los más ricos para que contribuyan más a los esfuerzos que la situación exige.

‘Spain is different’ fue un eslogan turístico elegido por Fraga en los 60 del siglo pasado, recogiendo el atractivo del aroma exótico que varios visitantes extranjeros reflejaron en sus libros sobre la realidad y las costumbres españolas durante el siglo XIX y hasta mediados del XX. En términos estrictamente económicos, la diferencia española fue reconocida de manera explícita durante todo el proceso de integración en Europa y los primeros años de permanencia hasta, casi, llegado el euro. Nuestra estructura económica era distinta, con mayor peso de la agricultura y de los servicios, con un sector industrial endeble y especializado en producciones que los nuevos precios del crudo hacían inviable salvo en países con salarios mucho más bajos, un tamaño medio empresarial que dificultaba el acceso a los mercados exteriores y a la inversión en I+D y un Estado ineficiente y escasamente redistributivo.

El reflejo macro de esa peculiar estructura económica fue décadas en las que tuvimos un paro diferencial con Europa, una mayor inflación (los precios canalizaban la falta de competencia y de mecanismos públicos de redistribución de renta que se centraba en los salarios) y un déficit público superior.

Así, la historia económica de las décadas de los 80 y los 90 se resume en la búsqueda de explicación para la diferencia española (el profesor Fuentes Quintana acuñó para explicarlo el concepto de nuestra "economía castiza") y el aprovechamiento de nuestra integración en Europa como palanca de cambio de esos factores diferenciales negativos. Así, por ejemplo, entre 1998 y 2006, mantuvimos un diferencial de inflación con la UE del entorno de punto y medio anual, lo que afectó de manera muy negativa a nuestra competitividad. El mayor peso del sector servicios y una mayor intensidad energética fueron, entonces, las explicaciones dadas por el Gobierno de entonces y por los analistas. Igual que ahora.

Mercado laboral

También nuestro mercado laboral presenta diferencias. Especialmente en tres puntos: ocupamos, en términos relativos, a menos personas (por eso nuestra tasa de paro, especialmente juvenil, ha sido superior desde los ochenta), empleamos a un menor porcentaje de mujeres que en Europa y manteníamos (¿hasta la reforma laboral?) un elevado nivel de precariedad contractual. De aquí se han deducido otros dos factores diferenciales de España: una menor productividad y, en consecuencia, una renta per cápita que siempre ha estado por debajo de la media de la eurozona: sobre una base 100, España ha fluctuado desde el 60, hasta el 90, sin pasar nunca de ahí. En coherencia, también existe un diferencial en salario medio, pensión media, ayudas públicas medias, etc.

Cuando factores diferenciales tan importantes se han mantenido vivos durante cuatro décadas, con gobiernos de un signo y de otro, con mejoras evidentes como consecuencia de nuestro ingreso en la UE y en la eurozona (no hay ninguna duda de que nuestro desempeño hubiera sido peor fuera de esa estructura institucional), extraer un dato, la inflación, de un mes, marzo, para intentar buscar culpables en el Gobierno de turno es, cuanto menos, poco riguroso. Y, sobre todo, una expresión clara de que quien lo dice, está más interesado en quitar al gobierno para ponerse él, que en resolver los problemas objetivos que afectan a los ciudadanos.

Hubo muchas razones detrás de los Pactos de la Moncloa firmados en 1977, en uno de los momentos políticos y económicos más difíciles para España. Dos de ellas fueron: con una situación tan excepcional, lo más útil y más ético no era ponerse a señalar falsos culpables, sino a buscar soluciones. Soluciones de problemas estructurales que exigen tiempo y consensos para aplicarlos, es decir, acuerdos transversales que reduzcan tensión social y den estabilidad a las reformas. ¿A nadie le parece que podríamos probar esa medicina hoy también, en lugar del espectáculo de ver los trastos y los insultos lanzándose de una cabeza a otra, mientras los problemas siguen sin resolver? Con ello, como entonces, sí que seríamos diferentes. Pero en positivo.