Opinión | A VUELAPLUMA

La séptima ola

Hoy ya no hay curvas que se aplanan y los repuntes no abren telediarios. Ya no hay ni cifras diarias de bajas y contagios. La enfermedad no se ha ido, pero la hemos domado con vacunas

Pacientes con covid en la unidad de cuidados intensivos del Hospital del Mar de Barcelona.

Pacientes con covid en la unidad de cuidados intensivos del Hospital del Mar de Barcelona. / FERRAN NADEU

La hemeroteca es un espejo del que sueles salir herido. El primer sábado de abril de hace dos años estábamos en medio de la mayor incertidumbre jamás vivida, con 900 muertos al día en España por una enfermedad desconocida y sin solución a la vista, con el encierro en casa como única medida protectora y sin equipos de seguridad suficientes para los sanitarios, que hacían lo que podían solos ante el peligro. Ese sábado escribí de Sergey, un indigente ruso que de vez en cuando aparece por nuestra calle sonriente entre cartones de vino barato. Escribí de Ana, una médica de paliativos habituada a la muerte. Escribí de su pánico tras haber estado en una residencia de ancianos y haber visto el horror y la desesperación en aquellos viejos que intentaban agarrar su mano como la última asa a la vida. Escribí de que lloró por ellos y de que estaba en crisis personal porque había sentido miedo de contagiarse ella. Escribí que había pensado en sus hijos. Escribí que el pánico puede ser compartido pero fundamentalmente es egoísta.

Hoy ya no hay curvas que se aplanan y los repuntes no abren telediarios. Ya no hay ni cifras diarias de bajas y contagios. La enfermedad no se ha ido, pero la hemos domado con vacunas. O eso necesitamos pensar. Entonces nos preguntábamos si olvidaríamos pronto la tragedia. Hoy podemos decir que estamos olvidando antes de que se acabe. La vida normal ha vuelto. Solo nos quedan las mascarillas, y por poco tiempo, como vestigio final de un tiempo de miedo y angustia.

El drama es que no hay recuperación ni risas a cajas destempladas. Lo peor es que seguimos en el tiempo muerto de la catástrofe. Ahora es una guerra cercana y sus consecuencias en forma de crisis de energía e inflación. Una palabra fría que significa que miles de familias tienen problemas para llenar el carro de la compra y poder llegar a final de mes. Ahora que íbamos a ser fuertes y felices nos llega una séptima ola de pobreza y averías en el bolsillo (y en el alma). Ahora que íbamos a fortalecer el sistema público y a modernizar la industria y la economía hay que destinar gran parte de recursos a la nueva emergencia, que vuelve a ser social, aunque le den el adjetivo de energética. Ahora que la respuesta protectora a la última crisis había funcionado mejor que la liberal llegan tiempos de zozobra para el progresismo valenciano con la petición de imputación de la vicepresidenta Oltra. En un tiempo extremadamente complejo se abre un horizonte desconocido. Y la investigación no es por causas administrativas, sino, presuntamente, por haber tratado injustamente su departamento a una menor tutelada abusada por su exmarido. Es tiempo de tomar decisiones que no se adoptaron al inicio del caso, porque Oltra tiene derecho a defender su buen nombre. El suyo y el de la política.

Y ahora que llueve agua sucia vuelven a tener el terreno labrado los populismos. El hambre y la desconfianza con el sistema son el mejor abono para los mesías que vienen a arreglar el mundo con promesas de cambio total para que nada cambie a los que más tienen. El problema es que no valen palabras frente a iluminados que prometen el cielo a los desesperados. Aliarse con el malestar social para destruir es sencillo. Aliarse con el descontento para construir es lo complicado en sistemas políticos tan complejos e interconectados. No valen grandes discursos ni declaraciones de salvaguarda de la democracia ante las fieras que acechan para devorarla. Valen soluciones. No sé qué será del PP, pero cuando la ultraderecha es la que conecta mejor con el desencanto de la calle, tenemos problemas. No sé si la izquierda de mil colores y banderas será capaz de contener esta séptima ola de hastío y malestar, pero me gustaría tener una futuroteca y ver ahora el diario (si quedan) del primer sábado de abril de dentro de dos años. Confieso que da miedo imaginar ese futuro. Siento pánico por adelantado. No como el de Ana, pero pánico. La esperanza es la capacidad de resistencia demostrada. He vuelto a ver a Ana sonreír. Continúa siendo la mano cálida que acompaña a unos cuantos enfermos en su último tramo. Y continúa siendo feliz dando un poco de felicidad al tránsito. He vuelto a ver a Sergey y continúa con sus botas que hace mucho que perdieron el nombre. Continúa atado al alcohol para borrarse miedos. Miedo es la palabra de estos años extraños. Y continúa sonriendo sin más razón que hacer la vida mejor a los que se cruzan con su estampa destrozada. Sonreír frente al miedo.