Opinión | LA COLUMNA

Veneno sin frasco

El ser humano es a todas luces imprevisible, porque realmente nadie sabe qué razón oculta le lleva a convertirse en un héroe o en un villano

Una niña refugiada forma una corazón con las manos mientras espera en una estación de Hungría.

Una niña refugiada forma una corazón con las manos mientras espera en una estación de Hungría. / REUTERS/Marton Monus

Nadie esperaba que las cosas fueran a desarrollarse de esa manera, como nadie esperaba que Putin finalmente osara invadir Ucrania por más acorralado que estuviera y efímeros fueran los propósitos. El ser humano es a todas luces imprevisible, porque realmente nadie sabe qué razón oculta le lleva a convertirse en un héroe o en un villano, como nadie sabe qué razón lleva a Anna en Kiev a recorrer la calle, llorar en la calle y esperar en la esquina bombardeada el paso de un autobús que en otro tiempo le llevaba hacia su juventud, que hoy es vejez entre escombros que esconden el secreto de todas sus ilusiones desatendidas y estranguladas en cestos de ropa sucia.

Nadie esperaba que las cosas fueran a desarrollarse de esa manera, porque nadie sabe qué pasa por la mente de un ser humano cuando, en un acto que ven millones y millones de personas, decide golpear al insolente presentador que con tan poca gracia ha hecho una mala gracia sobre la enfermedad de la mujer a la que ese hombre ama.

Al día siguiente, el sol estaba pálido y maldito, nadie hablaba de otra cosa porque, por mucho que hayamos deseado golpear en público a alguien por su estupidez maquillada de humor, no lo hacemos y no lo hacemos porque está claro que no se puede ir dando guantazos aquí y allá y vociferando a un vulgar presentador que no ponga el nombre de la persona a la que amamos en su puta boca. Así de imprevisibles somos y así nos enfadamos con razón o sin razón y con razón o sin ella golpeamos el rostro de un tipo, porque en ese momento nos sabemos llenos de todas las razones que nos otorga el dolor de haber sido evidenciados y quizá hasta humillados en público.

Mariupol, una ciudad en ruinas

/ Agencia ATLAS | EFE

Nadie esperaba que las cosas fueran a desarrollarse de esa manera, porque nadie esperaba que aquel conductor clavase sus uñas en un volante que descontrolaba a causa de exceso de alcohol y en plena tarde hiciera surgir la noche inmensa y húmeda entre gritos de pánico de hombres y mujeres que tomaban algo en una terraza, mientras hablaban de cosas cotidianas, quizá de alguna ruptura o de un nuevo amor en ciernes que saltó por los aires en el instante en el que el coche invadió la acera a severa velocidad. Porque es muy complejo saber por qué suceden las cosas y aún más entender por qué ese hombre ebrio decidió coger un coche que entre sus manos era como un disparo certero sobre confiados viandantes.

Dicen que para saber perdonarnos es necesario pulsar el arpa del recuerdo y armonizar lo que de bueno hay en nosotros, aunque tristemente en la mayor parte de las ocasiones no sepamos dónde está, ni siquiera si existió y si realmente fuimos nosotros.