Opinión | ECONOMÍA
Otra vez la incertidumbre radical
En definitiva, cuanto más tiempo estemos caminando en la niebla de la incertidumbre radical, más probable es que pasen cosas inesperadas.
Precisamente cuando la economía española estaba acelerando su crecimiento, el desembolso de los fondos europeos había alcanzado su velocidad de crucero y la recuperación se empezaba a sentir de verdad en la calle, la invasión rusa de Ucrania ha vuelto a ponerlo todo patas arriba. Es muy difícil saber cuál va a ser el impacto económico de la guerra. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) habla de 1,4 puntos porcentuales menos de crecimiento en la zona euro en 2022 (algo más en España), y una subida de la inflación de más de dos puntos sobre unos niveles ya muy elevados. Pero, ante estas cifras, es difícil no acordarse de que la propia OCDE, al principio de la pandemia en 2020, dijo que el crecimiento sería medio punto menor de lo esperado, y terminamos con un descalabro.
No es razonable pensar que la guerra vaya a generar una recesión, especialmente porque partimos de tasas de crecimiento elevadas (en España estaba previsto un crecimiento del 6%) pero sí debemos de ser conscientes de que volvemos a estar en un escenario de incertidumbre radical.
La incertidumbre es diferente del riesgo. Los riesgos aparecen contemplados en las previsiones macroeconómicas con mayor o menor grado de probabilidad, y pueden materializarse o no. Así, a principios de año, había consenso sobre que los riesgos para la economía global eran las nuevas variantes del COVID19, la inflación, los problemas en las cadenas de suministro, la desaceleración económica de China y, en España, las dificultades para implementar el plan de recuperación (también aparecían como peligros las posibles invasiones de Ucrania o Taiwán, pero se les otorgaba baja probabilidad).
Sin embargo, la incertidumbre es una situación en la que nuestros modelos de predicción dejan de servir porque entramos en territorio desconocido, como si estuviéramos avanzando a través de la niebla. Es muy difícil asignar probabilidades a los distintos escenarios porque los eventos clave no se pueden anticipar o, sencillamente, no los entendemos. El ejemplo más claro es que no sabemos qué pasa por la cabeza de Putin y, por tanto, cuánto durará la guerra y cómo transcurrirá.
Pero esa no es la única pregunta. ¿Dejaremos de comprar gas y petróleo rusos, lo que nos llevaría a una caída mayor del crecimiento en los países de Europa central con ramificaciones en España? ¿Se acelerará tanto la inflación que los bancos centrales tendrán que subir drásticamente los tipos de interés, con el consiguiente frenazo al crecimiento? ¿Habrá revueltas sociales en países emergentes y en desarrollo por el aumento de los precios de los alimentos básicos, como en las primaveras árabes de hace una década? Y hay muchas otras preguntas que ni siquiera podemos formular, que es lo que se conoce como “cisnes negros”. En definitiva, cuanto más tiempo estemos caminando en la niebla de la incertidumbre radical, más probable es que pasen cosas inesperadas.
En todo caso, esta nueva situación de incertidumbre debería ser menos grave en términos económicos que la generada por la pandemia en marzo de 2020. Si descartamos una escalada militar que enfrente a Rusia con la OTAN, es razonable pensar que el impacto económico de la guerra se va a localizar sobre todo en Europa (incluida Rusia), y que va a ser limitado en el tiempo. Así, podrían registrarse tasas negativas de crecimiento en algunos meses, pero en el conjunto del año, en España se debería seguir creciendo y creando empleo.
El problema es que, al contrario de lo que ocurrió con la pandemia, cuando la respuesta de política económica estaba clara y había que utilizar toda la potencia de la política monetaria y la fiscal para amortiguar el hundimiento de la actividad por los confinamientos, ahora la respuesta no es tan evidente. La política monetaria no tiene apenas margen, e incluso debería volverse contractiva para contener la subida de los precios, mientras que la fiscal puede ser utilizada, pero con cautela dados los elevados niveles de deuda.
La buena noticia es que la Unión Europea, que dio una respuesta satisfactoria a la crisis económica provocada por la pandemia y al reto de la vacunación, y que ha reaccionado a la invasión de Ucrania con unidad, apoyo y sanciones, está una vez más en disposición de ser parte de la solución. Puede argumentarse que sería necesario dejar en suspenso un año más las reglas fiscales de control del déficit público, e incluso que debería haber una nueva emisión de eurobonos para financiar conjuntamente la ayuda a los refugiados, los gastos de defensa, las ayudas a los más afectados por la subida de precios de la energía y la aceleración de la transición energética.
La respuesta económica europea posiblemente llevará su tiempo, pero es fundamental que se produzca porque, de lo contrario, corremos el riesgo de que el parón económico y el aumento generalizado de precios de lugar a un creciente descontento social y político y de rechazo a las instituciones que durante la pandemia no se dio. Y no estamos precisamente en un buen momento para debilitar las democracias liberales.
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