Opinión | TECNOLOGÍA

Homo digitalis asincrónico

La flexibilidad nos devolverá tiempo, el bien más preciado. Y el tiempo tal vez nos haga un poco más felices

Una persona durante una jornada de teletrabajo

Una persona durante una jornada de teletrabajo / Europa Press

Ya sabemos que la pandemia de Covid ha acelerado algunos cambios importantes en la forma en la que trabajamos, gracias a las posibilidades que ofrece la tecnología para estar conectados, comunicarse y compartir información desde casi cualquier lugar y en tiempo real. El teletrabajo ha venido para quedarse, se dice frecuentemente. Y efectivamente, para algunos trabajos -sólo para algunos trabajos-, no tener que ir a una oficina empieza a ser una opción normal. El 'lugar' de trabajo ya no tiene sólo una dimensión física, sino también digital.

Esta tendencia tiene implicaciones para las empresas y para los trabajadores, naturalmente. Para las primeras, obliga a un replanteamiento de algunos costes fijos relacionados con los centros y las herramientas de trabajo, por ejemplo. Para los trabajadores, presenta ventajas o desventajas, según el caso, pero parece lógico pensar que puede llegar a favorecer, corregidas algunas disfuncionalidades, la conciliación de la vida profesional y personal. Lo que es seguro es que va a cambiar el tráfico y la movilidad en las ciudades. Para quienes aspiramos a urbes sin coches, el teletrabajo resulta un nuevo aliado para la causa.

La asincronía es otra tendencia que está imponiendo el trabajo remoto, móvil y digital, tal la vez la más interesante, por el impacto directo y profundo que puede tener en la cultura del trabajo. Aplicada al ámbito laboral, esta propuesta propicia modelos que permiten la libertad de horarios y el fin de las clásicas jornadas de 9 a 18 o con horas fijas de 'entrada' y 'salida'. Supone que los profesionales y los equipos no sólo no trabajan en el mismo espacio, tampoco al mismo tiempo. De esa manera, la comunicación no es siempre inmediata ni hay una exigencia permanente de conexión en tiempo real, independientemente de la franja horaria en la que se encuentre el trabajador. Esto supone una auténtica revolución y plantea importantes retos desde el punto de vista de la productividad, la gestión y el liderazgo.

Sin embargo, es fácil intuir los beneficios de este modelo y deberían ser considerados seriamente, siempre que sea posible. Entre otras ventajas, la asincronía puede ayudar a racionalizar y hacer más eficiente el tiempo de trabajo, mejorando la autonomía y la concentración del trabajador, evitando interrupciones innecesarias. Puede ayudar a reducir el estrés y la ansiedad, ya que se elimina o se reduce la expectativa de una respuesta o una reacción inmediata ante una información, una pregunta o una propuesta, enviada o recibida. La comunicación y la colaboración serán más lentas de este modo, pero seguramente de mejor calidad. Este planteamiento, evidentemente, no impide la comunicación y el trabajo sincrónico cuando sea necesario, útil y aporte valor.

Resulta tal vez paradójico que en la era de la conexión permanente y el todo en real time se plantee un modelo de trabajo tan a contracorriente, pero esta aspiración viene a confirmar y es reflejo de una máxima indiscutible, que abarca a más sectores y a un número mayor de trabajadores, que es que el trabajo del futuro será flexible. Fijo, temporal o a tiempo parcial, pero flexible. La flexibilidad nos devolverá tiempo, el bien más preciado. Y el tiempo tal vez nos haga un poco más felices.