Opinión | ECONOMÍA

Pagar la crisis

Quizás es momento de pensar en una renta básica universal, mejor que en tener más armas o en bajar impuestos

Colas del hambre en la parroquia de Sant Isidre, en Barcelona.

Colas del hambre en la parroquia de Sant Isidre, en Barcelona. / M. Mitru

En 2021 Jeff Bezos ha viajado al espacio. Con lo que este señor ha ganado solo en este año de pandemia, se podrían haber pagado las vacunas de toda la población mundial que no han tenido acceso a ellas. Pero, mientras millones de personas han perdido la vida por no poder vacunarse, este señor se ha ido al espacio con sus amigos y ha dado gracias a los precarios empleados de su empresa y a sus clientes por haberle sufragado la fiesta.

Esta es la cara y la cruz de la realidad postpandemia que tenemos hoy en día. Un crecimiento galopante de los ricos -en el mundo hay un nuevo milmillonario cada día- y un crecimiento galopante de las fortunas de los que ya son ricos -su riqueza ha crecido más en la pandemia que durante los últimos 14 años-, mientras el resto de los mortales ve deteriorarse su situación. Desde 2020 hay 160 millones de pobres más que no llegan a cubrir las necesidades más básicas.

Estos datos y otros muy interesantes podemos encontrarlos en el informe que hizo Oxfam para el Foro de Davos y describe con crudeza cómo las desigualdades se incrementan en todos los países -también en España- y cómo estas desigualdades matan. Oxfam señala, además, las causas de este despropósito: el apogeo de entidades no reguladas y subida de precios de los mercados de valores, el auge de los monopolios y las privatizaciones, pero también los salarios, los tipos impositivos y los derechos laborales.

Esta violencia económica tiene consecuencias mortales. Las posibilidades de vivir más hoy dependen, sobre todo del nivel de renta y el código postal

Al panorama mundial le sigue de cerca el doméstico. En España los 23 milmillonarios nacionales aumentaron su fortuna en la crisis COVID en un 29% y solo durante el primer año de pandemia ya sumamos un millón más de personas en la pobreza que, a estas alturas, se puede haber duplicado. Esta violencia económica tiene consecuencias mortales. Sí, se llama violencia económica y mata. Puesto que las posibilidades de vivir más hoy dependen, sobre todo del nivel de renta y el código postal.

Tras los efectos devastadores de la pandemia, ahora nos enfrentamos a una guerra. Parece que en el coste de la guerra debemos asumir las pretensiones del dudosamente necesario aumento del arsenal armamentístico que propone Sánchez y desde luego debemos hacer frente de manera urgente al incremento del coste de la energía que tiene a muchas familias sumidas en la desesperación. Las soluciones pasan por varios frentes.

Los fondos europeos y la desigualdad

En primer lugar, tenemos ingentes cantidades de fondos europeos que pueden servir para reducir la desigualdad, o pueden incrementarla si se quedan en las manos de quienes suelen copar las grandes inversiones. De cómo el Gobierno sea capaz de gestionar estos fondos va a depender que la brecha de la desigualdad se estreche o se ahonde. Pero aún no sabemos en qué sentido se dirimirá, ni tenemos garantías de ello.

Si no aprovechamos ahora para cambiar las reglas del juego y las dinámicas de poder en la economía, la brecha solo se va a profundizar

En segundo lugar, está la cuestión de los impuestos. Bajar impuestos no es la solución. Puede ser un parche temporal, por un tiempo muy corto, pero no podemos renunciar a que el estado recaude, porque sería abdicar de su papel para reducir la desigualdad. Además del crecimiento de las grandes fortunas, las compañías energéticas han multiplicado sus beneficios de manera desorbitada los últimos meses con las subidas de precios de la energía. Repsol, Endesa, Iberdrola y Naturgy han incrementado su beneficio neto un 226% en 2021 en relación con el año anterior. ¿Tiene algún sentido que el Estado renuncie a recaudar impuestos para combatir la desigualdad o para invertir en la transición hacia una energía más barata y menos contaminante, mientras estas empresas no solo no renuncian a ningún beneficio, sino que están dando un pelotazo a costa de quien no puede pagar la calefacción? Yo creo que no. En una guerra no se bajan impuestos, se regulan los precios. Además, las personas más ricas y las empresas que mayores beneficios cosechan tienen que contribuir de manera más justa. Si no aprovechamos ahora para cambiar las reglas del juego y las dinámicas de poder en la economía, la brecha solo se va a profundizar.

En tercer lugar, en nuestro país empieza a despuntar el malestar social. Quienes no pueden llenar el depósito del camión o del tractor, quienes no llegan a pagar la cesta de la compra, quienes no pueden encender la calefacción en invierno, quienes no paran de rellenar formularios pero nunca logran acceder al IMV, quienes renuevan el alquiler al IPC pero el salario no, quienes sufren el malestar de no ser de ese grupo de privilegiados que hacen el agosto con cada crisis, ya no pueden más.

El gobierno que afrontó la crisis del covid con un escudo social, no puede ahora renunciar a hacerse cargo de todos estos malestares y debe seguir apostando por una ofensiva de políticas progresistas que, realmente, reduzcan la desigualdad y ayuden a estas familias a remontar. Quizás es momento de pensar en una renta básica universal, mejor que en tener más armas o en bajar impuestos. No sirve con bajar unos puntos el iva, porque esto no les saca de pobres. No sirve con medidas que valen a los de arriba pero no resuelven a los de abajo. No sirve con agitar el miedo a la ultraderecha, porque eso no da de comer. Para que Vox no suba, para que la gente confíe, es necesario hacer políticas valientes y, además, eficaces.