Opinión | EL OBSERVATORIO

Serás bruja

Para tomar conciencia de que no somos brujas por tener iniciativa, creencias propias y hambre de conocimiento, ayuda leer estos libros de Adela Muñoz Páez y Elizabeth Lesser

Una mujer con una carabela.

Una mujer con una carabela. / Unplash

Es lo que de ahora en adelante desearé a todas las recién nacidas. ¿Qué mejor auspicio para una criatura? Sí, me refiero a las de escoba y sombrero. Es la conclusión que he sacado leyendo Brujas, el nuevo libro publicado por Adela Muñoz Páez en la Editorial Debate. Hay que decir que Adela es química, catedrática en la Universidad de Sevilla para mas señas, o sea, bruja. Del siglo XXI, pero bruja. Sabe de lo que habla. Vale que sus pócimas y hechizos los ejecuta en laboratorios, pero es porque los tiempos han cambiado. Adela, cuya especialidad es la química inorgánica (más magia todavía), continúa en su empeño de divulgar el trabajo de mujeres relevantes, ignoradas y/o olvidadas. Ya lo hizo en Sabias, publicado en 2017, o Marie Curie, en 2020, y ahora quiere que nos enteremos quiénes eran de verdad las brujas y lo que pergeñaban.

Documenta en su libro exhaustivamente las normas que regulaban y condenaban cuanto las autoridades consideraban brujería y que viene a ser toda aproximación femenina a los campos del saber y toda desviación de los roles impuestos. Con este recuento pormenorizado de las incontables leyes civiles y religiosas contra las mujeres (a los hombres también se los acusaba, pero en menor proporción), la autora deja patente que el objetivo era simple y llanamente limitar su actividad, impedirles cualquier iniciativa que no fuese procrear y servir. Hasta a las monjas se les prohibió el acceso al conocimiento científico, aunque fuera para practicar la medicina.

En 1298, el Papa Bonifacio VIII promulgó el decreto Periculoso por el que expulsaba a las mujeres de las bibliotecas, monjas incluidas. Por lo visto, era crucial para la civilización mantenernos embrutecidas o, al menos, pasivas. Y me pregunto yo: ¿por qué? ¿De dónde nace esa misoginia? ¿Cuál es su utilidad? ¿Es un asunto económico? ¿Tan terrible hubiera sido que las mujeres tuvieran alguna parcela de poder? ¿Tan peligrosa es la igualdad? Parece ser que sí, que para que las cosas siguieran como estaban y los "señoros" mantuvieran sus privilegios era imprescindible que la mitad de la población estuviera sometida. Muñoz Páez dedica bastantes páginas a analizar las raíces de la discriminación.

Hay ratos en que leer este recuento de textos misóginos se hace duro. Los hay que especifican cómo conducir un interrogatorio y cómo torturar hasta que la interrogada confiese lo que el interrogador busca, sea cierto o no. Tanta crueldad duele. La Iglesia, por supuesto, es la primera promotora de la misoginia. Una se da cuenta del milagro que supuso que algunas, como Teresa de Ávila, se enfrentaran a la jerarquía eclesiástica, lograran escribir sus libros y escaparan de la hoguera. No obstante, España, según cuenta Adela, no es donde más mujeres fueron perseguidas por brujas o como chivo expiatorio de cualquier desorden. El Santo Oficio estaba demasiado ocupado persiguiendo a judíos y moriscos y detuvo procesos arbitrarios y acusaciones falsas por hechicería. Donde más procesos se abrieron y más gente pereció condenada por brujería y herejía fue en Alemania. Y es que era fácil condenarlas dado que no tenían derecho a defensa ni su palabra contaba para nada.

Una mujer muestra una pancarta en una manifestación del 8-M.

Una mujer muestra una pancarta en una manifestación del 8-M. / Albert Beltrán

La falta de fiabilidad, de credibilidad y de autoridad de la palabra de las mujeres es el tema de otro ensayo que ha salido estos días: Que hable Casandra, de Elizabeth Lesser (Editorial Maeva). Lesser analiza los mitos sobre los que la identidad femenina se ha construido en nuestra tradición occidental. Como Casandra, hija de Hécuba y Príamo, reyes de Troya, que fue premiada con el don de adivinar el futuro y a continuación castigada con el de no ser creída, la mayoría de mujeres conocemos la sensación de no ser escuchada, no ser tenida en cuenta en una reunión, particularmente en el mundo profesional, especializado, público. Cuando toca opinar sobre la actualidad, solo desde hace cinco años a raíz del movimiento #metoo (enésima ola de feminismo, por cierto, llevamos más de 100 años con las mismas reivindicaciones, un pasito adelante, dos atrás), han empezado a escucharse en los medios las voces de las expertas. Porque las sabias, como las brujas, haberlas haylas, solo hay que tener voluntad de buscarlas y escucharlas.

Los mitos de la bruja o mujer maléfica, como también los de Casandra, Eva, Pandora, o Galatea, perviven incrustados en nuestro inconsciente y, a pesar de que hayan pasado siglos, nos aíslan y limitan. Para desmontarlos y tomar conciencia de que no somos brujas por tener iniciativa, creencias propias y hambre de conocimiento, ayuda leer estos libros.