Opinión | PARTIDO POPULAR

Dad a Vox lo que es de Vox, la doctrina Feijóo

La nueva presidencia del PP no pretende torpedear a la ultraderecha imprescindible para gobernar, sino asimilarla

Alberto Núñez Feijóo

Alberto Núñez Feijóo / EFE

Que las vacas sagradas decidan, sentenció Pablo Casado, y los rumiantes lo cornearon inmisericordes. En la trastienda, Alberto Núñez Feijóo se comportó como el español que se ha tomado más en serio la salida del confinamiento. Se abrazó a la presidencia nacional del PP con la misma energía desplegada durante una década para no sucumbir a la tentación. De repente arrió una renuncia teñida de obstinación, modestia, temor, ignorancia o morriña por recurrir a una enumeración kafkiana.

Feijóo se olvidó de tomar la precaución maquiavélica de rematar a su predecesor. Casado nunca debió seguir de presidente tras la cumbre contra los barones unánimes, y mucho menos conservar todavía hoy el cargo virtual. Los peligros del rencor empeoran cuando este resentimiento anida en la sala de máquinas, las sucesivas zancadillas de los defenestrados se solapan con la evidencia de que ningún presidente del Gobierno ha aterrizado en La Moncloa con sesenta años cumplidos.

Nadie duda de que Feijóo ha desempeñado hasta ahora un papel más modesto del que le corresponde, hasta el punto de ingresar en la nómina de los grandes políticos españoles que ni siquiera fueron ministros. La duda estriba en si ha seleccionado el momento oportuno para el asalto definitivo a la cima de su partido. Puede quedar afectado por el síndrome de Carlos de Inglaterra, el heredero que ya ha conseguido ser más viejo que su madre, y que se calzará la corona a la edad en que Juan Carlos I y Ratzinger ya habían abdicado.

Perdida la inocencia, y en su rango de habitante del limbo transitorio pilotado por su desacreditado predecesor, el futuro presidente del PP ha desembarcado evangélico con bendiciones a diestra y a derecha. Pronto advertirá que la ultraderecha es ultrainsaciable, y que traduce el pacto en rendición. A la hora de integrar a los radicales para evitar que Putin proponga la "desnazificación" de España, el primer mandamiento de la doctrina Feijóo establece "Dad a Vox lo que es de Vox". El PP se conformará con las sobras, cada vez más exiguas a juzgar por las encuestas implacables. O por las propias elecciones, todavía más duras que los sondeos.

El paisanaje salió del moderado arrobamiento con Feijóo tras el pacto con Vox de igual a igual en Castilla y León. De una estocada, se saltaba del flirteo amenazador a la rendición incondicional a la evidencia de que no habrá Moncloa sin los tridentinos asentados en los sillones de palacio. A la gallega, por la vía interpuesta del maniquí Mañueco, el anhelado líder de la derecha nombraba vicepresidente de su Gobierno en la sombra a Santiago Abascal. La nueva presidencia del PP no pretende torpedear a la ultraderecha moderada imprescindible para gobernar, sino asimilarla.

El carisma de Feijóo no se invierte en apaciguar a su estruendoso vecino, sino en acoplarlo. Después de haber elegido el camino más largo para aproximarse a La Moncloa, solo el resultado ante las urnas de cabalgar sobre el tigre medirá la validez de la estrategia adoptada. En palabras de un ilustre predecesor del político gallego en la presidencia del Gobierno a la que aspira, "gato blanco, gato negro, qué más da, lo importante es que cace elecciones".

La segunda entrega de "Dad a Vox lo que es de Vox" se produjo el jueves. En un precipitado de malentendidos digno de Mariano Rajoy, su sucesor se aproximó al negacionismo de la violencia de género que practica la ultraderecha. Tras predicar la confusión in vivo, Feijóo se retractó in vitro bajo la especie de que en realidad había dicho lo que había dicho, pero también podría haber dicho otra cosa diferente y eso no alteraría en lo más mínimo su convicción, cualquiera que esta sea. Lo grave de la sucesión de humoradas es que se ejemplificaban con el asesinato de niños a cargo de sus padres.

CIS

El mismo jueves se publicaban los primeros trazos de la nueva era del PP. El barómetro mensual del CIS sometía al presidente popular a estrenar al crisol de un indagatorio "¿quién preferiría que fuese presidente del Gobierno?". El inquilino de La Moncloa gana este concurso desde hace décadas, por lo que Pedro Sánchez (26 por ciento) encabezaba la lista en cumplimiento de la tradición. Por definición, el líder de la oposición ocupa el segundo lugar, y aquí sorprende la decepcionante valoración de Feijóo (11,7).

El virtual jefe de la oposición se situaba a la altura de Yolanda Díaz (10), alicaída tras las piruetas de su partido con la invasión rusa de Ucrania. La vicepresidenta de Podemos llegó a rozar el veinte por ciento, lo cual no solo demuestra su retroceso, sino también la modesta valoración de Feijóo. Para el presidente gallego todavía debe ser más preocupante que Isabel Díaz Ayuso (7) le pise los talones, a una distancia incómoda para quien cuenta con la ventaja impagable de optar oficialmente a La Moncloa, a diferencia de la presidenta de Madrid. En teoría, claro.

Cuando menos, su primer CIS ilumina a Feijóo con una perspectiva simétrica. De un lado, el PP renqueante compensado por la pujanza de Vox. En el otro hemisferio, el PSOE se mantiene firme, pero la caída de su socio debilita sus expectativas.