Opinión | ECONOMÍA

El coste de la dependencia rusa

La OCDE augura un uno por ciento menos de crecimiento económicomundial por la guerra, una factura que será mayor en Europa

El presidente ruso, Vladimir Putin.

El presidente ruso, Vladimir Putin. / -/The Kremlin/dpa

La guerra de Ucrania le costará al conjunto de las economías del planeta un 1% del crecimiento del PIB, según los cálculos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Una factura que será mayor en el caso de Europa por su alta dependencia del gas y del petróleo ruso: el organismo con sede en París apunta a que el conflicto reducirá el 1,4% el crecimiento económico europeo. Al margen de la cautela con la que hay que tomarse estas cifras cuando la crisis todavía sigue abierta, sirven para hacerse una idea de la magnitud que puede llegar a tener la deriva económica de la guerra.

Antes de la invasión lanzada por Moscú el pasado 24 de febrero, la OCDE estimaba para este año un crecimiento del 4,5% del PIB mundial. Teóricamente, el fantasma de la recesión está lejos, pero ello no quiere decir que los efectos de la guerra no sean especialmente dañinos en determinados sectores, como el transporte o la agricultura. La inflación, que aumentará un 2,5% según el informe del organismo internacional, restará fuerza a la recuperación pospandemia y obligará a los bancos centrales y a los gobiernos a adoptar medidas (la Reserva Federal de Estados Unidos ya ha subido esta semana los tipos de interés, por primera vez desde 2018) para amortiguar el golpe.

Cuando la Unión Europea y Estados Unidos aprobaron aplicar sanciones económicas contra Rusia por la invasión de Ucrania, lo hicieron plenamente conscientes de que esa decisión acabaría teniendo un camino de retorno. El objetivo principal de aislar financieramente al régimen de Vladímir Putin y acorralar a la élite económica que lo sustenta está teniendo resultados en la economía rusa: el rublo se ha derrumbado, numerosas multinacionales han abandonado el país y su deuda ha pasado a calificarse como bono basura . 

Rusia ha logrado esquivar el primer peligro de suspensión de pagos (default), aunque no está tan claro que pueda hacer frente a los siguientes vencimientos de bonos. En un mundo globalizado, es inevitable que la asfixia económica a Rusia tenga también efectos en los propios países que la impulsan. Y más allá de las sanciones aprobadas, el conflicto bélico acarrea consecuencias, como la caída de las exportaciones de trigo y otros cereales procedentes de dos grandes productores como son Rusia y Ucrania. Todo ello se traduce en una subida de precios en general, muy especialmente en el sector energético, en Europa. El riesgo de que el malestar ciudadano por el encarecimiento de productos básicos sea aprovechado por los populismos no debe menospreciarse.

La UE no podía adoptar otra decisión que frenar las ambiciones expansionistas de Putin y ayudar a Ucrania a defenderse de un ataque ilegal, pero esta ayuda tiene su coste, como intentan explicar las instituciones europeas, con mayor o menor fortuna, cuando piden un "esfuerzo" a la sociedad. La misma sociedad que, por otra parte, está siendo ejemplar en su solidaridad con los refugiados ucranianos. El esfuerzo que puedan hacer los ciudadanos, sin embargo, no debe ir solo.

Europa deberá hacer algo más que "bajar la calefacción" para reducir el consumo de gas ruso, como propuso el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell. Acelerar el proyecto del gasoducto Midcat entre España y Francia, por ejemplo. O adoptar medidas urgentes para contener los precios de la electricidad, el gas y la gasolina. El Gobierno español se ha comprometido a hacerlo, pero retrasa su decisión hasta después de la reunión del Consejo Europeo de los próximos 24 y 25 de marzo. Los países europeos han demorado demasiado tiempo un auténtico debate energético. La guerra de Ucrania evidencia el error de no haberlo hecho antes.

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