Opinión | POLÍTICA EXTERIOR

La guerra lo ocupa todo

Todo apunta a que a partir de ahora se avanzará con mucha más dificultad en lo que sin duda es la gran agenda para la seguridad global

Sergei Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia, se reúne con su homólogo iraní Hossein Amir-Abdollahian, este martes en Moscú.

Sergei Lavrov, ministro de Exteriores de Rusia, se reúne con su homólogo iraní Hossein Amir-Abdollahian, este martes en Moscú. / MAXIM SHEMETOV / REUTERS

Llegó la guerra y todo lo demás pasó a un segundo plano. Prioridades sobrevenidas, como proteger a los refugiados, y decisiones inesperadas, como armar a los ucranianos, han hecho saltar por los aires una agenda internacional repleta de cuestiones pendientes que inevitablemente se verán alteradas por un conflicto bélico de duración y derivadas aún desconocidas.

Ya antes del 24 de febrero el mundo asistía al debilitamiento de un multilateralismo imprescindible para mantener con vida acuerdos sobre los que se sostiene la estabilidad global, desde el comercio hasta el desarme. La renovación de algunos de estos acuerdos se postergó por la pandemia, otros se han visto atascados en difíciles negociaciones en un entorno global dominado por la desconfianza. ¿Quién querría comprometerse a nada en un escenario de ‘incertidumbre radical’?

Uno de los ámbitos donde más destructiva será la pérdida de confianza y el deterioro de los mecanismos de cooperación es la no proliferación nuclear. Conviene no olvidar que la guerra fría empezó a descongelarse a partir de los años setenta precisamente con los acuerdos de desarme entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Todo apunta a que a partir de ahora se avanzará con mucha más dificultad en lo que sin duda es la gran agenda para la seguridad global.

El primer ejemplo lo estamos viendo esta semana, cuando debía cerrarse el regreso de EEUU al Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, en inglés) que desde principios de 2021 se discute en Viena para resucitar el acuerdo nuclear con Irán. En las conversaciones, coordinadas por la Unión Europea, participan Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania, Irán y EEUU (estos dos últimos, en mesas separadas). El objetivo es reactivar el acuerdo alcanzado en 2015 que logró detener el desarrollo del programa nuclear iraní, y del que EEUU se retiró nada más llegar Donald Trump a la Casa Blanca.

En un giro previsible, el acuerdo pende ahora de un hilo del que tira no Teherán, sino Moscú. Como firmante del JCPOA en 2015 e impulsor de las negociaciones de Viena, Moscú exige que sus intercambios comerciales con Irán queden fuera de las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania. EEUU ha rechazado de inmediato las demandas rusas y las negociaciones se han suspendido por tiempo indeterminado. Irán dice que la decisión de salvar el acuerdo está en manos de Washington. Ante el posible colapso de una de las negociaciones internacionales más importantes, el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Hossein Amir Abdollahian, visitó Rusia esta semana.

Todas las partes quieren recuperar un acuerdo revisado con lupa a lo largo del último año. Teherán y los otros firmantes habían logrado acercar posiciones en unas conversaciones siempre al borde del fracaso, reconducidas una y otra vez por el diplomático español Enrique Mora, director político del Servicio Europeo de Acción Exterior. El acuerdo supondría para Irán dar un giro radical a su programa nuclear, a cambio de que EEUU se reincorpore y levante progresivamente las sanciones a la república islámica. Según el analista de Crisis Group Naysan Rafati, desde que Washington se retiró del JCPOA en 2016, los avances nucleares iraníes han puesto al país en el umbral de la capacidad armamentística nuclear.

El segundo ejemplo del retroceso en materia de desarme y no proliferación lo veremos con mucha probabilidad el próximo agosto, cuando comenzará en Nueva York la décima conferencia de revisión del TNP. Aplazada tres veces desde 2020 por la pandemia, la revisión del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) se lleva a cabo cada cinco años con el objetivo de prevenir el desarrollo de nuevo armamento nuclear y avanzar en la cooperación global para el uso pacífico de la energía nuclear.

El TNP entró en funcionamiento en 1970 y se ha convertido en la pieza central del régimen de no proliferación nuclear en todo el mundo. Entre los 191 países firmantes están los cinco Estados nucleares reconocidos (EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido). Los avances en las sucesivas conferencias de revisión del TNP se han logrado gracias al clima de confianza y al diálogo estratégico construido entre EEUU y Rusia, reconoce Vicente Garrido, experto en proliferación nuclear. En el clima bélico actual, no es previsible que ninguna de las potencias nucleares se presente con propuestas ambiciosas el próximo agosto en Nueva York. Ni siquiera está claro que los representantes rusos, empezando por el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, puedan asistir.

Para abrir un hueco de luz entre los pronósticos pesimistas sobre el mundo inestable y peligroso en el que vamos a vivir durante un tiempo, merece la pena recordar que el TNP empezó a gestarse en 1965, tres años después de la crisis de los misiles, en 1962, cuando el mundo estuvo en el precipicio de un conflicto nuclear entre EEUU y Rusia. En 1972, ambas potencias firmaron el Tratado de Antimisiles Balísticos (ABM), el primer acuerdo de desarme nuclear, al que siguieron los tratados SALT y START, en sus distintas versiones, INF y FACE.

No necesitamos explicar estas siglas para afirmar que los acuerdos de desarme fueron la base de la confianza que ha mantenido la paz en Europa hasta hoy. Si atendemos a las fechas, podríamos tardar una década en construir la nueva arquitectura de seguridad que Europa y el mundo necesitarán después de la guerra en Ucrania.