Opinión | Análisis

Preguntas necesarias

¿Mejoraríamos de verdad nuestra seguridad con nuestra expansión en Ucrania si esta aumentara diez veces más el miedo de Rusia?

Un niño llora en brazos de un soldado.

Un niño llora en brazos de un soldado. / THOMAS PETER

Louis J. Halle fue profesor del Graduate Institute of International Studies en Ginebra en los años sesenta y publicó un libro interesante, The Cold War as History. Su tesis central dice así: "Desde el comienzo en el siglo IX hasta el presente, el instinto primario de Rusia ha sido el miedo. El miedo, más que la ambición, es la principal razón para la organización y expansión de la sociedad rusa. El miedo, más que la ambición en sí misma, ha sido la gran fuerza impulsora. Los rusos, tal y como los conocemos hoy, han experimentado centurias de un miedo constante y mortal. Esta no ha sido una experiencia conciliadora. No ha sido una experiencia calculada para producir una sociedad ingenua, abierta, inocente y cándida".

Es la descripción de un naturalista. Situada en una tierra expuesta a invasiones orientales, Rusia vivió como un animal en peligro. Puede parecer simplificador, pero Halle va al grano. Ese miedo ha generado tres actitudes geoestratégicas centrales: disponer de Estados colchón en sus fronteras, generar un núcleo de mando en el que residen todos los resortes del poder, y delegar la seguridad en su inmenso espacio en una guerra defensiva. Esto fue tan cierto con Napoleón como con el II Reich, que mandó a Lenin a hacer el trabajo de invasión. Hoy, en una hipotética guerra nuclear, esa espacialidad es más relevante todavía. Los tres rasgos juntos se grabaron a fuego en los estados mayores europeos: no invadir Rusia. Hitler, un cabo ignorante, lo olvidó.

La OTAN debía administrar con prudencia la pulsión de su historia, la expansión. Nosotros distinguimos entre afán de seguridad, razonable, y pulsión de expansión, problemática. ¿En qué mejoraría la expansión de la OTAN hasta Ucrania nuestra seguridad? ¿En qué empeoraría el miedo ancestral de Rusia? Si cruzamos las dos preguntas obtenemos esta otra: ¿mejoraríamos de verdad nuestra seguridad con nuestra expansión en Ucrania si esta aumentara diez veces más el miedo de Rusia?

Este tipo de preguntas se las hacen muchos analistas de Estados Unidos y de Europa, de tal manera que aprecio un divorcio entre la opinión experta y los dirigentes políticos occidentales. Si el miedo de Rusia aumentara tanto con esta expansión, de manera que, angustiada por su propia debilidad, llevase el órdago hasta el límite (una guerra nuclear en Europa), ¿sería respondido con una opción ganadora por parte de Occidente? Porque las sanciones no lo serán. ¿No sería inevitable entonces nuestra derrota, la pérdida de credibilidad de la OTAN y la reducción de su potencial protector? ¿Ha sido llevada Ucrania a una guerra con alguna posibilidad de ganarla?

Cuando nos hacemos estas preguntas, surge la inevitable reflexión adicional. A no ser que perder sea una forma de victoria. ¿Y quién ganaría entonces? Seguro que no Ucrania, que será destruida; ni Europa, que verá debilitada su economíaBorrell hablaba de estar dispuestos a pagar el alto precio. ¿Qué compramos con él? ¿Y qué precio pagará Estados Unidos? Que VOX culpe a la UE de llevar mal la negociación no hace sino mostrar la desvergüenza de una formación que obedece a intereses que no son los nuestros.

No podemos escandalizarnos del cinismo y la tiranía de Putin y su núcleo económico-militar. Imaginamos hasta dónde puede llegar si nos ve débiles. Sabemos de qué es capaz Rusia. ¿Tan pronto hemos olvidado Alepo? Por supuesto que, en el actual estado de cosas, nos conmueve el arrojo de los ucranianos. Por supuesto que admiramos a Zelensky y nos duele lo que está pasando. Por supuesto que apoyo a nuestro Gobierno en la necesidad de ayudar a Ucrania. Pero abramos un espacio a la diplomacia y a la producción de una adecuada seguridad, que no puede basarse en la reducción a la impotencia del poder cínico de Rusia. Eso podría ser deseable, pero no es razonable, ni sensato, y supone olvidar que Rusia no puede perder esta jugada. Hay un serio peligro nuclear.

Barbara Spinelli, hace unos días en Il Fatto Quotidiano, rescataba este texto del pasado: "El hecho de que no estemos dispuestos a desplegar un ejército de la OTAN fuera del territorio alemán, ofrece a la URSS una garantía de seguridad estable". Estas palabras no las dijo un perroflauta. Las dijo el secretario de la OTAN, Manfred Wörner, a punto de caer el muro de Berlín. ¿Por qué todo ha cambiado de tal manera que ni siquiera es suficiente integrar a las Repúblicas Bálticas y Rumanía? Sabemos lo que ha llevado a Rusia a una posición inamovible y rígida. Sabemos que Europa no quería llevarla ahí. Pero no sabemos lo que ha llevado a Estados Unidos a la misma posición de rigidez.

Salvo que hagamos uso de Carl Schmitt y pensemos que regresar a la estructura de amigo-enemigo obligará a Europa a olvidar una forma pacífica de comprenderse. Pero entonces, ¿dónde queda Ucrania? ¿Es el precio a pagar por recrear los bloques? ¿O es un pueblo dotado de sus propias aspiraciones, que pueden desplegarse vinculado social y económicamente a la Unión, pero militarmente neutral frente a Rusia?

Y entonces, ¿no estaremos por primera vez ante la intensificación de la expansión occidental porque la debilidad hace mella en nosotros? ¿Y hacia qué mundo nos dirigimos cuando el miedo domina? ¿Y por qué deberíamos tener más miedo a Rusia con una Ucrania neutral en una Europa en paz? ¿No será mi enemigo mi propio miedo hecho persona? ¿No sería mejor comenzar a encarar un nuevo orden mundial defensivo y no expansivo? ¿No es necesario hacerlo?