Opinión | Análisis
Marcos Ricardo Barnatán
Terror nocturno
Se equivocaban los que predecían una guerra relámpago, el augurado paseo militar ruso resultó ser un movimiento demasiado pesado
Anoche, quizá abrumado por las alarmantes informaciones sobre Ucrania, sufrí una crisis de terror nocturno. A la espera de conciliar el sueño imaginaba la escena de un Vladímir Putin acosado y frustrado que en la soledad de su poder omnívoro apretaba el botón rojo de un apocalipsis nuclear. No temía por mí, a cierta edad uno se cree ya suficientemente amortizado, pero pensaba en qué sería de este pobre mundo devastado por un caprichoso desvarío de la historia.
Amaneció un día soleado y se diluyó la pesadilla con el sabor del café y la prosa de Stevenson. Se equivocaban los que predecían una guerra relámpago, el augurado paseo militar ruso resultó ser un movimiento demasiado pesado como si los engranajes de esos enormes tanques no estuvieran bien engrasados. Y una resistencia nacionalista insospechada surgió liderada por un cómico judío, que no judío cómico, a la sazón presidente de Ucrania. Me pasé casi toda la vida creyendo que ese país era parte de Rusia, quizás porque cuando mi abuela materna llegó con 5 años de Odesa a la Argentina, huyendo de los pogroms zaristas, así lo era y yo la había oído decir con esas erres guturales que conservaba de su lengua madre que ella era “gusa y a mucho honga”.
Luego vino el derrumbe de la Unión Soviética a cambiar el mapa y a marcar las diferencias que han producido la pretensión restauradora de Putin, que tanto nos ha conmovido. Nunca he visto a Europa en pie de guerra como estos días, ni los cambios de política de los países tan bruscos. Las palabras y las sanciones se han endurecido, y nadie oculta que la guerra ha dejado de ser algo local para enfrentar a todos contra Rusia. No se admite ya ninguna neutralidad, algo reservado en exclusiva para los chinos, y hasta Suiza depone la bandera.
Son ya muchos los países que se aprestan a enviar armas a Kiev pese a la amenaza rusa de bombardear los transportes, y este poco común entusiasmo bélico contrasta con la experiencia que me contó Francisco Ayala cuando hizo en 1936 un viaje secreto a Francia para pedirle ayuda militar para la República Española al presidente socialista León Blum. Unas armas que nunca llegaron.
Ahora nos avisan que la guerra será larga, y que incluso seguirá cuando se consigan detener las hostilidades, si las negociaciones tienen éxito o hay vencedores y vencidos. Con todo Europa ya no volverá a ser la misma que antes de la invasión, ni siquiera como era cuando reinaba la guerra fría. Debemos prepararnos para vivir en una Europa distinta, aún no muy bien dibujada pero que no deja de darnos cierto miedo.
Confío en que la situación le deje abierta una salida a Rusia y evitemos una locura nuclear como la que me llevó anoche a temer por todos nosotros. Que mi pesadilla sea sólo un farol de Putin en su cruel estrategia y que la paz no tarde demasiado en llegar. Confiemos.
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