Opinión | GUERRAS DEL SIGLO XXI

Sanciones tecnológicas y guerra digital

Putin contaba con la inteligencia artificial para librar una guerra de alta tecnología, y sin embargo, puede que no se haya dado cuenta de que sin chips no hay inteligencia

Un hombre junto a edificios dañados por fuertes bombardeos en la ciudad de Irpin, provincia de Kiev, Ucrania.

Un hombre junto a edificios dañados por fuertes bombardeos en la ciudad de Irpin, provincia de Kiev, Ucrania. / EFE/EPA/ROMAN PILIPEY

La agresión de Putin a Ucrania probablemente marque un punto de inflexión mucho más importante de lo que nos imaginamos. No solo se está midiendo la fuerza del iliberalismo sino que también se están ensayando nuevas formas de respuesta ante la amenaza militar. El orden internacional debe ser contundente ante a una invasión que, acorde con el signo de los tiempos, está siendo retransmitida en streaming por miles de personas a través de sus redes sociales.

Sabemos que las guerras no se dan solo en el territorio y que lo que los militares llaman el teatro de operaciones toma una dimensión amplia desde lo cibernético hasta la economía. Las personas expertas en la materia reconocen que en cada guerra se ensayan nuevas tácticas, y con esta de Ucrania pareciera que estamos asistiendo a una sofisticación en el espacio de las sanciones. Es un asunto importante, debemos conseguir que sean efectivas porque nos va la paz en ello. En este contexto aparece un nuevo actor inesperado, lo digital, que toma un papel protagonista. Dicen que, desde la anexión de Crimea, Rusia ha aprendido a defenderse del castigo económico, y los aliados buscan nuevos espacios de influencia. En las nuevas guerras cargadas de ciberataques, desinformación y manipulación, la palanca de la economía digital es seguramente una de las cartas más importantes.

Nadie quiere más sangre de la que ya se está derramando y lo estamos apostando todo a una fuerza que no es física, por ello cada día vamos conociendo más detalles sobre el despliegue de complejos paquetes de sanciones. Las restricciones relacionadas con las finanzas, el comercio, la congelación de activos, energía o restricción de movimientos no son nuevas; no obstante, no tenemos tan ensayado el uso del ámbito tecnológico como medida de presión. Esta nueva dimensión abarca desde lo aeroespacial hasta lo industrial pasando por el 5G y los semiconductores. Una tecnología que tras dos años de escasez que han generado retrasos en la producción mundial de casi todo, tenemos claro que son el nuevo petróleo. Rusia no va a tener acceso a los principales productores globales, los estadounidenses Intel y Ndivia, pero tampoco a los taiwaneses. Y eso hace daño. Hace daño porque Putin contaba con la inteligencia artificial para librar una guerra de alta tecnología, y sin embargo, puede que no se haya dado cuenta de que sin chips no hay inteligencia -sobre todo artificial- que valga. Los componentes digitales, además, juegan un papel clave en el desarrollo económico del país. Casi tanto como en su despliegue militar. Todos los actores lo saben y por eso las sanciones afectarán a las tecnologías de doble uso que pueden utilizarse tanto para fines pacíficos como militares ralentizando su industria y su desarrollo en este ámbito. No perdamos de vista que la guerra también es acceso a innovación, capacidad militar, láseres, sensores, sistemas de encriptación y a telecomunicaciones. De hecho, uno de los principales llamamientos del gobierno de Ucrania ha sido el que ha realizado su ministro digital pidiendo a los CEOs de Google, YouTube, Apple y Netflix que bloqueen o limiten sus servicios en Rusia, en un intento por provocar el descontento de los jóvenes rusos y presionar a los dirigentes de Moscú.

Este nuevo bloqueo tech también afectará a Rusia en sentido amplio porque desde hace tiempo su capacidad nacional está herida y no son un actor relevante en este sector. Las implicaciones son relevantes, de hecho, pueden llegar a impactar a su capacidad real de ataque en una guerra, que como mencionaba ya no es solo física, sino híbrida. El único aliado que les puede quedar es China, que lleva años trabajando en ser una superpotencia tecnológica, conscientes de que este es el talón de Aquiles del siglo XXI para cualquier país. Los expertos apuntan a que Huawei podría monopolizar el vacío que deja occidente en el mercado ruso en cuanto a telecomunicaciones y que podrán contribuir a su necesidad de chips, aunque China ahora mismo no llega al 20% de capacidad mundial. Quizá por eso intensifique su presión sobre Taiwan y no es descabellado pensar que las sanciones harán que China y Rusia se unan aún más.

Si algo queda claro en medio de todo este desastre es que durante los próximos años asistiremos a nuevos ataques contra las democracias liberales en forma de, por ejemplo, sistemas financieros que socaven la hegemonía del dólar estadounidense (criptomonedas) y que se recrudezca la presión de China por controlar las cadenas de suministro tecnológico globales. No cabe duda de que las consecuencias de la invasión que vive Ucrania y de las progresivas medidas que se vayan aplicando contra Rusia son imprevisibles, pero lo que es incuestionable es que Occidente no puede permanecer inmóvil ante la masacre de inocentes y el desprecio hacia la soberanía nacional. En definitiva, estamos hablando de un desafío de enorme magnitud contra el orden democrático liberal. Rusia no debe ganar.