Opinión | DESPEDIDA CASADO

Nunca llegó a cuajar, nunca se le dio una oportunidad

La gestión de Casado de la realidad social, política y económica ha influido en sus malos resultados (electorales y demoscópicos)

Pablo Casado, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso.

Pablo Casado, durante la sesión de control al Gobierno en el Congreso. / DAVID CASTRO

No se trata en ningún caso de hacer leña del árbol (medio) caído, sino solo de constatar con datos una realidad: desde que fue elegido presidente del PP en julio de 2018, han sido pocos los momentos en los que Pablo Casado ha logrado convencer a la mayoría de sus votantes. Es verdad que a lo largo de estos casi cuatro años al frente del partido, la relación entre líder popular y sus seguidores ha pasado por momentos mejores y momentos peores. Pero la sensación que transmiten los datos en su conjunto se acerca más al desapego que al aprecio. Los motivos son varios. Aquí señalo los que considero más relevantes.

En primer lugar, el momento. Casado inicia su andadura en unas circunstancias poco favorables para su formación política. Por un lado, accede al cargo tras dimitir Mariano Rajoy al prosperar la moción de censura de Pedro Sánchez contra él, motivada o justificada (o ambas cosas) por la sentencia sobre la trama Gürtel de la Audiencia Nacional que señalaba al PP como responsable “a título lucrativo”. La nube de la corrupción sobrevolando, otra vez, las siglas del partido. Y, por otro lado, llega cuando su rival electoral más directo en ese momento, Ciudadanos, está liderando de manera destacada todas las encuestas de intención de voto (habría que ver hasta qué punto este fue el motivo por el que Rajoy prefirió dejar que prosperara la moción de censura contra él, en lugar de dimitir y convocar elecciones como le sugirió Sánchez). Es decir, Casado asumió la dirección de un partido que acaba de pasar a la oposición -es decir, sin un Gobierno que defender, con lo importante que es esto para tener al partido unido y a los votantes sincronizados y movilizados- y con sus competidores electorales al alza (y apropiándose de temas programáticos que tradicionalmente formaban parte de la agenda popular: no nos olvidemos de Cataluña).

En segundo lugar, la forma. Casado llegó a la presidencia tras imponerse a Soraya Sáenz de Santamaría en la segunda vuelta de unas elecciones primarias. Fue la primera vez en la historia de esta formación política que sus miembros participaron directamente en la elección de un presidente para el partido: un proceso que no forma parte del ADN de los populares (ni tampoco de sus votantes y simpatizantes) y que puso de manifiesto la división interna del partido entre los denominados “sorayistas” frente a los “cospedalistas”. De hecho, si Casado logra la victoria es, en gran medida, gracias al apoyo que recibió de estos últimos en la segunda vuelta. Es decir, accede al cargo más por despecho de unos que por aprecio de todos. En todo caso, la confrontación aleja a los electores. Y en la derecha, más aún.

Casado se ha comportado como si estuviera en una campaña electoral permanente, a la espera de que los hechos forzaran al presidente Sánchez a convocar de manera inmediata unas elecciones generales

Pero no todo se le puede achacar al contexto. También su gestión de la realidad social, política y económica ha influido en sus malos resultados (electorales y demoscópicos). Y hay un punto de inflexión en la evaluación de Casado entre sus votantes que coincide con los primeros meses de la crisis sanitaria y del confinamiento debido a la pandemia del covid-19. Si observamos los datos del CIS, es a partir de mayo de 2020 cuando su puntuación entre el electorado del PP (también entre los votantes de Ciudadanos y de Vox, los otros dos partidos con los que comparte espacio ideológico) empieza a descender hasta situarse, incluso, por debajo del punto medio (es decir, le suspenden). Y es también a partir de ese mes, cuando la mayoritaria confianza que sus votantes depositaban en él, se torna en desconfianza. Un líder -y el equipo de asesores que le aconseja- tiene que saber leer bien la realidad. Y no parece que haya sido este el caso.

Da la sensación de que Casado ha actuado más táctica que estratégicamente. Se ha comportado como si estuviera en una campaña electoral permanente, a la espera de que los hechos forzaran al presidente Sánchez a convocar de manera inmediata unas elecciones generales: o por la gestión de la pandemia o por los indultos a los presos del procés o por la moción de censura de Vox o por los resultados de las elecciones autonómicas en Madrid o… Un líder tiene que liderar, lo que significa, entre otras cosas, mirar más hacia adelante y estar menos pendiente del retrovisor, midiendo la distancia que le separa de sus competidores. Las estimaciones electorales por sí solas no explican nada, sobre todo, cuando no hay elecciones convocadas: la supuesta fortaleza de un porcentaje de voto se puede venir abajo por no haber medido la solidez del terreno sobre el que se asienta. De hecho, las aspiraciones electorales de Casado crecen, precisamente, por el efecto arrastre de la aplastante victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de la Comunidad de Madrid. Es importante leer bien la realidad.

En cierta medida, el camino de Casado ha sido parecido al de Mariano Rajoy al frente del partido. Este último accedió a la presidencia del PP coincidiendo con el paso inesperado del partido a la oposición, tuvo también que enfrentarse a presiones internas que pedían su dimisión tras dos derrotas electorales consecutivas frente a José Luis Rodríguez Zapatero y hubo periodos en los que la mayoría de sus votantes manifestaban tener poca o ninguna confianza en él. Pero a la tercera -como también le sucedió a José María Aznar tras dos derrotas frente a Felipe González- fue la vencida. Ahora, todo parece indicar que nos quedaremos sin saber si la historia iba a repetirse en esta ocasión: Casado no tendrá esa tercera oportunidad.